Viviendo en la calle, embarazada a los 13 años y en el pozo de las drogas
Cree que las personas sin hogar son "invisibles" en la sociedad y su sueño es poder ver a sus tres hijos juntos
2 febrero, 2023 07:00Ver a una persona sin hogar siempre hace que la sociedad piense mal. Los prejuicios están presentes. Son muchas las preguntas que vienen a la cabeza cuando ves a alguien durmiendo en la calle, pero casi nadie se para a descubrir por qué está ahí. El caso de Onassis Arieti es de esos que merece la pena ser contado. Tiene 43 años y entre idas y venidas lleva desde los 13 sintiendo el frío de las aceras durante largas temporadas.
La primera vez que se vio en la calle era menor y fue su propia madre quien le puso las maletas en la puerta. En Galicia. Ella no sabía qué hacer y fue a timbrar a su tía. “Mi madre solo entendía a golpes. Me vi sola, en una ciudad que desconocía y sin saber qué hacer”, relata Arieti. La situación no mejoró. Al poco tiempo acabó en centros de menores, pero embarazada. 13 años y ya tenía un bebé en su interior. Un niño que no buscaba y que vino de relaciones con un hombre que le sacaba más de 30 años. Su relación con él fue por el “consentimiento de mi abuela materna”. Ella fue quien le mandó ir con él y acabó teniendo un hijo que, a los tres meses, fue dado en adopción.
Hablar de esta situación y de su hijo hace que Onassis tenga la voz entrecortada y ese nudo en la garganta que aparece minutos antes de la primera lágrima. Mientras habla de Bryan, que ahora tendrá 30 años, siente una gran desesperación por no poder saber de él. “He intentado saber de él, lo he buscado. He llamado a personas, he tocado puertas y nada. Acabé en un psiquiátrico porque me dijeron que tenía brotes psicóticos y no era así. Solo quería verlo”, lamenta.
“Lo que más me atormenta es ver a mi hijo en un grupo de personas y no reconocerlo”
A los 16 años se fue a Santo Domingo, lugar donde nació, pero no estuvo demasiado tiempo. Pronto regresó a España gracias al dinero que este hombre, con el que había tenido el hijo, le mandó. Ella seguía siendo menor y le dejaba “bajo llave, sin poder salir”. En cuanto pudo, se marchó y fue a Sobrado del Obispo y a Montealegre.
Llegan sus 18 años. Tiene que irse de los centros y no sabe qué hacer. No conoce a nadie y no tiene donde hospedarse. Por ello, finalmente, vuelve a casa de este hombre. “En casa me maltrataban y, por eso, me apegué a él”, afirma con la voz llena de pena. Él le metió en un puticlub a trabajar: “No creo que haya una mujer en el mundo que le guste hacer esa labor”. Allí fue donde conoció al padre de su hija. Se fue con él “no porque estuviera enamorada sino porque era una vía de escape”. La relación no fue bien. Poco antes de tener a la niña conoció la droga: “No sabía que era peligroso. Una chica me dijo que eso no enganchaba, que solo lo iba a pasar bien. Pero aquello empezó a ir mal. Me metí hasta el pozo de cabeza”.
Se terminó marchando de ese lugar. No la ve desde los tres años. Le dio la custodia a una tia paterna. Alguna vez -reconoce con un tono bajo- se ha acercado a la casa en la que vive, pero volvió atrás, no tuvo valor de llamar. “He tenido tanto miedo al rechazo que me he ido”, asegura. Años más tarde tuvo otro hijo: Camilo Junior. Él, en la actualidad, está con su abuela paterna.
Tuvo una “temporada buena” con las drogas. Estuvo en tratamiento y salió a flote. En ese momento conoció a Virgilio. Un hombre al que recuerda con una enorme sonrisa. “De todo, me quedo con él. Mi vida fue más bonita a su lado, pero murió”, asegura.
Después de dejar las drogas, volvió a la calle. Entró en “shock”, le afectó tanto que acabó en psiquiatría “atada en una cama”. Asegura que cuando estás sin hogar, en la calle, “duermes con un ojo cerrado y otro abierto”.
"La gente es muy cruel, somos invisibles"
Onassis considera que la “gente es muy cruel” y que las personas sin hogar son “invisibles”. Cuando están pidiendo en la calle, “nadie nos ve”. En referencia a ello, muchas veces la sociedad tiene un cierto hartazgo puesto que se sienten ‘estafados’ al dar dinero a las personas sin recursos. Muchos de ellos aprovechan lo que les dan para gastárselo en cosas que no son alimentos o productos de primera necesidad. Ella afirma que, en ese sentido, entiende a la gente: “Yo también tuve una época que me lo gastaba en drogas, entiendo que las personas puedan pensar mal, pero yo ahora cuando pido es porque no tengo para comer”.
En su caso, ha estado varias veces trabajando en casas, limpiándolas pero "no es lo mismo tener los papeles que no". Además, asegura que muchas personas no le querían "contratar" y que le mandaban hacer horas y luego no le pagaban lo que le correspondía.
"Cáritas es la casa de la gente que está en la calle"
Ella vino a Valladolid hace poco más de un año. Estuvo en una situación complicada hace tiempo en Galicia, a punto de morir, y le dijeron que viniera para aquí. En la ciudad del Pisuerga ha encontrado Cáritas que asegura que es “la casa de la gente que está en la calle”. Si no existiera, ella ya “no estaría en Valladolid”.
En alguna ocasión, ha preferido estar en la calle “para poder ir allí a estar con toda la gente y recibir el calor humano”. Un sitio en el que “empatizan contigo, te apoyan”.
Desde Cáritas han realizado un Museo de las Personas sin Hogar del que ella es guía, ubicado en el claustro de los Agustinos Filipinos de la capital. De este modo, 120 personas, entre las que hay 50 sin hogar, han sido los que han organizado este espacio y dan luz a 23 piezas de la muestra. Están repartidas en seis espacios y muestran la realidad que viven para que los demás las puedan conocer y tomen conciencia y denuncien la situación.
Hay una sala que es la de la Esperanza donde todos han ido plasmando sus deseos. “Ver a mis tres hijos juntos”, ese es el suyo. Sin embargo, cree que es algo “inalcanzable”. Por ello, lo que ve más cerca es “un trabajo, una casa, lo cotidiano”.