En 1973 se publicó una novela que seguramente recordarán todos los adultos que ronden la cuarentena. Momo, una fábula anticapitalista infantil firmada por el alemán Michael Ende, narraba entre otras cosas las aventuras de la niña del mismo nombre acompañada de la tortuga Casiopea, que averigua lo que va a pasar antes de tiempo.
Esa idílica relación entre niña y tortuga no sería a día de hoy recomendable, a tenor de la última alerta emitida por los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades (CDC) de EEUU. En la nueva versión de la novela, Momo acabaría ingresada en el hospital con salmonelosis, provocada por una bacteria que le habría transmitido Casiopea.
Las autoridades sanitarias de EEUU han vuelto a llamar la atención sobre un problema que ya se había descrito con anterioridad pero que, al parecer, sigue siendo desconocido por la población general: que en el interior de estos reptiles conviven tranquilamente distintas cepas de la bacteria Salmonella, que salen al exterior por las heces del reptil y se depositan en el agua de los acuarios que acogen a estas mascotas, muchas veces situados en las cocinas de las casas.
"Las tortugas son unos animales que gustan mucho a los padres como animal doméstico; son pequeñas, cómodas y ensucian poco", explica a EL ESPAÑOL Clara Marín, profesora de Producción y Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad CEU-Cardenal Herrera.
También en España
A esta experta no le sorprende el nuevo informe de los CDC -que cifra en 133 (38 hospitalizados) las personas afectadas por esta peculiar transmisión entre enero de 2015 y abril de 2016- puesto que ella misma demostró en un estudio publicado en la revista PLoS one que estos animales -no la versión doméstica, pero la que está en libertad, muchos de ellos mascotas abandonadas- eran reservorios ideales para la bacteria.
Marín señala que entre los médicos sí se sabe que las tortugas son causa de salmonelosis. Es un factor del que hay que sospechar cuando sólo un niño de una familia adquiere la infección. "Cuando la fuente es alimenticia, suelen contagiarse también padres y hermanos", explica la veterinaria. Por esta razón, no es extraño que el médico que atiende al afectado pregunte al inicio de la historia clínica sobre su relación con estos animales.
Sin embargo, a los padres siempre les pilla por sorpresa. "En las tiendas de mascotas no les advierten de este riesgo", destaca Marín. La experta no cree que haya que desaconsejar a estos reptiles como animal de compañía, pero sí educar a los que los adquieren. Es normal que, aunque se le diga, un niño no se lave las manos tras jugar con la tortuga dentro del agua de su acuario. Que los dedos se acerquen a la boca está casi asegurado.
Esta veterinaria está segura de que en España también se habrán producido ingresos hospitalarios por esta causa. En un boletín de 2011 de la Unidad de Vigilancia Epidemiológica de la Dirección Territorial de Sanidad y Consumo de Bizkaia se registran casos similares, aunque con enfermedad leve.
Por último, una advertencia: la bacteria está presente en el entorno de las tortugas domésticas y también las salvajes, muchas veces antiguas mascotas abandonadas. Así, si se acerca a contemplar la concentración de estos animales en la estación de tren de Atocha y entra en contacto con el agua estancada, un consejo: lávese las manos. Su estómago se lo agradecerá.