Esta ciudad de Castilla y León tuvo la única cárcel de curas del mundo
Medio centenar de párrocos estuvieron encerrados hasta doce años en esta cruel prisión, donde vivieron un auténtico calvario
3 septiembre, 2023 07:00El Derecho Canónico es un ordenamiento jurídico que cuenta con sus propios tribunales, abogados, jurisprudencia y principios generales del derecho. Desde hace siglos, la Iglesia Católica se encarga de hacer cumplir la ley entre sus párrocos y monjas; y ellos mismos se encargan de apartarlos, repudiarlos, e incluso, expulsarlos de la institución. Pero hubo un momento en la historia, quizás el único, en el que existió una cárcel específica para curas. Se ubicaba en Zamora y varias investigaciones coinciden en que fue la única en todo el mundo.
En concreto, este penal, se denominó 'Cárcel concordataria de Zamora' y recibe su nombre precisamente del concordato alcanzado entre el Vaticano y el Régimen Franquista. Hay que remontarse a la época de la Guerra Civil para entender el contexto que fraguó este particular acuerdo entre la Iglesia Católica y el gobierno dictatorial de Franco, que permitió el encarcelamiento de sus propios curas.
El investigador Francisco Fernández Hoyos explica en su ensayo 'La Cárcel Concordataria de Zamora: una prisión para curas en la España franquista', que al término del conflicto bélico "la inmensa mayoría de los católicos estaban traumatizados por la feroz persecución que habían sufrido en la zona republicana".
Si bien, Fernández Hoyos puntualiza que parte de la creencia de que el bando republicano había asesinado a muchas personas por su fe pudo estar fundamentada en la idea "poco clara" de que los que "caían gritando '¡Viva Cristo Rey!' eran mártires por representar una religión" o por estar representando "una ideología política de derechas, ligada a las clases privilegiadas".
Sea como fuere, este ensayista sostiene que la Iglesia Católica estaba "ansiosa por vengar a sus muertos", y también por recibir privilegios "que le permitieron imponer por la fuerza su doctrina, controlar la educación y dictar sus propias normas morales". Por lo que, apunta, esta colaboró "activa y eficazmente" en la posterior represión franquista.
Tanto es así, que los propios obispos españoles aprobaron un plan de propaganda en 1939, para "convertir el nuevo Estado a los capellanes en instrumento y vehículo de propaganda de la dictadura franquista", como señala José Manuel Sabín en su libro ' Prisión y muerte en la España de postguerra'.
Esto también provocó que una parte, cada vez más creciente, del clero adoptara "posturas democráticas y de izquierdas", en contra de la persecución a sus propios feligreses. Esos curas fueron parte activa de la lucha antifranquista de forma directa, en sus homilías, o cediendo sus parroquias "para reuniones clandestinas" o para protección de los 'rojos' perseguidos por el régimen.
El inicio de la cárcel de curas de Zamora
La 'Revista española de Derecho Canónico' publica en 1997 un artículo de Vicente Cárcel donde se explica cómo se originó esta penitenciaría para clérigos. Según esta publicación los primeros escritos sobre esta cárcel concordataria se remontan a un comunicado público emitido en 1973 por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Segovia, quienes compartieron información sobre las gestiones realizadas en relación con sacerdotes recluidos en esta prisión.
Así, los acontecimientos iniciales datan de 1965, cuando el obispo de Bilbao, Pablo Gúrpide, atendió la solicitud del presidente del Tribunal de Orden Público (TOP) para proceder legalmente contra el sacerdote Alberto Gabikagojeaskoa Menchaca, acusado de realizar propaganda ilegal y subversiva en sus homilías. Él sería el primer recluso de esta cárcel única en el mundo.
En febrero de 1968, el TOP notificó al obispo la sentencia contra el mencionado sacerdote y pidió información sobre su reclusión. Después de varios intentos infructuosos de encontrar un lugar adecuado, el sacerdote finalmente fue recluido en la abadía cisterciense de Dueñas en Palencia.
Pero el abad de Dueñas dejó claro este cura permanecería en su abadía "en plan residencial, ya que no reunía condiciones para un internamiento penal, ni era misión de los monjes realizar una labor de vigilancia y custodia" del párroco Gabikagojeaskoa. En apenas un mes, la presencia del cura en cuestión "creó grandísimos perjuicios e inconvenientes" con el resto de los monjes y el 2 de julio, el abad solicitó a obispo que este abandonara la abadía "cuanto antes".
A medida que la situación se volvía más complicada, se propuso la opción de recluir al sacerdote en una prisión, según lo establecido en el Concordato. Sin embargo, la decisión de su ingreso a la Prisión Provincial de Zamora no fue sin obstáculos. En 1968, se comunicó al obispo que el sacerdote sería ingresado en la prisión de Zamora, estableciendo previsiones bajo los términos del Concordato.
Adicionalmente, se registró otro caso similar en julio de 1968, donde el obispo de Bilbao aceptó que varios sacerdotes cumplieran arrestos en la cárcel de Zamora debido a la falta de alternativas religiosas para su reclusión. Y es que los conventos se mostraron enérgicamente reacios a acogerlos en sus comunidades, bien por miedo a que pudieran "contagiar" con sus ideas al resto de religiosos o por el propio estigma del pecador.
Este contexto llevó al nacimiento de la denominada 'Cárcel concordataria de Zamora', donde los sacerdotes condenados o sancionados bajo el Concordato cumplían sus penas. Algunos de ellos fueron los franciscanos Felipe Izagirre y Juan Mari Zulaika, por haber asistido al Aberri Eguna, o Domingo de Artetxe, multado por no haber llevado la bandera nacional a las fiestas del pueblo.
Inicialmente, las autoridades judiciales franquistas y las eclesiásticas colaboraron en el proceso, pero con el tiempo y según apunta Vicente Cárcel, la autoridad judicial del régimen comenzó a proceder sin requerir la conformidad de los obispos ni respetar ciertos aspectos establecidos en el Concordato; pese a que los acuerdos con el Vaticano establecían que ningún sacerdote podría ser juzgado en un tribunal civil sin previo permiso de Roma.
Medio centenar de sacerdotes entre rejas
Así, entre 1968 y 1976, medio centenar de sacerdotes, la mayoría de ellos vascos, fueron encarcelados por alinearse con la lucha obrera, contra la represión franquista y por dar amparo a sus propios feligreses perseguidos. Muchos de ellos sufrieron hasta doce años de cárcel, en unas condiciones muy crueles, que quedaron plasmadas en el documental Apaiz kartzela (La cárcel de curas), estrenado en 2021.
Su codirector, Oier Aranzábal, explicaba que estos curas eran encarcelados "por denunciar la opresión de la dictadura a través de sermones y encierros". Una protesta con especial peso en Euskadi, aunque la concordataria de Zamora también albergó buen número de clérigos de Cataluña, Galicia y algunos de Madrid.
Uno de estos presos, Josu Naberan, relata precisamente que en la época más cruel del franquismo a estos curas se les llegaba a aplicar la Ley de bandidaje y terrorismo. "No sabíamos manejar ni una escopeta y nos juzgaron por terrorismo", reflexiona.
Entre estos encarcelados destaca Xabier Amuriza, posteriormente conocido por su actividad como versolari y promotor del euskera. De hecho, este versolari inmortalizó la cárcel de Zamora en sus estrofas tituladas "Espainian behera, hor dago Zamora" (abajo, en España, ahí esta Zamora), en la que originariamente describió sus años de encarcelamiento y cuya melodía fue extendida en el uso popular vascófono.
Otros internos fueron Mariano Gamo (cura de Nuestra Señora de Moratalaz en Madrid); el jesuita obrero Francisco García Salve (fundador del sindicato Comisiones Obreras en Barcelona); Francisco Botey; Lluís Maria Xirinacs; Vicente Couce (de la parroquia de Santa Marina del Ferrol en Galicia); Carlos García Huelga; Felipe Izagirre; Juan Mari Zulaika; Lukas Dorronsoro y Mikel Zuazabeitia (arrestados por participar en una manifestación de trabajadores); o Mariano Gamo.
Realmente, la Cárcel concordatoria de Zamora en un pabellón específico y separado dentro de la propia Cárcel Provincial de Zamora. Los clérigos encarcelados no compartían espacio con el resto de presos (comunes y políticos) del penal. Pese a eso, todos ellos sufrieron las extremas condiciones que suponía el internamiento en la fría Zamora de aquella época.
Josu Naberan, Juan Mari Zulaika, Xabier Amuriza y Eduard Fornés son los encargados de relatar en este documental las penurias vividas en aquellos años de encarcelamiento en la Provincial de Zamora. El documental narra su vuelta a esta prisión, cerrada y abandonada desde hace años, donde recuerdan su cruel encierro por la represión franquista.
Aunque este audiovisual también recoge las experiencias de Julen Kaltzada, Jon Etxabe, Periko Solabarria, Periko Berrioategortua, Juan Mari Arregi, Martin Orbe, Felipe Izagirre, Lukas Dorronsoro, Vicente Couce, Nicanor Acosta, Mariano Gamo, Josep Maria Garrido, Andreu Vila, José Antonio Calzada, Mikel Zuazabeitia y Pablo Muñoz.
"Zamora estaba amurallada de invierno antes que piedra"
Y es que el penal de Zamora no era precisamente un paraíso. Escritos de la época ya denunciaron que la concordataria de Zamora se componía de salas de 75 metros cuadrados con techos especialmente altos, donde la temperatura era la misma dentro que en el exterior. Solo una reja de hierro y un doble tramo de escalera protegía las estancias del viento, por lo que en cualquier noche invernal de menos diez grados, las temperaturas en las estancias eran de como mucho cinco grados.
De hecho, el cura castellano-manchego Mariano Gamo asegura en el documental que, "Zamora estaba amurallada de invierno antes que piedra", al sufrir las extremas temperaturas a las que se enfrentaron en este penal.
Casi consuela que todos ellos durmieran juntos, ya que este módulo solo tenía una celda individual, la de aislamiento que, por cierto, apenas tenía 5 centímetros cuadrados y en la que Jon Etxabe relata que estuvo encerrado todo un año, demostrando que no estaba especialmente preparada para largas condenas.
La premura por buscar una alternativa de reclusión de estos curas revolucionarios fue tal que durante el primer año no había ni estufas, televisión o radio. Así lo explica el párroco Martín Orbe, que durante el documental asegura que "estaba prevista para llevar a los presos a los juzgados" o como cárcel intermedia hasta su reclusión definitiva en otro penal.
Pero muchos de ellos pasaron entre siete y doce años en este penal zamorano, donde por no tener, casi no tuvieron ni comida. El primer preso recluido en la concordataria de Zamora, Alberto Gabikagojeaskoa recuerda en el documental que "si salimos sanos de allí, en parte fue porque desde fuera nos enviaban comida, tras haber reunido dinero entre muchas personas".
Un intento de fuga
Durante el documental, los expresos que volvieron a Zamora desvelaron el intento de fuga que los propios curas orquestaron en aquella época. Pasando por el antiguo lavadero, estos recordaron la que pudo ser su puerta hacia la liberad. Fueron Jon Etxabe y Josu Naberan quienes tuvieron la idea de construir un túnel para escapar y, poco a poco, más párrocos se sumaron a la idea. Vicente Couce, quien estudiaba electricidad por correspondencia aprovechó su experiencia para instalar bombillas a lo largo del túnel.
La comunicación entre ellos se establecía a través de walkie-talkies ingeniosamente camuflados en una lata de bonito en conserva procedente de Ondarroa. Para mantener la discreción y confundir a los funcionarios, estos presos pasaban sus horas de excavación jugando al tenis de mesa mientras excavaban el agujero, para mitigar el ruido. Este ambicioso túnel, que medía unos veinte metros de largo, se completó tras dos años de constante trabajo.
Sin embargo, la noche de la fuga, la luna estaba llena, obligándolos a esperar pacientemente para evitar ser descubiertos por los guardias en las torres de vigilancia. Cuando finalmente se aventuraron a escapar, fueron descubiertos. En un acto de solidaridad y camaradería, los tres presos con las condenas más largas decidieron asumir la responsabilidad por la fuga.
Motines, incendios y huelgas de hambre
Pero este no fue el único momento de rebelión de los párrocos encarcelados en Zamora. No fueron pocas las protestas, huelgas de hambre y hasta motines que protagonizaron estos religiosos durante sus años de encierro. Estaban hartos del trato y la censura a la que se les estaba sometiendo.
No en vano, apenas tenían contacto con familiares y cuando podían encontrarse con ellos estaban sometidos a exhaustiva vigilancia. Su correspondencia se revisaba y censuraba, ante la más mínima sospecha. "Llegaron a adquirir un tono ridículo", recuerdan.
Tampoco se libraban de esa censura los pocos libros y periódicos a los que tenían acceso. Los párrocos aseguran en el documental que eran auténticos "métodos inquisitoriales". La cosa llegó a tal punto que se censuraron los apuntes de filosofía impresos por la propia Facultad de Valladolid, en la que estaban matriculados varios sacerdotes internados en Zamora.
Lo mismo pasaba con textos de Miguel Hernández, Pablo Neruda o del zamorano León Felipe. Cualquiera de sus publicaciones que pudiera contener temas "que rocen la más elemental problemática socio-política fue considerada como literatura panfletaria".
Ante esta asfixiante censura y las durísimas condiciones físicas por las que se les hacía pasar, estos curas se organizaron de forma muy eficiente para amotinarse en la prisión en 1973. "Destruyeron en menos de cinco minutos todos los objetos que se encontraban a su alrededor: sillas, mesas, puertas, colchones y casi todos los cristales. Lanzaron por el patio el televisor e incluso quemaron el altar con furia bíblica", recoge Fernández Hoyos en su ensayo sobre la concordataria de Zamora. Un motín que llegó a alcanzar calado internacional, y cuyas imágenes se emitieron en los medios de comunicación internacionales.
El fin de la cárcel de curas
Precisamente en ese año se encerró al último cura en la cárcel de curas de Zamora. Pero tuvieron que esperar tres años más para que, con la ley de amnistía, los últimos párrocos presos salieran del penal zamorano y esta dejara de funcionar como cárcel concordatoria. Estos fueron Julen Kaltzada y Jon Etxabe.
Tras su paso por la Cárcel Provincial de Zamora, muchos de estos religiosos colgaron los hábitos desengañados de la propia institución religiosa. "Queríamos cambiar la Iglesia; pero fue la Iglesias la que nos cambió a nosotros", confesaba Juan Mari Arregi en el documental.
La razón estaba clara. Vicente Couce aseguraba también en el filme que fue la jerarquía eclesiástica sabía "que se mataba". Acusó a la propia Iglesia Católica de ser "cómplice de todos los crímenes, y lo sigue siendo, porque aún hoy no pidió perdón".
"Decidí dejar de ser cura en la cárcel. Yo renací en la cárcel de Zamora", apunta igualmente Nicanor Acosta. Tras su paso por la concordataria, salió "convencido de que hay que organizarse, tomar con mucha más seriedad y contundencia la respuesta a la dictadura". Y es que muchos abandonaron los hábitos, pero ninguno la lucha social, política y obrera.