Cuando pensamos en monjas, se nos vienen a la cabeza unas entrañables señoras que enmarcan sus rostros en un recatado hábito, elaboran los más deliciosos dulces y que dedican su vida a cuidar de los conventos y hacer labor social para la Iglesia Católica. Pero en el siglo XIII, las monjas de Dueñas organizaron toda una revuelta contra el entonces obispo de Zamora, Suero Pérez por sus firmes convicciones. 

Pero para entender esta revolución de las monjas zamoranas tenemos que entender el contexto histórico de la época. En Europa, una corriente religiosa novedosa, liderada por los dominicos y franciscanos, y que se expande por las ciudades episcopales. Un nuevo movimiento religioso que comenzaba a generar tensiones con los obispos de muchos territorios. Y es que los líderes religiosos veían amenazado su poder y no tardaron en responder marcando territorio.

En el caso de Zamora, es en 1219, cuando surge el primer convento dominico de Zamora gracias a la visita de Domingo de Guzmán. En un primer momento, su creación queda condicionado a la obediencia a los obispos, a no interferir en asuntos episcopales y, por supuesto, a no recibir diezmo ni dinero sin previo permiso episcopal.

Pero tenemos que llegar hasta 1258, cuando el caballero Ruy Peláez y su esposa Elvira deciden separarse por motivos religiosos. El fervor religioso lleva a Ruy a ingresar en la Orden de Santiago, renunciando a sus derechos sobre Elvira. Sin embargo, Elvira, junto con su hermana Jimena, busca fundar un convento bajo la Orden de San Agustín según la regla dominicana en Zamora.

En 1259, solicitan al obispo don Suero permiso para adquirir un solar en el popular barrio de San Frontis. El obispo colabora, pero les exige varias condiciones que incluyen la supervisión episcopal. Las recientes monjas aceptan en apariencia, sí, pero tienen planeada una nueva religiosidad y su deseo es claro: ser dominicas y lograr la independencia del obispo.

Convento de Santa María la Real de las Dueñas

En 1264, el papa Clemente IV otorga un privilegio a los dominicos, entregando a las monjas al "magisterium y doctrina de los frailes", desafiando el acuerdo inicial con el obispo. Doña Elvira jura como primera priora en Las Dueñas, manteniendo control sobre sus posesiones, que no serían pocas, ya que la mayor parte de las monjas de este convento pertenecían a la nobleza de la época.

Primeras peleas con don Suero

En 1270, empieza el "festival zamorano" cuando el obispo intenta visitar el convento, las monjas le niegan la entrada. Don Suero responde excomulgando a varias de las monjas y solicitando ayuda al papa para que reprenda a las monjas. Pero el poder dominico en el convento es evidente, y queda claro que el obispo no se está enfrentando con mujeres débiles, sino con individuas de alto estatus, carácter y con formación. María Luisa Bueno explica en un estudio realizado para la Universidad Autónoma de Madrid, que este conflicto revela la capacidad de estas mujeres para desafiar la autoridad episcopal en el ámbito monacal.

En los años siguientes, las monjas de Las Dueñas llevaron a cabo varias ventas y compras de inmuebles y otros actos sin obtener el permiso necesario del obispo, mostrando de nuevo que eran mujeres astutas y nada sumisas.

Sin embargo, en el seno del convento surgía una división entre aquellas que preferían permanecer bajo la tutela del obispo y las que decididamente optaban por entregarse a los frailes dominicos, tal y como relata Peter Linehan en su libro 'Las dueñas de Zamora: Secretos, estupro y poderes en la Iglesia española del siglo XIII'.

A pesar de las numerosas visitas del obispo para marcar su territorio, las monjas se dedicaban a 'vacilar a don Suero. El procedimiento siempre era el mismo: renovaban su compromiso con el obispo, pero cuando las puertas se cerraban, las monjas continuaban actuando a su libre albedrío. Algo que provocó un incesante ciclo de excomuniones, interdictos y conflictos en el convento, y que persistió durante al menos siete años.

Entre 1277 o 1978, la ciudad de Zamora se comenzaba a murmurar sobre las confianzas de los frailes en el convento femenino y en concreto, con las monjas. Así que don Suero visita de nuevo el convento acompañado de testigos en 1278 decidido a acallar los rumores.

En esta ocasión, no busca formalidades, sino que indaga directamente sobre la observancia de la 'regla' en el convento. El obispo nombra a María Martínez como nueva priora, una mujer de su confianza que intentará respaldar el mando del obispo en el convento. María Martínez reconoce los derechos episcopales y acepta el hábito de los predicadores "por favor" del obispo, como indica María Luisa Bueno en su trabajo 'Santa María de las Dueñas de Zamora. ¿Beguinas o monjas? El proceso de 1279'.

La gran rebelión

Sin embargo, en 1279, surge una rebelión mayoritaria contra la disciplina y la autoridad de la nueva priora y el obispo. La mayoría de las monjas, muy descontentas, se alinean bajo la jurisdicción de los predicadores dominicos, desafiando tanto a la priora como al obispo. Algo que llevó a algunos dominicos a apoyar su rebelión.

Poco después, don Suero prohíbe la entrada de los frailes al convento mediante una carta dirigida a la priora María Martínez. Al leer esta visiva se desata el caos en el convento con insultos, agresiones a la priora, y hasta el encierro de algunas monjas. Lo que venía gestándose desde 1270 finalmente explota y se hace público en la ciudad. La intervención del obispo se vuelve inevitable.

Esta intervención desata una rebelión generalizada con la participación de la mayoría de las monjas del monasterio. Violencia, falta de disciplina, quebrantamiento de reglas y salidas del convento sin permiso se volvieron la tónica habitual en el seno de las Dueñas de Zamora.

María Luisa Bueno explica en su ensayo que la cercana relación entre los dominicos y las monjas, con la ausencia de una estricta separación entre hombres y mujeres originaron fuentes de tensiones, al percibirse como comportamientos inusuales y peligrosos según las normas de la época.

Ya en 1279, el obispo de Zamora, acompañado de los abades de los monasterios de Moreruela y Valparaíso, así como el maestrescuela de la Catedral y el tesorero, irrumpieron en el convento de las Dueñas para intentar sofocar la rebelión de las monjas zamoranas.

Interrogatorio

Durante el interrogatorio, las Dueñas dejaron en claro que su actitud rebelde no era un capricho, sino el resultado de una profunda comprensión de sus deseos para el monasterio y las líneas que no estaban dispuestas a cruzar. Esta confrontación marcó un desafío directo entre los deseos y convicciones de las Dueñas y la autoridad extensamente cuestionada del obispo don Suero.

En respuesta a las preguntas del obispo, María Alfónsez, una de las monjas, insinuó que quienes estaban a favor de los frailes dominicos eran responsables de graves insultos a la priora, sin proporcionar nombres. Caterina de Zamora admitió haber vendido trigo fuera del convento, aparentemente inofensivo hasta que se reveló que lo hizo acompañada de un clérigo, Pedro Pérez, su amante según otras testigos.

La situación se complicó aún más con testimonios que sugerían la intervención de los frailes en asuntos del convento. Así, la priora declaró que las reglas del convento eran reiteradamente violadas o cuestionadas. Y es que las monjas recibían cartas y regalos de los dominicos, quienes incluso pasaban mensajes por los agujeros en el muro, llevados por mujeres. La priora argumentaba que los frailes participaban en actividades indecorosas dentro del convento, incluyendo desnudos frente a las monjas y recitar versos lascivos para ellas.

Ante tales acusaciones, las Dueñas rebeles defendieron que su contacto con los dominicos varones se justifica dentro de la dimensión de la religiosidad que profesan. Para ellos, no existe una drástica separación de género, ya que se consideran parte de comunidades de "predicadores", desafiando así la dicotomía propuesta por el obispo.

Las acusaciones de la priora generan gran indignación entre las monjas señaladas. Los testimonios de María Martínez son rechazados, y algunas monjas, como Perona Franca, acusan a la priora de presentar cartas falsas al obispo. La acusación central es que la priora, al estar sola en sus actuaciones, ha difamado a las demás monjas que están a favor de los dominicos, distorsionando así la verdadera naturaleza del conflicto.

Las monjas rebeldes, mayormente las dueñas más formadas y mayores, utilizan la fuerza de las palabras y los escritos para captar el apoyo de las jóvenes más indecisas. Se justifica la revuelta argumentando la pertenencia del convento a la orden dominicana, amenazando a las jóvenes y desafiando la autoridad de la priora.

La revuelta en el convento alcanzó su punto álgido cuando las monjas se enfrentaron a la priora, la insultaron, amenazaron y la destituyeron de su cargo. El caos se apoderó del lugar, con monjas liberadas por la fuerza. La situación, según los testimonios recogidos por Peter Linehan en los archivos de la época, era caótica, desafiando las normas monásticas y creando un escándalo que no pasó desapercibido en la pequeña ciudad.

Fin del conflicto tras la muerte de don Suero

En respuesta a las acusaciones proporcionadas por don Suero, el papa Nicolás III ordenó una nueva investigación en 1280, pero las monjas no se presentaron al requerimiento del prior de Valladolid. Para 1281, las Dueñas habían trasladado su residencia a Benavente, fuera del alcance de don Suero, ya que esta ciudad pertenecía a la diócesis de Oviedo. Durante este tiempo, varios informes llegaron a Roma acusando a las monjas de vender los bienes de la comunidad, lo que añadió otra dimensión más al conflicto.

Los asuntos en el Vaticano avanzaban lentamente, con varios papas involucrados hasta la resolución final en 1285, bajo el pontificado de Honorio IV, partidario de los dominicos. En esta versión, los frailes retrataron a las monjas como "vírgenes prudentes", mientras que los supuestos amantes fueron presentados como víctimas inocentes de la persecución del obispo. Don Suero no pudo llegar a Roma para dar su versión, ya que falleció en 1286.

El fin del conflicto se logra con la llegada del obispo don Pedro a la sede de Zamora. Posiblemente influenciado por la intervención papal, el nuevo obispo no tardó en tomar cartas en el asunto y, en 1288, estableció nuevas normas para el monasterio de Las Dueñas.

Las monjas obtuvieron libertad bajo la autoridad del General de la orden de los predicadores, y el obispo renunció al gobierno del monasterio, aunque mantuvo el derecho sobre los diezmos. 

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