Manuela es un bebé rollizo y sonrosado que nació en Los Ángeles (California) en enero de este año. Ahora reposa sonriente en un balancín en su casa de un pueblo de Tarragona, al lado de sus hermanos mayores: Gonzalo y Ana, que también vieron la luz en la ciudad estadounidense, aunque dos meses antes. Los tres son hijos de los mismos padres, Natalia y David, pero los dos primeros se gestaron en el útero de una mujer distinta a su madre: Natasha.
EL ESPAÑOL ha hablado con ambas, las que han hecho posible que los tres hijos de Natalia yazcan plácidamente en el espacioso salón de su vivienda. Su madre, que responde "no especialmente" a la pregunta de si es religiosa no duda, sin embargo, en calificarlos de niños milagro. Y una vez que se escucha su historia, es difícil no estar de acuerdo.
Natalia, que ahora tiene 34 años, se casó muy joven -a los 26- y tardó dos años en plantearse formar una familia. Cuando lo hizo, simplemente dejó de utilizar métodos anticonceptivos. Según la lógica y más teniendo en cuenta su juventud, pronto se quedaría embarazada. Cuando a los seis meses no lo había conseguido decidió consultar a especialistas en fertilidad: tenía casos cercanos de personas que habían tenido que recurrir a la reproducción asistida para ser padres y quería saber si era su caso.
La clínica Teknon de Barcelona fue la elegida y allí se sometió a sus dos primeros tratamientos: una inseminación artificial y la primera fecundación in vitro (FIV), pero sus ovarios no terminaban de responder: a pesar de la estimulación farmacológica, los ovocitos que producían (los que después se fecundarían en el laboratorio con el esperma de su marido) eran "pocos y malos".
Su caso fue calificado de "sin solución" por parte de los médicos de la clínica barcelonesa: si quería ser madre, le dijeron, tendría que ser con los óvulos de una donante.
Natalia no aceptó el veredicto y decidió "luchar" por ser madre biológica, una guerra que empezó en otro centro médico, el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI) y que concluiría cinco años más tarde en el Riverside Community Hospital de Los Ángeles.
Fracasos excepcionales
En el IVI le hicieron muchas más pruebas y ocho FIV más. Lo que sucedía, según le explicaron los médicos, era que David y ella eran incompatibles; aunque el óvulo y el esperma se fecundaban correctamente en la probeta, algo fallaba al entrar en su cuerpo. Su propio sistema inmunológico atacaba al embrión, que ni siquiera llegaba a implantarse en su útero.
Se probó una solución, un medicamento inyectable que le bajaba las defensas y que funcionaba en el 80% de los casos. Pero 10 días después de administrárselo cada dos días, la bióloga encargada de su caso fue clara: el fármaco no le había afectado nada, era como si se hubiera inyectado agua. Era la segunda vez en el mundo que se registraba una falta de efecto similar. "Mi caso sale, por extraño, en las revistas científicas", comenta Natalia, que añade: "En ese momento fue cuando me dije que a lo mejor no me podía quedar embarazada".
Aunque intentaba racionalizarlo y contaba con la ayuda de un psicólogo especialista en infertilidad, Natalia recuerda que lo pasó muy mal, aunque reconoce que lo tenía todo a su favor: un marido "increible", una situación ideal, incluso la posibilidad de organizarse su propio trabajo -en la empresa familiar- para poder disipar los disgustos de sus fracasos reproductivos con viajes.
Por los famosos
Pero Natalia no dormía. "Por las noches me dedicaba a buscar posibles soluciones en internet y me informé sobre la gestación subrogada. ¿Qué por qué la conocía? Obvio, por los famosos", apunta. Al principio lo vio como algo inalcanzable, algo que "hacían cuatro", pero el libro Mare de lloguer, un estel d'esperança (Angle Editorial, 2013) cambió su percepción.
Se trata del testimonio de una mujer que recurrió a este método para ser madre y Natalia decidió seguir sus pasos. Optó por la misma agencia, Modern family, que la autora y comenzó el proceso. "Al principio te sientes muy perdida, lo ves todo como un mundo", recuerda. Pero poco a poco fue haciendo todo lo que le pedían: firmar un contrato, elegir centro de fertilidad y médico y lo más importante, escoger a la mujer que llevaría en su vientre a sus hijos, la madre subrogada o de alquiler.
Natalia reconoce que ésta se escoge "como si fuera un catálogo de modelos", sólo que el aspecto físico es lo que menos tiene que importar. Los hijos nacidos por este método en EEUU nunca se parecerán a la mujer que los da a luz: la Ley impide que ésta se implante embriones creados con sus propios óvulos: éstos podrán ser de la madre o de una donante, nunca suyos.
Todas han de cumplir también ciertos requisitos: tener un trabajo estable, haber tenido ya hijos propios, estar sanas y no provenir de una familia desestructurada. Algunas vienen, además, con exigencias: las hay que no quieren prestar su cuerpo a parejas homosexuales o familias monoparentales. "Al final, ella te escoge a ti", señala Natalia.
Más mala suerte
Ella y su marido eligieron a una mujer y pasaron a los siguientes pasos: un test de compatibilidad -previo examen psicológico por teléfono- y -con varios e-mails de presentación de por medio- la firma de un contrato entre madre biológica y subrogada.
A partir de ahí, parecía que nada podría hacer peligrar el sueño de Natalia. El único paso que faltaba era que la chica seleccionada fuera a la clínica de fertilidad que habían elegido y que el especialista le diera el "apto" necesario para recibir los embriones de la pareja catalana.
Pero algo falló. La primera mujer que escogieron resultó tener un problema en el endometrio y algo similar sucedió con la segunda y la tercera. "Cuando llegué a Natasha, no quería ni hacer el test de compatibilidad, estaba super decepcionada, las chicas se entregan mucho, les coges cariño...". Afortunadamente, no tiró la toalla. La nueva madre de alquiler resultó tener un organismo perfectamente preparado para acoger los embriones de David y de Natalia.
Ella y su marido -su gran apoyo en todos estos años- viajaron entonces a EEUU, donde estuvieron 20 días, el tiempo para que le pudieran extraer los ovocitos necesarios para la FIV y fecundarlos con el esperma de David. Consiguieron cinco embriones y optaron por que se implantaran dos en el útero de Natasha, a la que por aquel entonces no llegaron a conocer. Como allí está permitido seleccionar el sexo -algo prohibido en España- optaron por dos niñas. Si todo iba bien, como suele suceder, en nueve meses podrían recoger a sus hijas de Los Ángeles.
Natalia recuerda que le llamaron del hospital para decirle que Natasha estaba embarazada: los dos embriones habían implantado en el útero, así que tendrían mellizas. Una semana después, sin embargo, vino una nueva sorpresa: uno de los dos embriones se había dividido de forma espontánea, algo que sucede en rarísimas ocasiones. Lo que Natasha daría a luz serían dos gemelas y una melliza: tres bebés.
La alegría duró poco: una semana después, los tres pequeños corazones se habían parado. "El chasco fue terrible y decidimos parar; nos fuimos de viaje", recuerda.
Al volver, Natalia seguía teniendo claro que quería ser madre biológica, y se le ocurrió una idea que, en principio, no convenció a David. De forma casi simultánea, ella se sometería a una nueva FIV en España -esta vez combinando el tratamiento con la administración de heparina- mientras que Natasha lo volvería a intentar con dos de los tres embriones que quedaban congelados en Los Ángeles. Esta vez ni siquiera eligieron el sexo. "Dije que escogieran los de mejor calidad". En España, sus médicos optaron por implantarle sólo uno, para reducir las posibilidades de que su cuerpo se rebelara.
La llamada inesperada
A los pocos días de finalizar el proceso, Natalia pensó que le había venido el periodo. Era un nuevo fracaso que se sumaba a los diez propios anteriores y al ajeno recién experimentado a distancia. Sólo que, por una vez, las cosas no fueron lo que parecía. Y eso que Natalia celebró su pérdida tomándose una cerveza y fumándose un cigarro. Pero al acudir al IVI y hacerse el análisis de sangre conocido como beta que determina que se ha producido una gestación llegó la gran sorpresa. "Me llamaron y me dijeron que estaba embarazada, el sangrado era por un hematoma y, aunque tuve que hacer reposo, supe que todo iba bien cuando le pudimos escuchar por primera vez el corazón", recuerda.
Dos semanas después, un correo electrónico de Los Ángeles confirmaba que Natasha también estaba embarazada, de dos mellizos de distinto sexo. "Decidí no contarle lo mío; entonces no la conocía mucho y tenía miedo de que ella pensara que yo iba a abandonar a los niños; además, aún podía perder a mi bebé".
Durante 22 semanas, todo pareció ir bien. Natasha y Natalia, a 9.000 kilómetros, compartían nauseas, pataditas y un crecimiento continuo de sus respectivas barrigas. Hasta que una llamada a las 11 de la noche volvió a poner todo patas arriba.
Las noticias no podían ser peores. A Natasha le habían tenido que practicar una cesárea de emergencia y los niños habían nacido en la semana 24. Las posibilidades de supervivencia no superaban el 30% y el varón presentaba un hematoma de grado 2-3 en la cabeza, que podía aumentar -lo que implicaría su desconexión del soporte vital- o resolverse con el tiempo. Ninguno de los dos superaba los 800 gramos.
Para más inri, los padres tenían que viajar allí de inmediato. "Había decisiones que tomar; nos dijeron que si queríamos dar en adopción a los niños había familias deseando quedarse con bebés con problemas", recuerda Natalia que, embarazada de 26 semanas, no se planteó en aquel momento viajar, algo que recayó en su marido y su hermano, que se encontraron un panorama desolador y conocieron por primera vez a Natasha, destrozada por haberles fallado.
Todas las señales que me había dado la vida era de que no tenía que ser madre
Natalia viajó dos semanas después, con 28 semanas de gestación y teniendo claro que se quedarían con sus hijos pasara lo que pasara. Dos días antes de llegar, un correo informó a la madre subrogada de que habían compartido embarazo en el tiempo. "En ese momento se me pasó por la cabeza que a lo mejor no tenía que ser madre; lo había intentando tantas veces sin éxito... todas las señales que me había dado la vida eran de que no y cuando al fin lo había logrado había traído al mundo a dos niños con problemas, por no hablar del daño que le había hecho a Natasha, que se sentía muy culpable", recuerda.
A partir de aquí, vinieron cuatro meses agridulces en los que la pareja vivió en un pequeño apartamento de Los Ángeles, mientras esperaba a que sus bebés se recuperaran. Entre medias, el pequeño Gonzalo se sometió a una operación y "pegó un bajón tremendo" y Natalia tuvo que escoger un ginecólogo que atendiera la recta final de su embarazo: eligió al mismo que había traído al mundo a sus hermanos.
El final feliz
En esas semanas, las dos madres desarrollaron un vínculo que aún sorprende a ambas. "No creo que se hubiera creado este nexo si no hubiera pasado todo lo que pasó", comenta ahora desde su casa, mientras define a Natasha como "familia" y enseña fotografías en su móvil con las dos familias al completo. "El verano que viene vendrá aquí con sus hijas; quiero que los bebés la conozcan y sepan quién es", explica.
Dos meses y dos semanas después de que nacieran sus hermanos, Manuela vino al mundo en el mismo hospital donde estos se recuperaban lentamente. "Cuando se vio que el parto vaginal iba a ser largo, David fue a ver a los bebés y les contó lo que pasaba: que su nueva hermana estaba a punto de nacer", recuerda con ternura.
La recién nacida tuvo toda la salud de la que sus hermanos mayores habían carecido al nacer. Sólo 24 horas después abandonó el hospital junto a su madre y esperó a que Gonzalo y Ana se pusieran bien -actualmente no tienen ninguna secuela- para poder regresar todos a España. Hubo de transcurrir un mes más hasta que salieron del hospital y otro hasta que pudieron volar de vuelta. La historia había tenido un final feliz.
Pregúntale a ella si económicamente le ha valido la pena
Para Natalia, la lucha mereció la pena. No quiere criticar a las mujeres que cuestionan la gestación subrogada. Piensa, sin más, que hablan con ignorancia, pero reconoce que es algo que hacemos todos en otros asuntos. Eso sí, niega con rotundidad que mujeres como Natasha hagan esto por dinero. "Pregúntale a ella si económicamente le ha valido la pena. Lo que ella ha hecho no tiene precio, ha sido por generosidad. Es difícil entenderlo aquí, yo misma no lo haría", reconoce.
No tiene problemas en contestar a la pregunta que más le hacen, cuánto se gastaron en el proceso, pero reconoce que le molesta un poco que sea de lo único que se hable. Eso sí, ella es más que consciente de que es un procedimiento que no está al alcance de cualquiera y que es mejor afrontar "con un colchón". Ellos se dejaron más de 150.000 euros en la aventura, una cifra que supera mucho los alrededor de 100.000 dólares que puede costar una gestación subrogada sin complicaciones. "Pero en cuanto hay que repetir una vez o tienes gastos extras como una estancia hospitalaria, todo sube".
¿Recomendaría Natalia seguir su ejemplo? "No le recomendaría nada a nadie, cada pareja es un mundo. Pero si puedo ayudar a alguien para que no pierda la esperanza...", comenta y concluye: "Mi mensaje es que si tiene que ser, será. Si se es tenaz". Una cualidad que, sin duda, ha acompañado a esta valiente madre todo el viaje.
Habla la madre subrogada
Natasha atiende a EL ESPAÑOL por teléfono desde su casa en Los Angeles, la misma en la que hace apenas dos meses organizó una cena con toda su familia para despedirse de Natalia, David y sus tres hijos, dos de los cuales había llevado en su vientre durante los cinco meses largos que duró el embarazo.
La primera pregunta es inevitable y más desde un país donde no está permitida la gestación subrogada. ¿Por que hacer algo así por unos desconocidos? Natasha explica que es enfermera en el Departamento de Ginecología y Obstetricia de un hospital, donde ha sido testigo de que los abortos espontáneos son "mucho más habituales de lo que se cree" y del dolor que provocan.
Poco a poco fue creciendo la idea de ayudar a alguien a tener "el maravilloso sentimiento" que se experimenta al ser madre, como ella había sido en dos ocasiones. A esto se le suma, reconoce, que sus dos embarazos habían sido extremadamente sencillos, sin efectos secundarios y con partos sin ninguna complicación.
Y el dinero ¿no tiene nada que ver? Natasha afirma con rotundidad que no y que por Natalia y David, una vez que los hubo conocido, lo hubiera hecho incluso gratis. Al recibir el dinero en pagos mensuales, dice, ni siquiera sabe con exactitud cuánto fue, aunque cree que pudo rondar los 20.000 euros.
El día más difícil de su vida
Natasha sufrió cuando perdió a los trillizos, pero lo hizo mucho más cuando el parto de los mellizos se adelantó. "Fue el día más difícil de mi vida; tenía mucho dolor físico pero, sobre todo, emocional. Sentía que había fallado y que no les había podido proteger, que era lo que tenía que hacer. Aunque los médicos me dijeron que no era mi culpa, me sentía muy culpable", recuerda.
Al día siguiente de su nacimiento, y pensando que los bebés iban a morir, recibió una llamada del hermano de Natalia. Él y David habían llegado al hospital y era el momento de conocerse, en circunstancias muy distintas a las planeadas. "Nos pusimos a llorar. David, que entonces no hablaba muy bien inglés, no podía decir mucho pero fue increiblemente majo, preocupándose por mí y diciendo que me querían", recuerda.
Dos días después recibía un e-mail que, reconoce, le dejó "en shock". Natalia le escribía para contarle que estaba embarazada. "Al principio me sorprendió, pero luego me puse muy contenta; recordé a los niños que habíamos perdido, y pensé que Natalia y David estaban destinados a ser padres de trillizos", comenta esta mujer, que se reconoce mucho más religiosa ahora que cuando empezó todo el proceso. "Ahora voy mucho a la iglesia, recé por los niños, por su seguridad y su salud y creo que Dios quería que esta pareja tuviera tres hijos", comenta.
Debido al trauma que supuso una cesárea tan precoz, los médicos le dijeron a Natasha que si volvía a ser madre su vida correría un serio peligro, así que decidió someterse a una ligadura de trompas. Aún así, no se arrepiente de haber ayudado a Natalia y David. "Lo volvería a hacer".
Cuando le preguntan si le ha dolido desprenderse de los bebés, Natasha lo tiene claro. Fue mucho más duro decir adiós a la familia al completo. Aunque, como subraya, las dos despedidas que hicieron -la multitudinaria en su casa y una más íntima en el apartamento de ellos, en la que no pararon de llorar- no fueron un adiós, sino un hasta luego. "Planeo sin duda volver a verlos e ir el verano que viene a su casa", concluye.