Pocas cosas parecen más alejadas de la ciencia y la tecnología que la estampa de Don Quijote y Sancho. La novela más importante de todos los tiempos es el icono de ese otro universo del conocimiento, el de las letras, cuya cumbre es el Siglo de Oro.
A punto de cumplirse 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes y a pesar del olvido institucional de tan ilustre centenario se acumulan los análisis de su obra, pero pocos reparan en ese extraño punto de vista que puede vincularla con las ciencias. Sin embargo, como buen narrador de su tiempo, el autor refleja todos los aspectos de la sociedad que le tocó vivir, también impregnada de las ciencias en una época de cambios decisivos.
"Es el momento germinal de la ciencia moderna", afirma en declaraciones a EL ESPAÑOL Javier Puerto, miembro de la Real Academia de la Historia y autor del libro La fuerza de Fierabrás. Medicina, ciencia y terapéutica en tiempos del Quijote.
En los saberes médicos, el bruselense Andrés Vesalio inicia la anatomía moderna y es uno de los médicos de Felipe II, aunque en España no investigó. Por su parte, el aragonés Miguel Servet describe la circulación menor de la sangre en un texto filosófico y es perseguido por la Inquisición católica francesa y española y quemado por la inquisición calvinista, pero no por sus ideas científicas, sino por sus creencias religiosas.
Presencia de la medicina
Las desventuras del ingenioso hidalgo hacen que, por fuerza, la medicina esté muy presente en la gran novela. Cervantes tiene conocimientos "vulgares" sobre medicina y terapéutica, "propios de un hombre culto y los suficientes para ironizar sobre ellos", aunque "no es un erudito al modo del autor de La Celestina", asegura este especialista en Historia de la ciencia y de la medicina.
En El Quijote hay referencias al Dioscórides, el nombre con el que se conocía popularmente el tratado Sobre la materia médica, obra del griego Pedacio Dioscórides en el siglo I. En tiempos de Cervantes era muy conocida una edición comentada por Andrés Laguna, famoso médico y literato que se dedicó sobre todo a la botánica médica y que es citado expresamente. Además, algunos autores consideran que Cervantes deja traslucir en numerosos pasajes que era hijo de un cirujano.
Muchas otras ciencias tienen un peso importante en sus obras, aunque desigualmente actualizadas. Nicolás Copérnico, que murió poco antes del nacimiento de Cervantes, explica que el Sol es el centro del Sistema Solar y que los planetas giran a su alrededor en De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) y "el libro y las teorías se reciben y transmiten, en principio, muy bien en España", comenta Javier Puerto. Sin embargo, Cervantes prefiere citar a Ptolomeo, avalado por dos milenios de tradición según la cual, la Tierra permanecía inmóvil y todos los astros giraban a su alrededor.
En defensa de "la verdad de la ciencia"
En la época, astronomía y astrología aún eran lo mismo, pero en el significado que tiene la segunda hoy en día, Cervantes critica por boca de Don Quijote que cualquier personaje de baja estofa se dedicara a adivinar el porvenir, “echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia”.
No es la única vez que el autor se pronuncia de esta manera. "Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe", asegura en una cita muy conocida de Los trabajos de Persiles y Segismunda. En particular, no son pocos los elogios a las matemáticas, que habían alcanzado un gran prestigio por ser consideradas infalibles.
Al contrario, el creciente descrédito de la alquimia queda patente en multitud de expresiones. A esas alturas de la modernidad y tras siglos de fracasos en el intento de transmutar los metales, se estaban sentando las bases para la aparición de la química como ciencia moderna y la relación de sustancias y sus propiedades también es amplia en los textos cervantinos.
Más anclada al pasado parece la historia natural. La clasificación de las especies no tiene mucho que ver con la actual, de manera que Cervantes habla de los murciélagos no como mamíferos, sino como pájaros. "Ahora clasificamos con criterios de parentesco evolutivo y en tiempos de Cervantes sólo por semejanza morfológica", afirma Fernando Pardos, especialista de la Universidad Complutense de Madrid y autor de uno de los capítulos de La ciencia y El Quijote, libro publicado en 2005 por diversos expertos con motivo del cuarto centenario de la publicación de la primera parte de la novela.
Así, las ballenas y los delfines eran peces, las arañas eran insectos, los corales eran plantas y todo lo que tuviera forma alargada se metía en el saco de los vermes. "¿Qué hubieran dicho en época de Cervantes si supieran que los parientes más cercanos de las aves son los cocodrilos?", se pregunta.
Historia natural española
A pesar de todo, la historia natural española es pionera en los siglos XVI y XVII, sobre todo impulsada por el descubrimiento de América, curiosamente, un asunto apenas tratado en la obra de Cervantes. De hecho, Fernando Pardos reivindica la labor de varios científicos españoles, entre los que destaca José de Acosta, que se hizo "las preguntas que más tarde respondería Darwin" y que "en cualquier otro país tendría monumentos".
Además, Francisco Hernández emprendió en 1570 la que puede considerarse como primera expedición científica de la historia para documentar, durante siete años, la fauna y la flora de Nueva España, hoy México.
A pesar de todo, Fernado Pardos considera que España perdió la oportunidad de convertirse en una potencia científica cuando lo era en el ámbito militar, político y económico, "entonces muy alejados del valor del conocimiento por sí mismo". De hecho, "los sabios no tenían un lugar preponderante en la sociedad si no era a la sombra y al servicio de los poderes políticos, militares y religiosos. Nos faltó la Reforma para cambiar la manera de pensar", asegura.
El siglo de oro de la ciencia española
Por el contrario, Javier Puerto tiene una visión mucho más positiva. "La España en que vivió Cervantes era la meca de la ciencia y la tecnología de su época; el Siglo de Oro, también, de la ciencia española. Si la historia se desconoce por entero, la de la ciencia, aún más", asegura.
"Felipe II es un rey volcado hacia la ciencia de su época, pues es el gobernante del mayor imperio", señala. Aunque no se realizan grandes descubrimientos científicos, los adelantos tecnológicos son muy notables, con avances en artillería, ingeniería y minería, en particular para la extracción de la plata.
Los medios navales se transforman por completo, pasando de las galeras mediterráneas a los galeones atlánticos. Los instrumentos de navegación mejoran y se crea la Casa de la Contratación sevillana, con un cosmógrafo mayor, donde se enseña a navegar a los pilotos y se elabora la carta de navegación que debían emplear. Además, un ambicioso plan pretende hacer navegables los ríos españoles y se llega a ejecutar en el Tajo.
Tras la anexión de Portugal, el monarca que no veía ponerse el Sol en su imperio contó con la mejor colección cartográfica del mundo junto con la del Vaticano. Además, mandó elaborar unas relaciones topográficas para conocer exactamente todos los pueblos de España y unas Relaciones de Indias para la misma finalidad en América.
En su tiempo se crean o mejoran diversas instituciones científicas relacionadas con la botánica y la medicina y varias academias de matemáticas, imprescindibles para el avance de otros conocimientos, como la artillería.
Sí eran molinos
Sin embargo, la imagen que ha transmitido buena parte de la historia está muy alejada de esa realidad. Uno de los episodios más conocidos de la literatura universal, en el que Don Quijote se enfrenta a los molinos, ha sido utilizado por algunos como ejemplo del histórico atraso tecnológico de España, al interpretar la confusión con gigantes como un hecho atribuible a la novedad de este tipo de molinos en tierras manchegas, a diferencia de los países del norte de Europa, en los que serían habituales.
Sin embargo, Nicolás García Tapia, ingeniero e historiador de la Universidad de Valladolid, deja claro que esto no es así también en el libro La ciencia y El Quijote, puesto que el aspecto cómico del suceso procede, precisamente, de que cualquier persona de la época conocía a la perfección estos artefactos, que suponían un gran adelanto con respecto a otro tipo de molinos de agua o tirados por animales. Algunos historiadores incluso destacan las aportaciones españolas a la mejora de esos ingenios que Don Quijote creyó gigantes.