"¡Ni que fuese yo la 'reina Isabelina'!": historia de una republicana de Villarino en Irún
Isabel Andrés Martín nació en Villarino de los Aires en 1876, y murió en Irún con más de 90 años. Republicana y luchadora, casada con un nieto del Tío Francisco Silguero, el propietario del famoso 'Burro de Villarino' y la Tía Joaquina que "metía los responsos pal bolso"
7 noviembre, 2022 07:00Noticias relacionadas
Corría la segunda mitad del siglo XIX. La vida en el pueblo transcurría tranquila, las mujeres cantaban ufanas mientras batían las ropas contra las lanchas en los caozos de los regatos. Las ovejas y las cabras subían y bajaban para volver a subir las cuestas, llamaban en el lugar las arribes, de los dos ríos, el Duero y el Tormes. En el idílico lugar, con algún que otro sobresalto, como el caso del Tío Chicharro, llevaba su vida Francisco, a quien llamaban los lugareños el Tío Francisco Silguero, conocido por sus refranes y preciarse de ser como un silguero -jilguero- . Lo de Silguero no se sabe bien porque se apodó, quizás fuera, como decía Sancho en El Quijote, que había "oído decir a un boticario toledano, que hablaba como un 'silguero', que donde intervienen dueñas no podía haber cosa buena". Sea como fuere, el Tío Francisco estaba casado con la Tía Joaquina y tenían un burro blanco famoso en Villarino y también en los pueblos de los alrededores.
El burrito era el terror y el alivio de todas las burras que se encontraba por el camino. Fuera de la cuadra a las Eras o de Villarino a Pereña, no había poder humano que lo detuviera. Como decía el Tío Francisco Silguero, "este siempre está dispuesto". Así, con esta fama en todas Las Arribes, tenía que surgir la copla, y surgió el cantar de 'El burro del Tío Silguero', en el lugar, o 'El burro de Villarino' para los de fuera, cuando el animal falleció, que causó profundo pesar en toda la comarca.
En este entorno social de Villarino, un pueblo casi aislado y de mucho tipismo local, el 21 de marzo de 1876 vino al mundo Isabel Andrés Martín. Bautizada en la iglesia vieja, ya que las obras de ampliación del templo nuevo se iniciaron el 16 de abril de 1887, cuando Isabel tenía once años, y terminaron cinco años después, en 1892. Los primeros años de Isabel transcurrieron en el pueblo como los de las demás niñas y mozas del lugar. Escuela, si se terciaba, penurias muchas y, sobre todo, ayudar a la madre en las tareas domésticas y en el campo. Como dice la canción, el burro del Tío Francisco Silguero acarreaba 'la vinagre por el camino de Pereña'. Lo que indica que su padre producía vinagre y vino, o bien se encargaba de vender estos productos por los pueblos de los alrededores, como Pereña o Trabanca.
Desposó con un carabinero
Por aquellos tiempos de finales del siglo XIX y principios del XX, en toda esta zona colindante con Portugal muchos naturales vivían del contrabando con la vecina Portugal. Por el exceso de los precios y la escasez, sobre todo azúcar, dulces, cacao y bacalao, se arriesgaban muchos a introducir algunas porciones, tanto para el gasto de sus casas, cuanto para hacer comercio con ellos por la utilidad que resultaba de su venta, cuando consiguieran el beneficio de no ser aprehendidos por los carabineros. El Cuerpo de Carabineros, 'guardinhas' en Portugal, fue un cuerpo armado español cuya misión era la vigilancia de costas y fronteras, y la represión del fraude fiscal y el contrabando. Fue creado en 1829 y, tras la Guerra Civil, en 1940 fue integrado en la Guardia Civil.
Y en Villarino había carabineros. Disponían de un cuartel que miraba al Duero desde las cercanías del pueblo, pero también de un puesto en las laderas del Teso de la Bandera. donde habitaban cuatro gendarmes y ocho caballos, en las arribes del río Duero que hacía de frontera con Portugal. Un carabinero de aquellos, un nieto del tío Francisco Silguero, enamoró a Isabel Andrés, y contrajeron matrimonio. Y ahí comienza la historia de 'nuestra reina'.
El carabinero y esposo de Isabel es destinado a Irún, también frontera con Francia, donde se instalan y tienen sus cuatro hijos, tres varones -uno nacido en Bilbao- y una mujer. Donde quedó viuda y se hizo republicana "hasta la médula", recuerda su nieto José Silguero. Además, durante la Guerra Civil tuvo a dos de sus vástagos en la cárcel y, encima, los dos del Cuerpo de Carabineros, uno era teniente y el otro sargento.
Isabel, como buena ama de casa y desconfiada en guardar lo que tenía, como eran las mujeres de antaño, en su vivienda de Irún tenía guardadas miles de pesetas en un baúl, pero cuyo valor se había anulado por el nuevo régimen de Franco al ser acuñadas por la República. La verdad es que Isabel Andrés no se fiaba de los bancos y, todo aquello que recibió por la venta de las tierras de Villarino, los guardó en casa.
Los hijos fueron hechos prisioneros por la dictadura franquista al ser fieles a la República y, la 'isabelina', con conciencia republicana, no hacía más que lamentarse de la pérdida de la guerra, el encarcelamiento posterior de sus hijos y, además, añadía la misma cantinela, que volviera la República para que dieran validez a sus ahorros.
Los años de la postguerra pasaban con muchas dificultades para una mujer de sus fervientes ideas republicanas y dos hijos en la cárcel. Ambos, en este tiempo, fueron puestos en libertad, pero las malas condiciones de vida en la cárcel y la falta de cuidados hizo que el teniente abandonara la prisión enfermo de tuberculosis, muriendo al poco tiempo. Y el sargento, que corrió mejor suerte, marchó al exilio a Francia, para no regresar nunca más a España, donde está enterrado al lado de su mujer.
El estraperlo al paso por la frontera con Hendaya
Otro de los hijos había montado una tienda de comestibles en Irún, concretamente en la calle donde vivía su madre, la calle Larrechipi. Su camino diario iba desde su vivienda, en el tercer piso de un inmueble hasta la Plaza de la República, de Hendaya. Siempre con su cestita de mimbre colgada al brazo, donde traía un pequeño paquete de café, sacarina y algún que otro alimento que escondía bajo el refajo, y que, en aquellos tiempos de escasez y miedo, su hijo vendía al estraperlo, en su comercio. Por cierto, ese hijo de Isabel y comerciante fue el padre de José Silguero, nuestro informante.
"Peor que la guerra fue la posguerra". Un testimonio repetido, una vez y otra, por los supervivientes a la guerra. Ausencias, dolor, destrucción de una y de la otra, si hay un recuerdo común entre la población de aquellos años es el hambre. La escasez de alimentos. El pan negro, hecho de centeno, fue el principal símbolo del hambre. Como también las cartillas de racionamiento. Colas sin final para conseguir un trozo de pan, unos gramos de azúcar, como también de arroz, y no menos de aceite... El estraperlo es la historia por sobrevivir, pero también de la represión de la dictadura, de la resistencia de cada uno y, sobre todo, del favoritismo. Es el caso de la historia que marcó a toda una generación de españoles, como fue Isabel Andrés Martín y su familia.
Isabel contó a su nieto José Silguero que, en uno de los muchos días que pasaba la frontera, portaba en su cesta dos paquetes de café. El guardia civil de la frontera le llamó la atención, y la obligó a que dejara un paquete en Hendaya, ya que solo tenían permiso de pasar uno. Isabel, con su carácter, cogió un enfado de órdago y pidió la presencia del mando que tenía a su cargo el Puente Internacional de la Avenida de Francia. En eso se presenta el sargento, a quien se dirigió Isabel en los siguientes términos:
- Dígale al tontín este (en referencia al guardia civil que le había llamado la atención), que me deje pasar los dos paquetes de café. He tenido dos hijos carabineros y por el desgraciado de Franco, que fue un traidor, porque juró la bandera de la República y la traicionó, ahora uno está muerto y vaya usted a saber cómo estará el otro en Francia. Mis hijos serían hoy militares de alta graduación si hubiéramos ganado la guerra, y yo no tendría necesidad de pasar estos míseros paquetes de café.
Sólo hay que imaginarse a una anciana hablando mal de Franco, allá en los años 50. A eso el sargento le contestó:
- Mire señora, siga usted con los dos paquetes de café y procure no abusar. Y, más que nada, no hable mal del generalísimo, que le puede acarrear serios problemas.
La anciana se lo agradeció y continuó su camino con la cesta y los dos paquetes de café.
Ahí no quedó la cosa. La jornada siguiente, la señora Isabel llevó hasta el Puente Internacional un cuadro en el que posaban sus dos hijos cuando cursaban estudios en la Academia Militar de Madrid. Y pidió, otra vez, la presencia del sargento del puesto:
- ¡Que venga el capitán!, le dijo al guardia civil. Otra vez la viejecita estaba allí, ahora con un cuadro que tuvieron que ver unos y otros, mientras seguía lanzando insultos contra Franco. Ese espectáculo, en presencia de muchos ciudadanos que pasaban por el puente, traía al sargento de cabeza, sin saber qué hacer. Tomó la decisión de reunir a sus agentes y les dijo:
- Cuando venga la vieja, dejadla que pase cuanto antes. No le deis coba. En última instancia, si pregunta por mí, le decís que no estoy. Porque esta vieja cualquier día nos prepara un lío.
Y así fue como la anciana nacida en Villarino de los Aires (Salamanca) y residente en Irún, con marido y dos hijos carabineros defensores de la República y muertos o en el exilio, logró que se le permitiese el paso por el Puente Internacional de la Avenida de Francia sobre el río Bidasoa en Irún. Tal fue la familiaridad de Isabel con los gendarmes del puesto fronterizo que, cada vez que llegaba, decía:
- Soy amiga del capitán. ¿Dónde se encuentra? Es que el sargento, que se había visto ascendido por Isabel, no quería toparse con esa mujer. Mientras que el guardia que hacía el turno cuando ella pasaba por el puesto fronterizo, la saludaba con el saludo militar y le decía:
- Pase, señora.
La mujer llegaba a casa toda contenta y con orgullo decía:
- Cuando cruzo el Puente, los guardias civiles me saludan militarmente. Con qué respeto me tratan. ¡Ni que fuese yo la 'reina Isabelina'!
Esta mujer, Isabel Andrés Martín, nacida en Villarino y viviendo en Irún, "analfabeta, pero que no tenía un pelo de tonta", afirma su nieto José Silguero, hizo uso de esa situación privilegiada en el estraperlo para aumentar sus idas y venidas de Francia y, de paso, incrementar el número de mercancías.
Estos viajes, según explica José Silguero, su nieto, duraron hasta entrados los años 60, aunque en muchas ocasiones ya eran "innecesarios", fecha en la que falleció cuando tenía 90 años, "soñando con el regreso de la República". Y, finaliza, "cuando tanto se habla de la memoria histórica, reivindico la de mi abuela Isabel Andrés".