Es la palabra más temida por cualquier paciente de cáncer. Cuando el término metástasis se asoma por los labios del oncólogo, todos los mensajes positivos que se han escuchado sobre la enfermedad ("se cura", "ya no es lo que era", "hay millones de supervivientes") se desvanecen como por arte de magia, a pesar de que la curación de tumores malignos metastásicos es posible en algunos casos.
Descifrar el mecanismo detrás de las metástasis y conseguir evitarlas ha sido el sueño de la ciencia desde hace años y se trata de un objetivo cada vez más cercano, como demuestra un estudio publicado este miércoles en Nature, que ha contado con participación de investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).
Hace pocos años se descubrió a unos actores clave en el panorama de la formación de metástasis. Se llaman exosomas. Lo más cercano a su definición es que son como pequeñas vesículas extracelulares que, cargadas de proteínas, lípidos y moléculas de ARN mensajero, salen disparadas de una célula y viajan por el torrente sanguíneo para transportarlas a otras células. En el tejido sano, estas bolsitas parecían no tener mucha importancia, ni por el contenido ni por el continente.
Pero ya en 2012 se observó que los tumores malignos eran mucho más propensos a disparar estas vesículas y que, por lo tanto, una presencia elevada de exosomas se podía asociar a un mayor riesgo de metástasis.
Ahora se ha ido mucho más allá y los investigadores dirigidos por David Lyden, del Weill Cornell Medical College, han descubierto que estos derivados del tumor cuentan con una especie de código postal, que les indica a qué órganos dirigirse y, de alguna forma, prepara a estos sitios distantes del tumor primario para recibir a las metástasis.
Los científicos han conseguido descifrar ese código, una firma molecular que cambia según su lugar de destino. En concreto, lo que descubrieron es que los tumores que secretan exosomas con una presencia elevada de unas determinadas integrinas (α6β4) eran más proclives a hacer metástasis en el hígado, mientras que los que portaban más integrinas de otro tipo (α6β1) tendían a multiplicarse en el pulmón.
Buena noticia, con cautela
Héctor Peinado, jefe del Grupo de Microambiente y Metástasis del CNIO, explica a EL ESPAÑOL la magnitud de este macrotrabajo, que cuenta nada menos que con 54 autores. "El hallazgo se ha probado de dos formas; por una parte, se han analizado los exosomas de pacientes que ya tenían metástasis y se ha visto cómo cuadraba la composición de los mismos con los lugares adonde se había extendido el tumor; por otra, se ha demostrado de forma prospectiva; se analizaron los exosomas de enfermas de cáncer de mama, que no se sabía si iba a causar metástasis o no y se vio qué pasaba al cabo de los años y se validó nuestra hipótesis".
El científico español hace, sin embargo, un llamamiento a la cautela. Aunque los exosomas se pueden extraer de la sangre de los pacientes (lo que se conoce como biopsia líquida), todavía no se puede hablar de una herramienta predictiva. "Harían falta ensayos clínicos más multitudinarios para validar la traslación a la clínica del trabajo", comenta Peinado.
Ese es uno de los caminos que se abre tras la publicación de este estudio pero poder predecir que se va a sufrir una metástasis y dónde no es suficiente, sobre todo mientras este tipo de extensión tumoral siga estando asociada a un mal pronóstico.
Lo ideal sería poder acabar con esos exosomas que preparan al órgano distante para recibir a las nuevas células tumorales. Pero no se trata de una tarea fácil, como recalca el investigador. En teoría, explica, se podrían desarrollar fármacos que se dirigieran a esas integrinas indicadoras de malas noticias pero el problema es que se trata de moléculas también presentes en células sanas. "La idea sería desarrollar agentes que fueran capaces de acabar con ellas sólo en los exosomas tumorales", puntualiza el experto.
Para ello, Peinado y el resto de los autores, que han patentado su descubrimiento, pretenden contar con la industria farmacéutica sobre todo para llevar a cabo los grandes ensayos clínicos necesarios para trasladar el hallazgo a la práctica clínica.
"Éste ha sido un trabajo muy costoso en tiempo y en tecnología, para futuras investigaciones, lo ideal sería poder analizar el plasma de pacientes que participen en ensayos de farmacéuticas que ya estén evaluando determinados medicamentos", concluye el investigador español.