Castilla y León

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Valladolid

Cuando lo esotérico se da la mano con la historia

La localidad vallisoletana de Wamba cuenta, en su Iglesia de Santa María de la O, con el único osario visitable de España, con origen en la Orden de San Juan de Jerusalén

4 septiembre, 2021 09:00

La nave central de una iglesia en una pequeña localidad de la meseta castellana es, de por sí, el perfecto escenario para un serial o un largometraje de ‘serie b’, en una de esas producciones que amenizan la tarde de la manera más inesperada para sus espectadores, mediante algún crimen oscuro, una desaparición o, quizá, la excusa idónea para escapar a la rutina con los dimes y diretes de los lugareños que, en el filme, muestran una moral victoriana digna de ser enmarcada.

A esa pequeña localidad le bastaría con un pintoresco nombre, que huyera de las recurridas nomenclaturas que apelan al accidente geográfico más próximo a la localidad, para ser un punto de tránsito marcado en los mapas turísticos, de antaño, o en las aplicaciones móviles de geolocalización actuales en el plan de ruta de todo turista. Da la casualidad de que, a escasos kilómetros de la capital vallisoletana, la localidad de Wamba (pronunciado con un sonido de ‘b’) cumple con todos los requisitos y añade, además, una nota de distinción en su Iglesia de Santa María de la O.

Supone “uno de los principales monumentos de Castilla y León”, en palabras del historiador, oriundo de la localidad, Javier Muelas. La estructura, de manera oficial, data del siglo X, más concretamente, del año 928, pero, según el estudioso Ortega Rubio, se estima, merced al análisis de determinados restos hallados, que pueda remontarse hasta dos siglos antes, durante el reinado visigodo de Recesvinto, a mediados del año 672.

En ella, con un importante valor histórico que debe su reputación al contar con influencias visigóticas, mozárabes y protogóticas, se encuentra el único osario visitable de España, conformado por calaveras y huesos del resto del cuerpo que, también, hace las veces de imán turístico para aquellos ávidos de “morbo y por conocer lo desconocido", según Muelas.

Los huesos, en origen, corresponden a los difuntos que conformaban la Orden de San Juan de Jerusalén, posteriormente conocida como la Orden de Malta y, cabe destacar que, desde el año 1195 hasta la Desamortización de Mendizábal, en el año 1836, es decir, durante siete siglos, el osario amplió su cantidad de material óseo con restos de familiares, trabajadores etcétera. El enterramiento de los huesos responde, como en muchas de las liturgias arraigadas, a lo largo de la historia, en sepelios, funerales y entierros, a la tradición. “Lo más probable es que, tras haber sido enterrados y una vez podridos, los huesos se exhumaran y se expusieran en la Capilla de las Ánimas para ser venerados”, apunta Muelas.

En este sentido, aclara la duda que mucha gente tiene sobre la presencia de restos de mujeres y niños cuando, en principio, sólo se debería enterrar a los monjes. “La cultura popular entiende al monje medieval como un clérigo pero, en esa época, pese a existir los votos de pobreza, castidad y obediencia, su cumplimiento era algo laxo”, destaca.

Por otra parte, conectado a la estrecha relación entre la tradición y los procesos fúnebres, el historiador explica cómo, hasta el siglo XIX, la norma marcaba que, con motivo de la celebración de Todos los Santos, se realizaba un oficio “a la luz de las velas”, en memoria de los difuntos, con el siguiente epitafio, bajo el retablo de la Virgen del Carmen y el Juicio Final, que luce en el interior de la iglesia, como estandarte: “como te ves, yo me vi; como me ves, te verás; todo acaba en esto, aquí; piénsalo y no pecarás”.

Con respecto a la conservación del material óseo, resulta llamativo cómo el paso del tiempo parece ajeno a este conjunto puesto que, tal y como explica Muelas, “permanece en buen estado debido al clima seco de la zona y, también, a un hongo que nace en la piedra y conserva los huesos”. No obstante, sí hay muestras del paso del tiempo y la evolución humana alrededor de la casuística del osario puesto que, además del ilustre Gregorio Marañón, estudiantes de Medicina de la Universidad de Valladolid se desplazaban hasta el lugar para apropiarse de cráneos y fémures para estudiarlos. “¡Antes no se conocía un médico sin un cráneo real en su casa!”, ironiza Muelas. “De hecho, hasta en la propia visita turística al complejo, en más de una ocasión, se permitía a los visitantes quedarse con piezas”, asevera.

Como el paso del tiempo, su avión, con destino a Berlín, no espera a nadie y, en su caso, Muelas se despide con vistas a un viaje de una semana, alejado de la sobriedad propia de la nave central de la Iglesia de Santa María de la O.