La industria del porno es un negocio machista en el que manda la testiculina. Las películas a las que suele acceder el gran público en la intimidad están cargadas de escenas con penetraciones salvajes, felaciones imposibles o bukkakes en los que un grupo de hombres eyacula sobre una o varias mujeres. Así, las féminas son representadas habitualmente en dinámicas de sumisión junto a los grandes dominadores del tinglado: los maromos.
Con este panorama no es de extrañar que el consumo de pornografía por parte de las mujeres influya de forma determinante en su deseo de participar o haber participado en comportamientos sexuales sumisos en sus relaciones. Esta es la principal conclusión que se extrae de un estudio publicado en Sage Journals por un grupo de investigadores de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos) y de la Universidad de Brunswick (Alemania), que pone el dedo en la llaga y apunta que las mujeres que ven porno aceptan sin excesivos problemas que les tiren del pelo, las azoten, las abofeteen, las amordacen o que les eyaculen en la cara. Tal cual.
Lo cierto es que, según datos de Pornhub, el mayor portal de contenido para adultos en streaming del mundo, sólo una de cada cuatro personas que acude a su web para darse al arte del onanismo -o para otros menesteres- son mujeres. En España, el porcentaje es similar. La explicación a estas cifras no es otra que el tipo de contenidos que se encuentran allí, creados por y para los hombres. Sin embargo, aquellas que se habitúan a ellos, acaban aceptando algunos comportamientos vejatorios.
Sumisión vs. dominación
Para llegar a esta conclusión, los investigadores se valieron de los resultados de una encuesta en la que participaron 392 mujeres alemanas heterosexuales con una media de edad de 27 años y de las cuales un 70% tenía una relación de pareja estable. En la misma se les preguntaba por la edad a la que se enfrentaron a su primera película porno, cuáles eran sus principales motivaciones a la hora de ver este tipo de filmes o la frecuencia con que lo hacían. También se les preguntó si habían probado con sus parejas algunos comportamientos dominantes o si, por el contrario, les gustaría participar en este tipo de prácticas de forma sumisa.
Para terminar de rizar el rizo, se les interrogó sobre si aceptarían participar en algunas de las habituales prácticas que se pueden presenciar en algunas películas: si aceptarían que su pareja les llamase "puta" durante el sexo, si aceptarían tener relaciones con un grupo de hombres siendo ella la única mujer o si querría ser penetrada por dos hombres al mismo tiempo, entre otras.
Así, los datos recabados señalan que entre el 55% y el 79% de las mujeres que habían visto pornografía admitió haber participado en encuentros sexuales en los que se les tiraba del pelo, un 30% reconocía haber sido azotada y el 14% afirmaba haber recibido bofetadas. "Los resultados también mostraron que las mujeres que consumían más pornografía, ya fueran solas o en pareja, eran más propensas a involucrarse o querer participar en conductas sexuales sumisas. Sin embargo el consumo de pornografía no estaba relacionado con sus comportamientos dominantes", se puede leer en el estudio. Y no sólo eso, sino que cuanto más joven es la edad a la que accedieron por primera vez al porno, "más fuertes fueron las asociaciones con el comportamiento sumiso".
Durante mucho tiempo se había argumentado que la pornografía no era más que la representación de una mera fantasía ficcionada para la pequeña pantalla. Incluso que podía convertirse en una "herramienta para la liberación sexual de las mujeres".Este trabajo demuestra que, a través del porno actual, estas creencias no se cumplen y muchos hombres y mujeres aceptan el guión de la pornografía sobre la dominación masculina y la sumisión femenina. "Este desequilibrio de poder nos proporciona mucho que reflexionar en términos de relaciones sexuales y desigualdad de género", concluyen.
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