Llamada a combatir el virus del miedo con la vacuna de la bondad en el Sermón de las Siete Palabras
El padre Víctor Herrero de Miguel (Salamanca, 1980), de la Orden de los Hermanos Menores de los Capuchinos, llamó hoy a todas las personas a que cuando se les inocule el virus del miedo en sus vidas, la promesa de Dios se convierta en vacuna y confíen en que “en lo hondo, lo bueno siempre podrá ser”.
Herrero de Miguel, que invitó a todos a que se dejen amar este Viernes Santo por las “siete palabras de Jesús”, fue el encargado de pronunciar el Sermón de las Siete Palabras de la Semana Santa de Valladolid en un acto que congregó a unas 280 personas en la catedral, debido a que la lluvia obligó a trasladar al templo este acto, previsto en la plaza Mayor y que era el único que se iba a celebrar en la calle, ante las restricciones del COVID-19.
De esta forma, el padre, que lució el hábito franciscano, invitó a los fieles a recordar las siete palabra de Jesús para que frente al “daño” recibido u ocasionado, surja el “perdón” y que la sed sea la bebida y la herida, el bálsamo. “Que en cada respiración, como Jesús en su palabra última, pongamos nuestras vidas en las manos del Padre, nuestras vidas reales y concretas, que surgen como barro enamorado de las manos de Dios”, dijo para recordar a la niña de tres años Ayana, que falleció tras llegar a Canarias en patera.
Por ello, Víctor Herrero de Miguel consideró que Jesús, el Crucificado, con sus últimas palabras realiza “siete actos de amor” que a su juicio consisten en liberar a todos de las cadenas del pasado, abrir las puertas del futuro, enseñar a vincular el presente, a acompañar desde su intemperie, a regalar su deseo, a herir con su herida y a enseñar que “la vida es un don que consiste en darse”.
En su primera palabra, 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, cuestiona la reducción del conocimiento humano, y del ser humano, a la técnica. “Es perversa porque transforma algo positivo e imprescindible en un absoluto, hace de un satélite un obstáculo que eclipsa el sol y nos impide recibir todos los matices de su luz, sobre todo los más tenues”, afirmó para insistir en que pensar que “sabemos siempre lo que hacemos o que somos solamente lo que sabemos o hacemos” es construir un falso techo en la “mansión de la intemperie”.
“En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”, fue la segunda de las palabras citadas por el padre para recordar que “perdonar” libera del pasado y prometer hace del futuro “un lienzo en el que lo imposible podrá ser”. Por ello, expuso que la promesa de Jesús a los crucificados con él no es un premio como el que dan los bancos a sus inversores más fieles, sino un acto gratuito de amor.
La tercera, “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “Ahí tienes a tu madre” le permitió ahondar en la “fraternidad” en un momento o en el que un virus ha demolido a su juicio los cimientos de la forma de vivir. Como franciscano, aseguró que “no es un ideal político ni una conquista cultural, sino una realidad que nos viene dada, como el color de nuestros ojos, la familia en la que nacemos o la lengua que hablamos desde la cuna”. Frente a ello situó la indiferencia, que definió como “la esclerosis del alma”, por lo que recordó que comportarse así con un ser humano, donde se encarna Dios, es serlo con él también.
Con la cuarta, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, el padre recuerda lo que vivió en la selva de Venezuela cuando en medio de una tormenta un rayo atravesó el pecho de un niño, Carlos José, al que horas antes había dado clase en la escuela. Entonces, dijo, se planteó el “porqué” de aquel hecho, pero “la soledad, el silencio, el frío”, que no se atenúa, surge con Dios la presencia temblorosa de una luz, “los primeros pasos de un camino”.
Esto le llevó a la quinta palabra, “Tengo sed”, con la que abordó el “deseo de Dios” de que entre los suyos exista un tipo de relación semejante al amor del agua, es decir: “gratuito, generoso y universal”. Además, en la sexta, recuerda que Jesús como un “notario”, da fe de que “todo está cumplido”, para desvelar que la esencia de la condición humana reside en la herida, en lo que marca a cada uno durante su vida, pero también en que la semilla ha dado sus frutos, como la oración en fe, la fe en amor, el amor en servicio y el servicio en paz.
Con la séptima palabra del sermón, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, recordó el último aliento con el que se entrega a las manos de Dios, como las de la figura de Auguste Rodin. "Paz y bien a todos", concluyó el padre franciscano, a la que siguió la bendición por parte del arzobispo de Valladolid, el cardenal Ricardo Blázquez.
Valladolid, ciudad de nieblas y sol
Ante los asistentes al acto de la catedral, el salmantino confió en que sea recordado por estas palabras y agradeció la acogida que le brindó Valladolid, una ciudad “bañada por el sol y por las nieblas” en la que aseguró se ha sentido “en casa”. Entre los asistentes se encontraba el arzobispo Ricardo Blázquez; el obispo auxiliar Luis Arguello; el alcalde Óscar Puente, y el presidente de la Diputación, Conrado Íscar, entre otros autoridades civiles y militares.
La lluvia obligó este Viernes Santo a primera hora al Cabildo de la Cofradía de las Siete Palabras a suspender las actividades en la plaza Mayor ante la débil lluvia que caída de forma intermitente, por lo que la catedral se convirtió de este sermón, marcado por las restricciones de la pandemia, que impidieron a algunos fieles acceder al templo, donde se guardaron las medidas de seguridad para evitar contagios.