Como suele ocurrir con la Física, la mayor parte de los ciudadanos nos quedamos en blanco al escuchar conceptos como espectroscopía láser de alta precisión -el ámbito por el cual Theodor Wolfgang Hänsch obtuvo su premio Nobel en 2005- pero no tenemos ningún problema en disfrutar de los avances científicos y tecnológicos que estos hallazgos nos brindan.
En resumen, se trata de utilizar el láser para saber más de la luz y de la materia. EL ESPAÑOL aprovechó la visita del alemán a Madrid, como jurado de los premios Fronteras del Conocimiento en Ciencias Básicas, para proponerle un juego: en lugar de preguntas, le lanzamos postales sobre su vida o sobre la ciencia para que respondiera lo que las imágenes le sugirieran. "Me parece bien", contestó.
La primera es de 1957, y sale usted, con 16 años, comprando mesotorio -un elemento radiactivo- en una fábrica de pintura de Heidelberg.
Sí, era mi hobby en aquel tiempo, lo disfrutaba enormemente. Empecé haciendo experimentos de química pero tuve un accidente y casi pierdo el oído, así que me pasé a la física y la electrónica. Construí en casa una máquina de rayos X con un medidor Geiger; para calibrarlo, fui al laboratorio de Otto Haxel en la Universidad de Heidelberg y uno de sus ayudantes me ayudó. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que tenían mucho mejores juguetes de los que yo tenía en casa. Así, empecé a querer convertirme en físico nuclear, que era lo glamuroso en aquella época. Sobre el mesotorio, había una empresa que hacía pintura con estos tintes y en aquella época no había tanta preocupación, así que le vendieron a un adolescente una cantidad increíble de material radiactivo.
1964. Su visión, por primera vez, de un láser de helio-neón en funcionamiento.
El láser había sido inventado unos años antes. En el instituto de física aplicada de Heidelberg habia un láser que había construido Peter Toschek, porque en aquella época no podías comprarlo, tenías que hacerlo. Era precioso, mostraba ese patrón moteado, era cautivador y me animó a dejar la física nuclear y centrarme en los láseres para ver qué se podía hacer con ellos.
En aquellos días no estaba claro si los láseres servirían para algo. Había algunas aplicaciones, por ejemplo el patrón moteado que podía usarse para diagnósticos del ojo, para ver si tenías miopía. Hoy, por supuesto, tienen aplicaciones en todas las ramas de la ciencia y la tecnología, incluso las tetinas de los biberones son agujereadas con laser.
Un salto en el tiempo y este titular de periódico de 1999: "Físicos de Harvard reducen la velocidad de la luz a 60 kilómetros por hora".
No es un trabajo nuestro, pero es algo que capturaba la imaginación de la gente porque es posible ralentizar mucho la luz. Y se relaciona con mi trabajo porque, haciendo la tesis en Heidelberg, desarrollé una teoría para explicar fenómenos que estábamos detectando en los láseres de neón-helio, una de ellas era la posibilidad de crear luz lenta. En aquel momento no había posibilidad de hacer láseres ajustables, pero hoy en día sí, incluso puedes detener la luz del todo.
Volvamos a 1970, en Stanford. El sabor de un láser comestible.
Puede tener cualquier sabor que quiera. El láser comestible (PDF) fue el producto de experimentos anteriores con láseres de hidrógeno tintados. Muchos tintes pueden mostrar un fenómeno de amplificación de la luz por estimulación, una amplificación enorme, mucho mayor que a la que estábamos acostumbrados con láseres de gas. Sobre todo funcionaban en líquidos, así que pensamos que también podía hacerlo en gelatina. Primero lo intentamos con Jell-O del supermercado, en varios colores y sabores, pero luego escogimos un tinte que sabíamos que funcionaba, creo que fluorescencia de sodio, y lo introdujimos en gelatina transparente. Podías hacer un láser así y luego cortar la gelatina con un cuchillo y todavía era comestible. La concentración de fluorescencia era baja, por tanto no era tóxica: lo catalogamos como comestible pero no nos lo comimos.
Lo fascinante de aquello es esa mentalidad tan creativa, de prueba y error, que había entonces.
Era como un juego. No teníamos otra cosa en la mente que no fuera divertirnos. Pero a partir de eso trabajamos en estudios que decían que, si todo aquello funcionaba, podíamos describir lo que se conoce como retícula de difracción; fue la primera demostración de láseres de realimentación distribuida, que son los que están hoy día en los semiconductores, la forma más común de láser usada en telecomunicaciones.
Otra postal de esa época. La imagen de Bill Gates vendiendo tarjetas perforadas en el Club de Informática de Stanford o de Steve Jobs como compañero en sus clases de electricidad y magnetismo.
Sí, era el embrión de la era de los ordenadores. Aún no sabíamos dónde acabaríamos todos, había cientos de emprendedores de distintas compañías. No estaba claro que los microprocesadores fueran a ser útiles, y creo que Jobs fue uno de los primeros en tener esa visión de que todo el mundo los usaría. Recuerdo que las primeras aplicaciones que salieron en esa época fueron las hojas de cálculo o los procesadores de texto.
1986. El olor a nuevo del Instituto Max Planck de Física Óptica, que inauguró y donde pasaría la mayor parte de su carrera científica.
Cuando empezamos estaba vacío, tuvimos que construir un nuevo laboratorio, tuvimos suerte de atraer a algunos buenos estudiantes para empezar a publicar. Estaba preocupado al principio, había estado en Stanford, una de las mejores universidades del mundo y donde sólo una pequeña fracción de solicitantes era admitida, pero en Alemania cualquiera que quisiera estudiar física lo lograba. ¿Conseguiríamos estudiantes de la misma calidad y calibre? Por suerte, lo logramos.
Tras este repaso a los sentidos, queda el del oído. ¿Recuerda cómo sonó el teléfono el día que le llamaron para otorgarle el Nobel de Física?
El Nobel no era algo prioritario para mí. Había recibido otros premios y sabía que había sido nominado alguna vez, así que ya me lo había sacado de la cabeza. El día que llegó la llamada estaba preparando un viaje a California, y a mediodía mi secretaria me dijo "hay una llamada de Estocolmo". Era Gunnar Öquist, el secretario de la Academia Sueca, quien me dio las noticias. Hablaba con un acento sueco muy cerrado y pensé 'no puede ser una broma, quizá es cierto'. No había acabado de enterarme de que había recibido el premio cuando el teléfono empezó a sonar de nuevo: agencias de noticias, reporteros, equipos de televisión... en Alemania fue un gran evento porque hacía muchos años que un científico no ganaba el Nobel.
¿Cuántos años?
Creo que diez.