En el repertorio de crueldades nazis con fines supuestamente científicos el caso del médico Sigmund Rascher ocupa un lugar destacado, aunque quizá menos conocido porque no consiguió huir, como Josef Mengele, ni conservó la vida para ser juzgado en Núremberg, donde se revelaron algunas de sus atrocidades.
Casado con una antigua amante de Heinrich Himmler, el jefe de las SS, y sin ningún tipo de escrúpulos para delatar o engañar a quien se pusiera por delante, su carrera en el Partido Nazi fue fulgurante, así que tuvo vía libre para torturar prisioneros con la excusa de buscar conocimientos útiles para el triunfo del Tercer Reich.
Nació en Múnich en 1909 y quiso seguir los pasos de su padre, que también era médico. De hecho, trabajó con él durante un tiempo, pero se ve que la gratitud no estaba entre las virtudes del muchacho, que denunció a su progenitor ante la Gestapo porque, al parecer, no tenía ideas tan puras como él sobre la nueva Alemania.
Probablemente, el hecho más decisivo de su vida fue su matrimonio con Karoline Diehl, una cantante retirada que era amiga íntima de Himmler, tan íntima que, según las malas lenguas, habían compartido cama. Esta relación le abrió todas las puertas mientras el mandatario nazi colmaba a la pareja de regalos.
Además de ser miembro de las SS, Rascher había ingresado en la Luftwaffe, la fuerza aérea, así que se le ocurrió proponer unos cuantos experimentos para medir la resistencia humana ante situaciones que podría vivir un piloto. Todos ellos contaron con el visto bueno de Himmler, que incluso aportó algunas ideas.
Los alemanes habían conseguido fabricar aviones capaces de volar más alto que los de los aliados, pero surgía una duda. En caso de derribo, ¿podían sus ocupantes lanzarse en paracaídas y soportar el cambio de presión desde tan alto o iban a morir por falta de oxígeno? ¿Cuál era la máxima altura a la que podían lanzarse?
Ensayos en campos de concentración
Para comprobarlo, Rascher solicitó prisioneros del campo de concentración de Dachau, muy cerca de Múnich, a los que engañó diciendo que si se presentaban voluntarios para un experimento, quedarían libres, y los introducía en una cámara de descompresión para simular el salto a distintas alturas, con y sin máscara de oxígeno. Los más afortunados murieron rápidamente, mientras que otros padecieron convulsiones y sufrimientos inimaginables. Para colmo, después diseccionaba sus cuerpos para ver cómo se había comportado cada uno de sus órganos.
Otra cosa que le podía suceder a un piloto de la Luftwaffe era caer en el frío Mar del Norte, así que el ínclito investigador tenía que realizar otro ingenioso experimento: introducir a reos en tanques de agua helada y probar después diversas maneras de reanimarlos.
Al igual que en el caso de los cambios de presión, estos estudios no sirvieron para nada que no fuese dar rienda suelta a la brutalidad de su autor, porque la mayoría de los participantes morían de hipotermia a pesar de que el ensayo consistía en tratar de evitarlo con agua caliente, fármacos, alcohol u otras ocurrencias.
Los supervisores científicos que le habían puesto a Rascher ya habían visto suficiente, así que se volvieron a Berlín, pero Himmler tenía una idea más. Según el jefe de las SS, las mujeres de los pescadores que naufragaban en la costa y eran rescatados se acostaban con ellos para hacerles entrar en calor. Así que los experimentos de hipotermia culminaron con prisioneras desnudas tratando de reanimar con sus cuerpos y por medio de relaciones sexuales a los reos que salían congelados de los tanques.
Los hijos robados
A pesar de todas estas monstruosidades, a la gloriosa carrera científica de Rascher aún le faltaba la guinda. La mujer con la que se había casado era 15 años mayor que él, pero según su teoría, la raza aria era capaz de concebir a cualquier edad y para demostrarlo se fabricó una familia perfecta a su medida, aunque por métodos poco convencionales.
Supuestamente, Karoline y Sigmund habían tenido tres hijos después de que ella hubiese cumplido los 48 años y la foto de la familia fue utilizada por el propio Himmler como propaganda. Así llegaron al cuarto embarazo y saltó la sorpresa: la esposa ejemplar fue detenida por intentar raptar a un bebé. A partir de ahí se destapó la verdad, sus otros hijos también habían sido robados. De acuerdo con algunas fuentes, eran de una criada del matrimonio y un carpintero.
Podemos imaginar la rabia del jefe de las SS cuando se enteró de que había sido engañado por sus amigos. A sus 36 años, Rascher fue ejecutado en una celda del campo de concentración de Dachau, donde había cometido tantas atrocidades. Podríamos llamarlo justicia poética si hubiera justicia o poesía por algún lado. Su mujer fue ahorcada.
Era abril de 1945, pocos días antes de que las tropas americanas llegasen hasta allí.