El psiquiatra e investigador Karl Deisseroth (Boston, 1971) está contento. El motivo principal de su alegría no es el que pudiera asumirse -que este martes recoge uno de los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina, dotado con 400.000 euros-, sino otro mucho más banal: acaba de pasar el examen que en EEUU se exige a los médicos cada diez años para renovar su licencia de práctica clínica. "Y yo que pensaba que no me iba a tener que volver a examinar", comenta. "La buena noticia es que he aprobado [ríe], ahora puedo ejercer otra década".
Deisseroth, que trabaja en la prestigiosa Universidad de Stanford, responde sólo con tres palabras a la pregunta: "¿Qué va a hacer con el galardón?". "Vuelta al trabajo", zanja la cuestión. Y parece que a este padre de la optogenética -junto con los otros dos premiados en la categoría, Edward Boyden y Gero Miesenböck- tarea no le va a faltar. Al menos hasta que tenga que volver a examinarse para seguir ejerciendo de psiquiatra.
¿Cómo explicaría qué es la optogenética a su abuela?
Se trata de una herramienta para investigar el cerebro que, aunque es maravilloso y misterioso, es también muy complicado, algo que sucede porque las neuronas que lo componen están estructuradas de forma muy compleja, así, las que cumplen una determinada función están situadas al lado de otras que hacen algo completamente distinto. Una forma teórica de estudiar el cerebro es usando electricidad, pero si se pone un electrodo para que la energía pase por este órgano, sólo ves las zonas por las que se conduce dicha fuerza, se pierde información. Así que se nos ocurrió usar luz, algo a lo que las células del cerebro no suelen responder, porque ahí dentro está muy oscuro.
¿Y cómo logran iluminar una zona así?
El reto era conseguir que se produjera electricidad en el cerebro, y lo logramos. Lo hicimos con un alga unicelular que es capaz de producir un gen que, de alguna manera, actúa como convertidor de fotones en electricidad. Codifica una única proteína y, al introducirlo en neuronas de mamíferos, las hace responsivas a la luz, lo que nos ha permitido hacer experimentos maravillosos. La clave está en que podemos controlar las células del cerebro específicas que queramos.
De lo que han descubierto ¿qué hallazgo destacaría?
Personalmente, con lo que estoy más emocionado es con lo que hemos avanzado en el conocimiento de cómo se regula la ansiedad. Se trata de un sentimiento normal y saludable que nos aleja de los problemas pero, en un momento dado, se puede convertir en una enfermedad y hacernos sufrir mucho. Nuestros cerebros pueden regularla y, de hecho, es algo que los psiquiatras enseñamos a nuestros pacientes, pero es algo que requiere de mucha práctica y que no es fácil. Sin embargo, en ratones hemos visto que hay una conexión entre una parte del cerebro -el cortex prefrontal- y otra -la amigdala- que, si se activa con luz, hace que la ansiedad se reduzca. Los ratones son un buen modelo para estudiar esto, ya que son en general muy ansiosos. Es lo que pasa cuando todo el mundo intenta comerte [bromea].
¿Y cuándo podrá trasladarse ese conocimiento a humanos?
Hay que dejar claro que el principal objetivo de la optogenética es investigar, no desarrollar tratamientos. Nosotros seríamos muy felices si pasáramos 50 o 100 años trabajando sólo con animales, intentando resolver qué está pasando en el cerebro. Así de profundo es el misterio. De todas formas, hay maneras de trasladar lo que aprendemos con la optogenética a los humanos sin necesidad de insertarles un gen de un alga en el cerebro.
¿Podría decirme un ejemplo?
Sí. Lo acaba de hacer un grupo de italianos, que han utilizado estimulación magnética para tratar la adicción a la cocaína. Es un estudio preliminar pero ha sido muy exitoso. El caso es que han aplicado la electroestimulación en la zona que la optogenética había demostrado que estaba involucrada en esa conducta adictiva.
La posibilidad de controlar los comportamientos con esta técnica, ¿no podría ser peligrosa?
No creo que se trate de un tema urgente. En primer lugar, porque aún no hemos llegado a humanos pero, además, es que no se trata de un problema nuevo que se plantee con la entrada de la optogenética, más que nada porque ya podemos modificar los comportamientos y las capacidades de la gente con fármacos. Eso sí, quizás complique un poco el asunto, porque todos los medicamentos están limitados por sus efectos secundarios y la optogenética es tan precisa que podría darse una situación donde se lograran cambiar muchos las cosas sin que hubiera consecuencias. En cualquier caso, se trata de un asunto que hay que vigilar, y que hay que abordar con eticistas, filósofos y científicos.
Además de la optogenética, usted ha desarrollado el sistema Clarity. ¿En qué consiste?
Consiste en la utilización de un hidrogel para hacer el cerebro o cualquier otro tejido transparente. Es algo que hemos desarrollado usando trucos de ingeniería química. Pero sólo funciona con tejido muerto, ya se está utilizando por ejemplo en biopsias, porque permite estudiar un tejido sin tener que cortarlo en rodajas, que es lo que se hace actualmente y que es un método que implica que se pueden pasar hallazgos por alto.
¿En qué está trabajando actualmente? ¿Cuál es su línea de investigación actual?
Mi principal desafío actual es unificar la visión que nos aporta Clarity con lo que nos cuenta la optogenética. Combinar el conocimiento de la estructura y la función. Se trata de un paso importante y necesario y es en lo que estamos trabajando actualmente en mi laboratorio.
¿Y qué cree que es más necesario averiguar en psiquiatría en la actualidad?
Tenemos que mejorar en el entendimiento de la mente. En cardiología, por ejemplo, si un corazón no bombea bien lo puedes ver y puedes achacar a ello los síntomas del paciente, desde ese simple nivel de entendimiento del tejido. Es un concepto simple que lo explica todo y es justo lo que nos falta en psiquiatría.