La "rebeldía" de Alicia de San Justo hizo que hace más de 25 años hiciera las maletas y se fuera a Tenerife. A nada menos que 2.039 kilómetros de su Torregamones natal, en la provincia de Zamora. Ella quería ser camarera, y como su madre le insistía en que igualmente estudiara, eligió las Canarias para recibir su primera formación en hostelería. Quién le iba a decir a esa joven Alicia que dos décadas después se daría cuenta de que su destino vital estaba en su pueblo de apenas 237 habitantes, en la comarca de Sayago, una de las zonas más deprimidas de la Zamora rural.
Tras terminar su grado superior en hostelería en Tenerife, la hostelera sayaguesa puso rumbo de vuelta a Castilla y León, pero no a Zamora, sino a Segovia. Uno de los puntos de la Comunidad donde más se desarrolla el turismo, la alta restauración y donde se ubican algunos de los restaurantes más conocidos de España, como el Mesón Cándido o el restaurante José María.
En este escenario de alta exigencia se dio cuenta de que "necesitaba formarme más, tener más cultura, donde trabajaba acudía gente muy elitista y pija, me hablaban de temas que yo no entendía, y comprendí que necesitaba saber desenvolverme en ese mundo". Y así fue como puso rumbo a la vecina Toledo para estudiar la Licenciatura de Humanidades. Alicia tuvo claro que no quería una carrera "enfocada a un oficio, porque yo tenía claro que me quería dedicar a la restauración, pero sí una formación de conocimientos generales, que trate muchos ámbitos, y eso lo descubrí en Humanidades".
Una formación que se fue alargando y compaginando con el trabajo en hostelería hasta diez años, que incluyeron hasta un año de Erasmus en la Polinesia Francesa. Alicia se encontraba en Toledo con "todo lo que necesitaba". Una vivienda para ella sola, un trabajo "en un sitio fantástico", amigos, ocio... Pero algo fallaba.
"Yo no estaba bien, no sabía por qué, pero no lo estaba". Así que cogió nuevamente la maleta y se retiró a la playa unos días para aclarar sus ideas. Alicia tenía claro que en Toledo apreciaban su trabajo tanto los clientes como los compañeros, "estaba en el momento perfecto", recuerda, pero sentía que necesitaba un empleo "que tuviese un sentido más profundo para mí y tener mayor impacto en mi comunidad".
Y así fue cuando se dio cuenta de que su vida tenía una misión y un lugar: su tierra, su pueblo, Torregamones. Así que tras esta revelación en 2021, Alicia tomó las riendas del bar que sus padres tenían alquilado en el pueblo sayagués y contrató a quien, por entonces, explotaba el negocio.
El bar "democrático"
Ante de convertirse en la actual La Tortuga de Torregamones, este establecimiento había sido "el típico bar de pueblo". Anclado en el pasado, con los servicios básicos, sin encanto, pero que siempre ha estado ahí, para la partida y el carajillo. Alicia tenía claro que para hacer realidad su meta necesitaba dar un cambio total al negocio y "ofrecer un servicio de calidad". Porque la hostelera cree firmemente en que "los pueblos no están muertos y sus habitantes no merecen menos que nadie y es necesario ofrecerles un servicio tan bueno como al resto".
Alicia cuenta que, cuando comenzó su andadura, ya con el local reformado y una nueva forma de ofrecer el servicio, los habitantes de la zona le comentaban que "me da apuro entrar aquí, con todo tan arreglado". La hostelera notó que muchos vecinos sentían que su negocio "era demasiado bueno o lujoso" para un pueblo como Torregamones.
Ofrecer una carta de cervezas, otra de vinos, tapas elaboradas o, simplemente, un bomboncito acompañando el café, resultaban "mucho nivel" para algunos de ellos. Algo que Alicia cree que, por desgracia, "está muy arraigado en la mentalidad de Sayago, se menosprecian y creo que con el bar voy luchando contra eso". De hecho, tras un año y medio de andadura, ahora sus clientes le piden el bombón si le falta en su cafecito o le sugieren mejoras, con las que hacer el bar más agradable.
Alicia valora muchísimo estas aportaciones y cuenta que La Tortuga es un bar "democrático". Los propios clientes han sido una parte vital de los cambios y transformaciones que se han ido dando en el negocio. Por ejemplo, Alicia adapta hasta el propio espacio a los diferentes tipos de personas que acuden a él.
Inicialmente, La Tortuga tenía billar y futbolín, porque "a los chicos jóvenes les gusta venir a jugar y tomar una copa". Pero con el paso de los días, cada vez más clientes le pedían "que les hiciera de comer más allá de las tapas". Algo que, al principio, Alicia ni se planteaba. De hecho, su cocina está pensada "para hacer cuatro tapas y ya, apenas mide dos metros cuadrados". Pero tal fue la insistencia que retiró el billar, y en ese espacio habilitó unas mesas para poder ofrecer servicio de restaurante.
Ahora Alicia ofrece un menú del día (de rechupete, por cierto) del que hay que pedir reserva con bastante antelación para poder tener mesa. Porque su popularidad ha ido en aumento durante el último año y ya se plantea una reforma y ampliación del local, para poder tener una cocina más espaciosa y más mesas para poder atender la demanda.
Y es que, aunque ella cree que buena parte de su éxito es que "no hay otro establecimiento en la zona que haga lo que yo", precisamente, eso es lo extraordinario, que ella sí lo hizo. Sí se atrevió, sí creyó en su pueblo, en sus gentes, en que si les ofrecía algo de calidad, ellos responderían como lo han hecho. Ahora, el día que le flaquean las fuerzas puede leer las buenas críticas que locales y visitantes dejan sobre ella en Internet o recibir los agradecimientos que, día a día, le muestran a pie de barra. "Al margen de que me vaya bien o mal, siento que están agradecidos y que he aportado algo", explica Alicia. Que, por cierto, era su meta: aportar a su comunidad.