Se puede considerar la trashumancia como una forma de actividad ganadera extensiva, consistente en el desplazamiento estacional del ganado para el aprovechamiento alternativo de la diversidad de pastizales en el momento óptimo de su producción, determinado éste por las características físicas y climáticas del territorio.
Por eso, la Historia de España en general, y la de la provincia de Salamanca en particular, no pueden ser entendidas en su conjunto sin comprender la importancia que para nuestro país y esta provincia tuvo la actividad trashumante, ese "ir y venir de los rebaños por montañas y llanuras", como escribió Azorín. Y es que la trashumancia en la Península Ibérica parece remontarse a tiempos prehistóricos, es decir, a los primitivos pastores nómadas de ovejas que cruzaban el territorio buscando los mejores pastos y el clima más benigno para sus rebaños.
Tradicionalmente, y en gran parte debido a la escasez de datos sobre la economía del pastoreo prehistórico, la Historiografía sobre la trashumancia de ganados en España se ha consagrado, de modo casi exclusivo según 'El libro blanco de la trashumancia', editado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, a estudios abordados desde una perspectiva que se inicia casi siempre en la Edad Media, a raíz de la reconquista cristiana de los pastos del suroeste español. De modo minoritario, algunos autores han hecho referencia a los antecedentes visigodos y, remontándonos más atrás en el tiempo, a las antiguas prácticas ganaderas de las culturas ibéricas que ya quedaron reflejadas, hace más de 2.500 años, en los textos griegos y, posteriormente, detalladas en las crónicas romanas.
Los registros paleoambientales y los yacimientos arqueológicos, como es el caso que nos atañe de Siega Verde y Vale do Côa, nos han permitido establecer un marco cronológico que data el establecimiento de este estado cultural en la Península Ibérica en la transición entre el final del VI milenio a. C. e inicios del V milenio a. C., coincidiendo con el inicio del periodo Neolítico en el continente europeo (ca. 5.200‐4.800 a.C).
Las necesidades humanas, condicionadas por los cambios estacionales que el clima implantó, desde las nieves a los estíos, obligaron a continuas migraciones de la fauna silvestre en busca de pastos. Como consecuencia de ello, por evidentes razones cinegéticas, los primitivos cazadores comenzaron a trazar los primeros senderos a lo largo del occidente peninsular.
No cabe dudar, pues, de la trascendencia del ganado en los pueblos prerromanos de la Iberia profunda, en particular porque se refiere a los grupos de la Meseta, como los vetones y los vacceos. Para los primeros, concretamente, significó su sector económico más característico. En el caso de los vacceos, también supuso una importante fuente de riqueza, aunque subordinada en gran medida a la actividad agrícola.
Nómadas pastoriles que hubieron de seguir los trazados naturales que la disposición geográfica confería al territorio. Cañadas, veredas y cordeles que son las aperturas más antiguas y naturales en la comunicación espacial, como posteriormente vendrían a demostrar los amoldamientos de algunas calzadas romanas y que incluso, hoy día, se han reutilizado como sendas pecuarias.
Siega Verde, dólmenes y menhires
Sus rudimentarios métodos escondían ingeniosas pistas, un rastro con el que los primeros trashumantes, de los que hemos hablado en párrafos anteriores, podían conocer rutas y asentamientos. Ingeniosas y enormes pistas, algunas de varias toneladas y hasta cuatro metros de altura. Se trata de los dólmenes y menhires, restos de la cultura megalítica que se reparten por toda la región. ¿Para qué servían exactamente estas moles? ¿Tal vez como orientación de las rutas ganaderas? ¿Tal vez como santuarios? ¿Por qué desarrollaron todo su arte en determinados lugares?
Uno de estos rincones recónditos defenestrados por el olvido de los hombres durante muchos cientos de años, vuelve a llamar al pomo de la eternidad para reclamar el cetro que le corresponde. El yacimiento rupestre de Siega Verde, situado entre las localidades de Villar de la Yegua, Villar de Argañán y Castillejo de Martín Viejo, junto a la margen izquierda del río Águeda, declarado Patrimonio de la Humanidad en conjunto con el otro yacimiento portugués de Vale do Côa.
Salamanca cuenta con unos ochenta dólmenes inventariados, repartidos en varias zonas, siendo la provincia de Castilla y León donde más estudios se han realizado. Principalmente, se asientan en las vegas húmedas, encharcamientos y fuentes naturales que no se secan en verano, destacando la zona del río Tormes entre Cespedosa y Alba, el río Yeltes y el Camaces, aunque en otras zonas de la comarca de Ledesma y el Campo Charro, como Gejuelo, Zafrón, Robliza de Cojos y Villarmayor, entre otros, también se tiene constancia de restos de la cultura megalítica.
Ahora bien, ¿cómo poder colocar estas moles e incluso hincarlas hasta metro y medio en la tierra? No era tan sencillo. Ya en tiempos, el prestigioso arqueólogo francés Jean Pierre Mohen comprobó el número de personas necesarias para mover el techo de un dolmen que pesaba 34 toneladas. Al concluir las excavaciones de un dolmen, invitó a una merienda a los vecinos de la localidad donde llevaba a cabo estos trabajos, aunque con una sorpresa: debían tirar de ese bloque pétreo con unas sogas. Así, colocó la piedra encima de unos rodillos de madera, pero necesitó trescientas personas para moverla. Este ejemplo genera nuevas preguntas, pues, aunque se conoce algún poblado de esta época, no se ha hallado ninguno donde llegasen a vivir trescientos adultos varones.
Estas primitivas comunidades humanas también cazaban, simultaneaban el pastoreo con una agricultura de cereales y mantenían relaciones comerciales, puesto que en algunos enterramientos se han encontrado adornos de conchas del Mediterráneo y sílex del Tajo. Eran sociedades que recogían y acumulaban alimentos para consumirlos en temporadas donde no recogían cosechas. De su paso, dejaron monumentos funerarios, los dólmenes, enterramientos colectivos, similares al panteón actual. Un lugar de exposición, donde se colocan los cadáveres, de manera que un individuo que entrara en el interior de uno de estos refugios, asistiría a un espectáculo bastante aterrador al encontrarse con medio cen tenar de esqueletos.
En el caso de Siega Verde, constituye el ejemplo más espectacular de arte paleolítico al aire libre de la Península desde el 30.000 al 8.000 antes de C. El yacimiento arqueológico de Siega Verde contiene arte rupestre prehistórico perteneciente al Paleolítico superior, fue descubierto en 1988 por Manuel Santonja, declarado Bien de Interés Cultural en 1998 y Patrimonio de la Humanidad en 2010, como extensión del conjunto arqueológico del Vale do Côa, en Portugal.
El yacimiento arqueológico de Siega Verde tiene una extensión de cuarenta y cinco hectáreas y se encuentra en las localidades de Serranillo (pedanía de Villar de la Yegua), Martillán (pedanía de Villar de Argañán), y Castillejo de Martín Viejo. Hasta la fecha, se han inventariado 448 figuras grabadas sobre las rocas que representan animales, signos abstractos y alguna figura antropomorfa.
La técnica utilizada es mixta, predominando el piqueteado y, en menor medida, la incisión y el grabado fino. Destaca la precisión de los diseños, que da como resultado imágenes muy plásticas y casi reales. Las incisiones en la piedra resultan de gran exactitud y delicadeza.
El recorrido por los grabados se complementa con la visita al Aula Arqueológica y Centro de recepción de visitantes, que permiten conocer la belleza y la importancia de este impresionante yacimiento arqueológico.
Desde entonces, ha padecido una ominosa odisea hasta que los recientes trabajos de investigación han impulsado la creación de un Centro de Interpretación potenciado con el auge del turismo rural en aumento en los últimos años, con ayuda de instituciones y Adecocir, además de la reciente creación de la Fundación Siega Verde, un milagroso salvavidas para muchos lugares que han pasado bastantes siglos desapercibidos entre la injusticia del desprecio que a veces produce la ignorancia de los mismos vecinos.
Detalle de los lugares de Salamanca
☛ La representación de especies extinguidas propias de climas glaciares como renos, rinocerontes lanudos y bisontes, semejantes a los documentados en el yacimiento de Foz Côa (Portugal), o incluso de la cornisa cantábrica, los fechan en el Paleolítico Superior, entre 20.000 y 12.000 años antes de nuestra era.
☛ Siega Verde. Allí, hace unos 18.000 años, a finales del periodo Paleolítico Superior, los antiguos pobladores de estos lugares solían aprovechar el vado natural del río Águeda para llevar a cabo sus expediciones de caza. El yacimiento contiene unas 645 figuras de caballos, toros, ciervos, cabras, renos, bisontes, rinocerontes, etc., agrupadas en diecisiete conjuntos.
☛ El resto de la provincia tiene unos 80 dólmenes inventariados. Hay una publicación básica de Delibes y Santonja, del año 86, aunque es difícil encontrar, que recoge las principales características de los enterramientos megalíticos charros. Hay varios núcleos, uno en el río Tormes, otro en el río Yeltes, otro más en el río Camaces, y otro en el río Lumbrales. Respecto al corredor occidental, comprende una serie de manifestaciones extendidas por Huelva, Portugal y Extremadura. De allí el megalitismo llega a Salamanca y penetra por la cuenca del Duero. Se cree que bajo el influjo de los prospectores de metales orientales nacieron todos estos poblados. Los tipos de tumbas comunes son los sepulcros megalíticos.
Ya decía Azorín, 1924. Discurso de ingreso en la Real Academia Española: 'Una hora de España':
"El genio de España no podrá ser comprendido sin la consideración de este ir y venir de los rebaños por montañas y llanuras… Los ganados trashumantes son centenares y centenares. Cruzan y recruzan toda España. Levantan en las llanuras polvaredas que se diría movidas por un ejército".