Hay pocos lugares habitados tan apartados del mundo. Belgrano II es la tercera base antártica permanente más cercana al Polo Sur y la más austral de las argentinas (77° 52' 28'' S). Sus 19 habitantes llegaron hace pocas semanas y tienen por delante más de un año en condiciones de aislamiento extremo.
Aprovechando esta circunstancia, y al margen de las tareas que tienen encomendadas, ellos mismos están siendo objeto de un estudio singular: el análisis de sus reacciones físicas y psicológicas servirá de referencia para futuros viajes a Marte. No hay mejor lugar para emular esa aventura, así que la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) está pendiente de los datos.
Julio Abel Blanchard es el médico y habla con EL ESPAÑOL desde la base a través de una conexión por Skype. Fuera la temperatura ronda los -10º C, una delicia si se compara con los -50º que se registrarán en invierno. En esta época del año los días aún tienen 24 horas, aunque "de forma casi imperceptible comienzan a declinar", asegura. La oscuridad le va arañando segundos y minutos a la luz solar y este cambio irá dejando huella en sus rutinas diarias.
"Por ahora lo llevamos bien, salimos fuera todos los días y no parece que haga tanto frío", apunta el encargado de cuidar de la salud de la base, consciente de que caminan inexorablemente hacia cuatro meses de noche perpetua en los que apenas podrán asomarse al exterior y de que eso incidirá en ciertos parámetros biológicos -así se ha ido comprobado en años anteriores-, puede que también en su estado de ánimo o en su comportamiento.
Blanchard apenas ha tenido tiempo de realizar las primeras pruebas por distintos motivos. En estos últimos días todos han estado ocupados con una tarea más urgente y vital para su supervivencia: recoger, distribuir y almacenar las provisiones que les han lanzado desde aviones y con las que deberán sobrevivir hasta el final de su misión. No volverán a ser abastecidos hasta que abandonen Belgrano II en alguna fecha indeterminada de los primeros meses de 2017, lo que da una idea de su nivel de aislamiento.
No es la primera vez que se lleva a cabo un experimento que trata de simular un largo viaje por el espacio. Desde agosto de 2015, la NASA estudia a seis personas que participan en un encierro de un año en Hawái; y entre 2010 y 2011 la Academia de Ciencias de Rusia llevó a cabo el más conocido de este tipo de proyectos, denominado Mars 500, porque se calcula que harían falta medio millar de días para completar un viaje de ida y vuelta al planeta rojo.
"No hay escapatoria"
Sin embargo, "ningún lugar es como la Antártida, realmente de allí no hay escapatoria", afirma desde Buenos Aires Mariano Memolli, máximo responsable de la Dirección Nacional del Antártico, el órgano rector de las actividades antárticas argentinas. "Queremos saber cómo se adapta el ser humano a las condiciones de aislamiento extremo, con ausencia de luz y en un ambiente no natural", resume, y añade: "Estamos viendo la respuesta del organismo humano al estrés y a los problemas que se van presentando".
Los ritmos circadianos, una especie de reloj interno que regula funciones fisiológicas como el sueño y la vigilia, constituyen uno de los aspectos que se pueden ver alterados. Memolli, que llegó a pasar dos años ininterrumpidos en la Antártida, fue uno de los pioneros en la investigación de estos parámetros en los años 90 en la base Carlini.
En la actualidad, "el avance de los estudios moleculares permite obtener muchos más datos que entonces" y comprobar cómo se ven afectados el sistema inmune o el endocrino. Un factor determinante es el estrés, pero existen otras variantes que no se pueden soslayar en un enclave con fuertes contrastes estacionales. Una de ellas es la existencia de variaciones hormonales entre el verano y el invierno. Por ejemplo, la serotonina es una sustancia química que funciona como neurotransmisor, su actividad está directamente relacionada con la luz solar y se asocia con los estados de ánimo.
Prohibida la depresión
"Una depresión endógena puede alterar gravemente la toma de decisiones en el espacio", apunta el director de las actividades antárticas argentinas, pensando en una futura aplicación de los resultados que puntualmente se envían a la ESA. Por eso, una de las tareas de Blanchard en la base es realizar test psicológicos de forma regular a sus compañeros. Los problemas físicos y emocionales parecen estar íntimamente ligados en esta investigación, en el que también cooperan la Universidad Católica de Buenos Aires y el CONICET, equivalente al CSIC español.
Por lo que respecta a la metodología, la situación es óptima para el estudio de seres humanos ya que todos están perfectamente controlados, comen lo mismo y conviven con un científico que registra todos los datos relevantes. Cuidadosamente seleccionado, el personal tiene entre 18 y 55 años, casi todos debutan en una base antártica y desempeñan diferentes tareas.
En Belgrano II hay miembros del Ejército Argentino, mecánicos, personal de mantenimiento y otros científicos, además del médico. La principal labor de estos investigadores es el registro meteorológico y el estudio de la atmósfera -incluido un asunto tan relevante para la Antártida como la capa de ozono- con la colaboración del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial de España (INTA). El hecho de que sea la base más austral sobre roca firme también la hace interesante de cara a estudios geológicos y sismológicos.
La organización de la vida diaria no dista mucho de la que tienen millones de personas en las ciudades del resto de los continentes. "Trabajamos unas siete u ocho horas y después tenemos horario libre, contamos con un gimnasio muy bien equipado y con otros entretenimientos", relata Blanchard.
Internet, arma de doble filo
Además, las nuevas tecnologías hacen que en los últimos años el aislamiento de una base antártica sea menos severo. "Hablamos a diario con nuestras familias, aunque a veces se interrumpe la conexión a internet durante un día o dos y eso puede ocurrir más a menudo con el mal tiempo", comenta el médico.
"Es una de las cosas que nos da fuerza para seguir y que hace la estancia más llevadera", tras tomar la determinación de dejar todo atrás durante más de un año, reconoce, y apunta: "Es una decisión que se consensua con la familia, al menos después tenemos la suerte de estar comunicados", apunta.
Desde el punto de vista psicológico, esa conexión parece aliviar la estancia. Sin embargo, Memolli advierte de que puede ser un arma de doble filo: "Existe un nuevo tipo de estrés por exceso de comunicación, la persona que se encuentra en la base se entera de problemas familiares que desde la distancia no puede resolver y esto genera frustración. Para colmo, además de estar hipercomunicado, no sabe lo que le ocurre a su compañero de cuarto".
Y después, el "descongelamiento"
Si hay un trastorno característico de las estancias prolongadas en la Antártida -quién sabe si algún día también del espacio exterior- ese es el síndrome de winter-over o de la invernada, que agrupa trastornos fisiológicos y psicológicos, incluyendo irritabilidad, depresión, insomnio y síndrome del intestino irritable.
A veces el regreso -"el descongelamiento", apunta Memolli- no soluciona el problema, hasta el punto de que en algunos casos se han roto ciertos lazos e incluso se añora la vida aislada.