El glifosato lleva usándose desde 1974 sin apenas quejas. Su demonización comenzó a tomar forma en 1996, cuando Monsanto, dueña de la patente, lanzó al mercado sus primeras semillas de soja genéticamente modificada y además, resistente al Roundup, la marca comercial del glifosato. Es decir, un agricultor podía fumigar sus terrenos con el herbicida de Monsanto y asegurarse que toda hierba -salvo sus cultivos transgénicos- desaparecía.
En marzo de 2015, la Organización Mundial de la Salud puso al glifosato en su lista de probables carcinógenos amparada en un estudio del Lancet Oncology. Según el trabajo, la exposición al glifosato hacía que las probabilidades de padecer un linfoma no hodgkiniano aumentaran en ratones. Otro estudio, éste realizado en humanos, desechaba sin embargo esa posibilidad. La incertidumbre no impidió que países como Francia, Holanda o Alemania, feroces oponentes de los cultivos transgénicos, prohibieran el glifosato. También países sudamericanos, como Colombia, están empezando a censurar su uso.
Y sin embargo, ya es el herbicida más usado del mundo según un nuevo estudio dirigido por Charles Benbrook en la Universidad de Washington State y publicado en la revista Environmental Sciences Europe. ¿Cómo es posible que su uso crezca si cada vez se está prohibiendo más? "El glifosato es el herbicida más común en todos cultivos genéticamente modificados", dice Benbrook a EL ESPAÑOL, "y aunque varios países prohíben plantar transgénicos, los principales productores de maíz, soja o algodón plantan sobre todo organismo genéticamente modificados, que pueden ser enviados a la Unión Europea aunque no se hayan plantado allí".
Aunque el glifosato se viene usando cada vez más en cultivos no transgénicos, explica Benbrook, gran parte de su crecimiento desde 1996 se debe a estos.
Para añadir más leña al fuego del glifosato, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) respondió hace unos días a Christopher Portier, del Fondo de Defensa Medioambiental, y otros investigadores críticos con la decisión de la agencia europea de declarar que el herbicida "ofrecía un improbable riesgo carcinogénico para los seres humanos".
Desde un punto de vista ambiental, además, otros estudios señalaban al glifosato como menos dañino para las abejas y otros insectos que otros productos similares. "Aunque es cierto que el glifosato es menos tóxico para los mamíferos y otros organismos, la creciente preocupación viene de cómo controla el crecimiento de otras hierbas y vegetación", explica Benbrook. "En Estados Unidos ha sido aplicado tanto que la población de algodoncillo se ha reducido de tal manera que las mariposas monarca han acabado sufriendo".
Otros efectos derivados del reinado del glifosato son invisibles al ojo humano, pero mucho más determinantes para la ecología del entorno ya que afectan a las comunidades microbianas del suelo o los ecosistemas acuáticos. Benbrook resume: "Los problemas del glifosato no tienen que ver con su toxicidad, sino con el mero volumen de uso y el hecho de que es aplicado múltiples veces a lo largo de una temporada de varios meses".