El obispo de Zamora ruega con la Cruz de Carne por el fin de la pandemia
Juanma de Saá / ICAL
El obispo de Zamora, Fernando Valera, destacó hoy el trabajo del personal sanitario “en este gran hospital de campaña en que se ha convertido el mundo” y recordó: “A todos los que hacen cada día el milagro de atender a nuestros enfermos, que se juegan la vida; nuestros sanitarios, que tanta entrega y bien hacen; de tantas personas generosas y tanto bien que hay a nuestro alrededor”.
Monseñor Valera Sánchez pronunció estas palabras durante la homilía de la misa que presidió y en la que impartió la bendición sobre los cuatro puntos cardinales de la Diócesis de Zamora con la Cruz de Carne, rogando a Dios por el fin de la pandemia de coronavirus, según anunció en un decreto emitido el pasado viernes por el que se impartirá esa bendición el Miércoles de Ceniza y los viernes de Cuaresma.
De esta forma, en consonancia con las orientaciones y normas de la Iglesia universal, de ayuno, oración y limosna, todos los viernes de Cuaresma “serán días en los que se procure la adoración del Santísimo durante toda la jornada, se habiliten espacios seguros y tiempos para la celebración de la Penitencia y se pueda meditar el Santo Vía Crucis”, expuso.
“Hoy, al inicio de esta Cuaresma, pido al Señor el fin de la pandemia y la curación de todo mal. La curación de las heridas interiores, los corazones heridos, esperando a mi Dios que me alcance en mi fragilidad, de tanta gente que hoy está deseosa de recibir la Santa Ceniza en nuestras celebraciones, las heridas psíquicas, las de los recuerdos, las íntimas, que son tantas veces causa de enfermedades físicas”, señaló.
“Una Cuaresma para cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa de la pandemia. Ofrezcamos una palabra de confianza para que el otro sienta que Dios lo ama. Dios te ama a ti y a mí como a un hijo. El Evangelio nos propone ayuno, limosna y oración. Privarse de comer, de todo lo que no favorece tu crecimiento interior. Se nos pide una conversión a la pobreza, la sobriedad, una vida de austeridad, no solo a las cosas materiales, sino en críticas, murmuraciones y descalificaciones”, añadió.
Tradición oral
La Cruz de Carne, hecha en el siglo XIV con lienzo de lino, cera, seda, aljófares y adornos dorados, hace referencia a una tradición oral, recogida en una tabla conservada en la Catedral, según la cual, ese siglo, un monje benedictino llamado fray Ruperto suplicaba junto a un olivo en la huerta de la iglesia de San Miguel del Burgo el cese de la denominada Peste Negra. En ese momento, se le apareció un ángel y le entregó una cruz, asegurándole que, mientras se conservara y se venerara, el pueblo quedaría libre de cualquier epidemia.
La cruz se custodió en la iglesia de San Miguel del Burgo, como lo demuestra una bula del papa Julio II dada en Roma el 16 de agosto de 1509, concediendo cien días de indulgencia a los fieles que visitasen dicho templo, donde se hallaba un ‘lignum Crucis miraculose inventum’.
Al derribarse esta iglesia, a finales del siglo XVI, fue trasladada al monasterio de San Benito, donde recibió culto en una capilla lateral, excepto entre 1809 y 1814, cuando fue guardada en la Catedral ante el peligro que suponía la invasión francesa. Finalmente, debido a la exclaustración de la comunidad benedictina, se trasladó solemnemente a la Catedral en agosto de 1835, donde actualmente se custodia en el sagrario del retablo de la capilla de Santa Inés. En esa capilla también se conserva una tabla pintada del siglo XVIII con la imagen y el texto que narra el hecho prodigioso de la entrega de la cruz al monje benedictino, según explicó el deán-presidente del Cabildo Catedral de Zamora, José Ángel Rivera.
La teca de plata en la que se custodia la reliquia está perfilada por ocho lóbulos y alberga una cruz potenzada confeccionada con lienzo de lino, con manchas polícromas, y una pequeña porción de cera verdosa en la intersección de sus brazos. Va sobrepuesta a otra tela de seda adornada con bordados a modo de potencias, lentejuelas, cordones y pasamanería dorados y aljófares. El relicario, hecho en plata en su color, con toques sobredorados, fue fabricado hacia 1807 por el platero zamorano Vicente González, según apuntó Rivera de las Heras.
Es probable que la reliquia, que mide unos tres centímetros de lado y medio de grosor, fuese venerada en 1918 con motivo de la epidemia de gripe que se extendió por el continente europeo.
Según las descripciones de Agustín de Rojas, “esta carne está cecinada, de color leonado, envuelta y cosida en un lienzo antiguo, impregnado por algunas partes de sangre”. Existe la tradición de que un clérigo incrédulo que, en acto de la adoración quiso experimentar la materia, clavó en la Cruz un alfiler y un chorro de sangre que brotó de la herida lo dejó ciego instantáneamente.