A finales del año pasado este periódico analizaba el cierre de locales comerciales en Zamora capital. Una sangría constante de persianas bajadas en las históricas vías comerciales de Santa Clara, San Torcuato o la calle del Riego. Pero hubo un tiempo en el que estas y otras calles zamoranas eran un auténtico hervidero de boutiques, zapaterías, tiendas de alimentación, productos de lujo, de muebles, y de todo lo que se precisara. En Zamora se podía comprar casi todo y, además, en un tejido comercial que nada tenía que envidiar a las grandes capitales. 

Prueba de ello es la historia de una tienda a la que acudía a comprar sus sombreros el mismísimo rey Alfonso XII. Se trata de la mítica camisería Hernández, que antes de ser camisería fue sombrerería y se fundó en nada menos que 1853, en la calle Renova. Felipe Hernández y Benita Hernández fueron los primeros en abrir las puertas de este negocio que pasaría de generación en generación como parte viva de la historia de Zamora. 

Benita elaboraba con sus propias manos los sombreros de copa, gorros ros y tejas sacerdotales para la flor y nada de la sociedad de la época. Así lo recuerda su bisnieto, José María Esbec, presidente de CEOE Cepyme Zamora y heredero también de este negocio familiar que llegó a ser un pequeño imperio en pleno corazón de la capital. El sombrero era un complemento imprescindible para todos, ya que hasta 1936 era obligatorio llevar la cabeza cubierta en público.

Fotografía de la antigua sombrerería Hernández Cedida

Felipe Hernández y Benita Hernández Cedida

También era fundamental para las mujeres, que se hacían con tocados, pamelas y sombreros femeninos que, por supuesto, también se hacían a mano. Tal fue el éxito de Sombrerería Hernández, que llegó a tener un fructífero taller en esta conocida calle, que ahora pertenece al casco viejo, pero que en 1900 era casi las afueras de la ciudad. "Zamora tenía apenas 17.000 habitantes, era una ciudad pequeña, pero la provincia sumaba 290.000 habitantes, más que Valladolid en la época", recuerda Esbec.

Evolución

Si algo ha sabido hacer la familia Hernández es ir adaptándose a los tiempos. De ahí reside también la clave de su éxito. Explica José María Esbec que como a partir de 1936 el canon que exigía llevar la cabeza cubierta llegó a su fin, la sombrerería tuvo que "ir evolucionando y ampliar el mercado" ya con María, la abuela de José María al frente. Seguían haciendo sombreros, por supuesto, sobre todo para las bodas y eventos, donde las mujeres aún deseaban lucir sus mejores tocados; y también usaban sombrero las niñas de los colegios zamoranos. 

También se continuaba haciendo sombreros para "personalidades" de Zamora. Presidente de la Diputación, catedráticos de la universidad, políticos y altos cargos. Por lo que la relación de los Hernández con la alta sociedad zamorana era constante y hacía que se creara una relación muy especial entre ellos y sus clientes. José María Esbec recuerda que el comercio zamorano era una parte fundamental de su sociedad, todos los comerciantes tenían relación entre sí y existía un sentido de comunidad fuerte y "caluroso", de apoyo mutuo y de familiaridad entre ellos y sus clientes.

Así que con este cambio de paradigma, la familia Hernández fue haciendo crecer su comercio hacia el textil. Ya con la madre de Esbec al frente, Milagros, en 1952 la tienda se trasladó a la calle San Torcuato, 24, lugar donde viviría su máximo esplendor. Por estos años, Hernández ya trabajaba lencería para la mujer y para caballero arrancaba su negocio de camisas, junto a sus complementos: corbatas, gemelos, pañuelos, calcetines, etc. 

La familia ya no podía confeccionar todos los productos que vendía, por lo que comenzó a recorrer ferias y fábricas del país y poco a poco del extranjero, para conseguir las mejores calidades para sus clientes. Entre la década de los 60 a los 70, la ya camisería Hernández se distinguía "por la calidad del producto"; y en 1970, José María Esbec Hernández tomó las riendas del negocio de su familia.

4.000 camisas en un año

Así, José María se convirtió en la cuarta generación de Hernández que vestiría a los zamoranos y vecinos de otras ciudades con las más altas calidades. En este punto, el negocio se amplió ya a todo tipo de sastrería. Hernández ya podía vestir al completo a cualquier caballero, con productos pensados al detalle de cada cliente.

José María recuerda que en sus viajes por las empresas y ferias textiles de Cataluña, Galicia, Cantabria, Asturias o Italia, se encontraba con piezas "que yo ya sabía que iban a gustar a tal o cual cliente". Con una agenda mental prodigiosa, llevaba su propio inventario de gustos de sus clientes a los que encontraba la camisa, el traje o el complemento exacto que sabía que sería de su agrado. 

El comercio tradicional "aseguraba esa garantía" y en esa relación que había entre cliente y proveedor tan estrecha "conocías la personalidad de cada uno". Esbec recuerda que los comerciantes eran hasta "un poco psicólogos", donde conocían sus gustos y "se establecían diálogos y charlas en la tienda, donde terminabas hablando un poco de todo".

Ubicación en San Torcuato de la camisería Hernández

Con este trato exquisito no es de extrañar que camisería Hernández tuviera que ir ampliando su pequeño imperio con el paso de los años. Por eso, en 1986, José María amplió la tienda, tomando la conocida como 'esquina de Reglero', que como ellos también se había trasladado en 1953 de la calle Renova a San Torcuato. La histórica galletera emprendía en el filo de los noventa su traspaso a la avenida Portugal para crear la fábrica que llenaba de un embriagador olor toda la ciudad. Así que fue el momento ideal para que Hernández también diera un salto de calidad ocupando 110 metros cuadrados de tienda más el almacén que tenía justo enfrente, en la calle Sotelo. 

Un crecimiento gracias a su trabajo duro y la búsqueda de lo mejor que llevó a esta camisería a vender en el entorno de 4.000 camisas al año en los años 80 y 90. Los clientes no solo eran zamoranos, sino que muchos vecinos de Valladolid o Salamanca también confiaban en Hernández para lucir sus mejores galas, con un trato familiar y pensado casi en exclusiva para cada uno de ellos.

Escaparate de la camisería Hernández

De lo familia a la globalización

Un tipo de venta hoy casi impensable con la globalización absoluta del comercio, donde "te compras un vestido o un traje en Madrid y mañana se lo ves a otra persona en Zamora, porque la mayor parte de las tiendas que quedan venden lo mismo". Esbec añora aquellos tiempos donde la tríada Santa Clara, San Torcuato y Riego era "una gran familia". Por aquellos años, estas tres calles sumaban 600 trabajadores, entre todos los comercios "y las relaciones entre todos ellos eran brutales y se funcionaba muchísimo".

El presidente de CEOE Cepyme Zamora recuerda aquellas tres calles como "un gran supermercado, donde los clientes tenían todo lo que necesitaban en estas tres calles". Y compraban, recuerda, en un ambiente de cuidado máximo a la clientela, donde contaba y mucho el trato, el detalle, la familiaridad y la confianza. "Al final los clientes se convertían en amigos, a los que preguntabas por su familia, te ibas a tomar un café o acabas hasta yendo a su boda", explica. 

Una personalización absoluta ahora sustituida por la producción en masa que fueron acabando con los proveedores históricos y donde las que habían sido grandes firmas ya no podían asumir los costes por una competencia que trabajaba en masa. Así que en una nueva reinvención, José María diversificó aún más el negocio y transformó el que había sido el almacén de la camisería en el restaurante La Baraka en 1994, que a día de hoy dirige su hijo Javier.

Restaurante La Baraka, con José María Esbec cocinando al fondo

Aún con todo este cambio en el mercado, la camisería Hernández continuó su actividad hasta 2015, cuando José María ya fue poniendo su mirada en una futura jubilación. Eso sí, él sigue pendiente de todo, incluso metido en los fogones y presumiendo, como buen padre, de los pasos que ahora sus hijos siguen en sus respectivas carreras.

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