En el mundo existen 1,7 millones de especies de seres vivos descritas, pero se estima que aún quedan por descubrir o catalogar entre 5 y 50 millones, si se tiene en cuenta cualquier forma de vida. Curiosamente, algunos de estos descubrimientos no se producen en la naturaleza, sino en colecciones guardadas en centros de investigación y museos. La identificación por ADN es clave a la hora de encontrar nuevas especies.
Recientemente se publicó en la revista ZooKeys que dos investigadores alemanes habían descubierto 24 especies nuevas de escarabajo propias de los bosques tropicales australianos. Lo llamativo del asunto es que este hallazgo se produjo en diferentes colecciones de coleópteros almacenadas en un museo.
Casi todas las especies ahora catalogadas como nuevas fueron recogidas durante los años 80 y 90 del siglo pasado. El científico alemán Alexander Riedel tuvo la oportunidad de estudiarlos y descubrió las diferencias entre los especímenes, aparentemente similares.
"La mayoría de los insectos que se guardan en las colecciones de los museos no está catalogada", explica a EL ESPAÑOL Riedel. "De entrada, no hay imágenes o pistas para identificar muchos grupos de artrópodos". El científico pone como ejemplo algunos tipos de escarabajo diminutos, que miden entre 2 y 4 milímetros de largo. "Si algún experto se deja caer por ahí y echa un vistazo, podría encontrar material relevante para su investigación, seguro", afirma.
La mayoría de los especímenes de insectos que se guardan en las colecciones de los museos no está catalogada
Una opinión semejante tiene Ignacio de la Riva, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC especializado en anfibios de América Latina. "Este tipo de descubrimientos en colecciones ocurren a menudo, y deberían suceder más", comenta a EL ESPAÑOL. "En ocasiones puede haber material acumulado desde hace años e incluso siglos y aquí mismo, en este museo, hay millones de ejemplares: sólo de insectos hay cajas y cajas en donde el material está sin identificar". "Un taxónomo, dependiendo del grupo en el que se especialice, se podría tirar toda su vida entre estas cuatro paredes del museo estudiando y descubriendo nuevas especies, sobre todo de zonas remotas, poco conocidas o tropicales", añade el científico.
Entre el hallazgo de una nueva especie en el campo y su estudio exhaustivo e identificación formal pueden pasar décadas, incluso siglos. El pasado año, el propio Museo Nacional de Ciencias Naturales anunciaba el descubrimiento de una nueva especie de molusco en su colección, bautizado como Plekocheilus cecepeus, recogido nada menos que en 1865.
Riedel se lamenta de la escasez de expertos centrados en la labor de descubrir nuevas especies. "Hay millones de especímenes de insectos no identificados almacenados en colecciones de todo el mundo, pero sólo pocas personas tienen la formación necesaria para identificar las de especial interés", afirma este experto.
En el caso de los insectos conservados en seco sí puede extraerse ADN en buen estado para su amplificación y estudio, pero no siempre es así. Ana Camacho es taxónoma del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC y está especializada en un grupo de pequeños crustáceos de aguas subterráneas, Bathynellacea. Ha descrito más de 40 especies de todo el mundo durante 30 años. "Algunas de ellas procedían de colecciones antiguas conservadas en alcohol", comenta a EL ESPAÑOL, "y en estos restos, por el momento y con las técnicas actuales, no se consigue extraer ADN en condiciones adecuadas para su estudio".
Duro trabajo en la sombra
Un ser vivo sin nombre ni descripción no existe para la ciencia. "Todavía hay millones de especies en la tierra sin nombre, e incluso algunos que lo tienen carecen de imagen, no hay nada", comenta Riedel, que añade: "Por lo general, sólo existe una vieja descripción y un antiguo ejemplar en algún lugar en un museo". Para él, llevar esos datos a la Red y hacerlos visibles, como hace el sitio Wikispecies, es el principal reto.
Los trabajos taxonómicos, por lo general, no son recompensados con citas en artículos de alto impacto
"Por desgracia, la taxonomía ya no se considera una rama de la ciencia por muchos de mis compañeros", comenta Riedel, que apunta que "los trabajos taxonómicos, por lo general, no son recompensados con citas en artículos de alto impacto". Este científico afirma que la disciplina casi ha desaparecido de las universidades y ahora sobrevive gracias a los museos, que son "su bastión final".
El trabajo de estos científicos es fundamental, pero parece que casi nadie quiere hacerlo. Riedel describe la situación como lo que sucede con la música, el cine y las series de TV en internet: "A todo el mundo le encantan estos productos, pero nadie quiere pagar por ellos".
Normalmente, los taxónomos se especializan en un grupo de seres vivos a cuya investigación y descripción dedican toda su carrera. "Nosotros sí que somos una especie en extinción", sostiene De la Riva. "Nuestro trabajo no está valorado académicamente, aunque todo el mundo es perfectamente consciente de la importancia de que sepamos qué especies de animales y vegetales hay", añade.
Los mayores se van jubilando y nadie los sustituye, se queja este científico, que recuerda que "hay grupos enteros de organismos para los que ya no existe ni un solo especialista en todo el mundo". Recuperar este conocimiento "perdido" es muy complicado: "Uno no se forma de la noche a la mañana, ser experto en un grupo requiere de muchos años de estudio", afirma De la Riva.
Otro problema de la taxonomía es, además, que los errores en esta rama científica son especialmente persistentes. "Si alguien lo hizo mal antes, y nadie lo dice, aquello se queda, esa mala ciencia permanece", comenta Ignacio de la Riva. "Los taxónomos perdemos mucho tiempo arreglando las cosas que están mal hechas -o erróneas, o incompletas, por desconocimiento- en el pasado, y aquí el ADN ayuda mucho". Y especialmente en el caso de las colecciones, se puede obtener información que de otra manera es muy complicada de recabar. Para resumir: estudiar el ADN te dice inmediatamente que una especie es distinta de la otra.
Permanente revisión
Según datos del CSIC, en los últimos 15 años se han descrito cerca de 1.800 especies en España, y más de 500 sólo en Canarias. Y queda mucho trabajo por hacer. "Mucho no, muchísimo", apunta Camacho. "Sólo se conoce una parte muy pequeña de la biodiversidad del planeta, sobre todo en lo que a invertebrados se refiere y hay grandes zonas del mundo sin explorar y muchos hábitats -por ejemplo, el mundo subterráneo- en los que apenas se ha trabajado".
Sólo se conoce una parte muy pequeña de la biodiversidad del planeta
"En mi carrera he descrito especies nuevas de colecciones antiguas y ahora estoy revisando mi propia colección y recogiendo material fresco en las mismas cuevas de donde proceden las muestras antiguas para extraer ADN de los especímenes que encuentro", comenta esta taxónoma. "He descubierto que donde yo creía que sólo había una especie porque morfológicamente los individuos eran indistinguibles, en realidad eran varias, muy diferentes genéticamente". Ésta es la única manera de no subestimar la diversidad real de los crustáceos a los que ha dedicado 30 años de investigación.
El descubrimiento de 24 nuevas especies de escarabajos en Australia puede suponer una diminuta gota en el océano de las millones de especies que quedan aún por catalogar, pero en realidad esta labor es fundamental: si no conocemos qué vive en nuestro planeta, dónde y cómo lo hace, poco podemos hacer para usarlo o conservarlo.
Al final, Riedel reconoce que siempre se ha preguntado: "¿Por qué nos esforzamos tanto en averiguar si hay vida en otros planetas, pero nadie se preocupa por las extrañas formas de vida que habitan en el nuestro?".