María Blasco es científica y española, pero difiere mucho de la media de mujeres que se dedican a la ciencia en nuestro país y es consciente de ello. No se molesta en negar que su situación es inusual: de los 23 centros de investigación que cuentan con el distintivo Severo Ochoa -que implica una dotación económica de un millón de euros al año y se basa sólo en la excelencia científica- sólo dos están liderados por mujeres.
El que ella dirige desde 2011 es el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), que busca hallar remedio a la que es segunda causa de muerte en los países desarrollados: el cáncer. Al contrario que algunos de sus colegas, Blasco se niega a poner fecha al fin de esta enfermedad: cree que no acabará nunca porque está ligada al envejecimiento.
La científica incluye a menudo el dinero en la conversación. La imagen idílica del científico vocacional está muy bien, pero sin fondos no se puede avanzar. Y España ¿es capaz de avanzar? Aunque afirma no contar con las recetas necesarias para que esto ocurra, apunta al mismo método que se sigue en el centro donde nos recibe. La ciencia, considera, podría ser el espejo perfecto donde nuestros políticos se miraran.
Usted dirige el centro líder en investigación del cáncer ¿se conseguirá acabar con esta enfermedad?
El cáncer es una patología asociada al proceso de envejecimiento, que empieza a ser prevalente a partir de los cincuenta años y que es, por lo tanto, muy común. Yo creo que nunca acabaremos con ella precisamente por esta razón: estará ahí mientras nuestro organismo envejezca, que no quiere decir otra cosa que las células dejan de funcionar correctamente, lo que implica la posibilidad de que alteren distintas rutas moleculares que lleven al desarrollo de tumores malignos.
Pero sí ha habido avances y los sigue habiendo, ¿no?
Cada día hay avances que llevan a nuevos fármacos, pero es también muy importante entender el proceso de envejecimiento celular como origen del cáncer. Se ha visto que uno de los efectos de éste es la cancelación de nuestro sistema inmune, que deja de ser capaz de eliminar las células tumorales. De ahí la revolución de la inmunoterapia, los tratamientos que consiguen manipular nuestras defensas.
Entonces, ¿en qué punto estamos de la lucha contra el cáncer?
Es importante reconocer que no sabemos todo, pero sí mucho de algunos tumores, que son justo los más curables. Son los que más se han estudiado y sobre los que ha habido más lobby social, los más comunes. Pero los tumores que menos entendemos desde el punto de vista molecular son los menos curables, de ahí la importancia de la investigación, que va 15 o 20 años por delante de los tratamientos. Cuanto más sepamos sobre los talones de Aquiles del cáncer, más capaces seremos de tratarlo cuando aparece. Mientras tanto, hay que tener claro que existen unas recomendaciones muy claras de vida saludable para prevenirlo. Hay que seguir el decálogo de hábitos de vida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que incluye consejos tan básicos como no fumar y hacer ejercicio. Eso sí, es muy importante resaltar que nunca tenemos que pensar que si tenemos un cáncer es culpa nuestra; también hay un componente de azar y no hay que olvidar lo del envejecimiento.
En su centro, y en concreto usted, se ha especulado con la posibilidad de alargar la vida...
En mi grupo llevamos detrás del uso terapéutico de la telomerasa [una proteína que alarga los telómeros, los extremos de los cromosomas] desde 2001. En 2008, publicamos un estudio en la revista Cell con el que demostramos que se podía retrasar el envejecimiento de esta forma. Primero lo logramos con ratones transgénicos y ya lo hemos conseguido con animales no modificados. Se trata de alargar la vida retrasando las enfermedades asociadas al proceso de envejecer, vivir más con más calidad de vida.
¿Cómo explicaría a alguien no lego en el asunto la importancia de la investigación básica?
Antes de desarrollar un fármaco -algo que también hacemos en el CNIO- hay que tener una buena diana terapéutica, un lugar donde la molécula que desarrolles vaya a atacar. Para saber si merece la pena hacer la inversión económica que supone dicho desarrollo hay que hacer trabajos previos con células, con ratones... Esto nos permite apostar por proyectos de fármacos determinados tanto a nosotros como a las empresas farmacéuticas. Pero también es importante que este tipo de investigación se pueda llevar al paciente sin esperar a que ninguna compañía farmacéutica se interese, lo que acorta muchísimo los procesos. Es lo que sucedió con el trabajo de Óscar Fernández Capetillo, que publicó cómo se podía inhibir una proteína asociada al cáncer en 2011 y pudo licenciar el fármaco a una multinacional sólo dos años después.
En el CNIO ha habido casos de éxito como éste en plena crisis económica ¿acaso no les ha afectado?
Hay que reconocer que somos unos privilegiados, aunque hemos pasado por momentos difíciles. Pero nosotros nos hemos beneficiado del programa Severo Ochoa, que inició el gobierno anterior y lo ha continuado el actual. Esta acreditación se consigue de forma competitiva; si uno es bueno, se le concede. Como va asociada a una dotación económica de un millón de euros, ha hecho que aumente la excelencia, porque se ha ampliado el número de centros que podían optar a ella. Pero este dinero no es bastante y un país que apueste por la ciencia tiene que ser capaz de financiar a sus grupos punteros al 100%, sin que tengan recurrir, como sucede actualmente, a la Unión Europea, a fundaciones o adonde sea.
¿Cree que estos procesos competitivos se podrían aplicar a otros aspectos?
Sí, sería bueno. Hay cosas muy básicas como la educación en las que está claro que es bueno, porque cuando se compite se aumenta el nivel de lo que hay. En el caso de los Severo Ochoa ha sido muy evidente, ha sido una herramienta que ha permitido que instituciones que no tenían la acreditación quieran parecerse a los centros que sí la posee. Así se consigue más excelencia.
El concepto excelencia no parece estar muy presente en España ahora mismo ¿cuál sería su diagnóstico del país?
Por empezar por el campo en el que trabajo, creo que hace falta aumentar la financiación en ciencia, ampliar el programa Severo Ochoa y revisar los planes estatales de investigación. Hace falta que, no sólo el Gobierno sino también los distintos partidos políticos, piensen que es una prioridad para nuestro país. Ahora mismo hay negociaciones para una investidura y nadie habla de ciencia; no se ve como una prioridad. Y no tiene que ver con el color político; yo siempre pongo el ejemplo de Alemania. Ahora mismo gobierna un partido conservador, que dejó claro desde el principio que iba a hacer recortes. Eso sí, también dejó claro que no iba a tocar la ciencia sino que, por el contrario, iba a aumentar el presupuesto dedicado a ella. Y así se hizo. Para ser un país respetable a todos los niveles, España tiene que ser un país de innovación.
¿Y en cuanto a la situación política?
Estoy muy preocupada, supongo que como todo el mundo. Tanto en España como en toda Europa estamos viendo una brecha social con respecto a la dinámica anterior, con la que antes estábamos contentos y que ya no ilusiona. Hacen falta proyectos ilusionantes para este país.
¿Cree que la ciencia podría aportar algo a la posible solución de esta situación?
No tengo ni idea de cuál es la fórmula, pero está claro que hay que hacer cambios. Los científicos somos pocos y no tenemos un peso importante en la sociedad, pero la ciencia puede servir de modelo. Es un mundo racional, basado en la excelencia, en los méritos, en rendir cuentas y en pensar racionalmente. Estaría bien que los políticos tuvieran interacción con los científicos, que hablaran con nosotros.
¿Y qué opina de la irrupción de los nuevos partidos?
Creo que esta ebullición política refleja una necesidad social, ya que la población no se identifica mayoritariamente con los dos grandes partidos que hay en este país. No es algo que cree ilusión y por eso salen nuevos partidos, que ofrecen otro tipo de visión de la sociedad del país. Esto refleja una especie de final de una dinámica anterior y la búsqueda de algo ilusionante y que refleje realmente las necesidades de nuestra sociedad. En España esto se agrava todavía más por ser un país que ha tenido una transición política. En su momento fue un éxito y estuvo muy bien hacerla, vino muy bien a todos en aquella generación. Pero ahora España es otro país y quizás haga falta hacer una serie de gestos con respecto a ese periodo de transición. Yo creo que es importante que los españoles estemos ilusionados y contentos de ser españoles y esto no pasa ahora.
Usted es de las pocas mujeres en puestos de responsabilidad científica en España ¿cree que esto es un problema en la actualidad?
Sí. De hecho, no hay más que mirar los rankings internacionales de igualdad de género -que se fijan en los cargos políticos y administrativos- para ver que España ha perdido muchas posiciones. No hay igualdad real entre hombres y mujeres, aunque esto es algo que pasa en todos los países. Esto es una lucha internacional que tenemos que estar abanderando mujeres y hombres, porque yo creo que interesa a todo el mundo.
Entonces, le llamará la atención que con tanto nuevo partido siga sin haber candidatas a la Presidencia del Gobierno...
Sí. Es tremendo. Es algo que me parece fatal, sobre todo porque los distintos partidos de los que estamos hablando tienen mujeres muy valiosas. ¿Por qué no están ahí liderando?