Aunque parece haber dado una tregua, 2018 se estrenó en España con una ola de frío que dejó nieve y temperaturas inusualmente bajas en prácticamente todo el país. Sin embargo, los 10 grados bajo cero que se registraron en algunas de estas zonas representan un clima estupendo para los habitantes de otras regiones del planeta.
Sin duda, un claro ejemplo es el de Oimiakón, una ciudad situada al este de Siberia, considerada como la zona habitada más fría del planeta. De hecho, en 1926 se registró allí la temperatura más baja jamás reportada en una zona poblada (aunque, en honor a la verdad, aquellos -71,2ºC no fueron medidos directamente, sino por extrapolación).
Aunque el récord de frío del planeta Tierra lo ostenta la Antártida, con temperaturas en torno a los 90 grados centígrados bajo cero, Oimiakon es la zona más fría en la que los seres humanos tienen el valor de vivir. Se trata de una ciudad perfectamente adaptada al frío, pero, aun así, el estilo de vida de sus habitantes durante los cinco largos meses que dura el invierno es muy distinto al de otras personas en el resto del mundo.
Ya en el mes de octubre se pueden alcanzar temperaturas de casi 50 grados bajo cero. Así, en enero y febrero se alcanzan mínimas en ocasiones de hasta 60 grados bajo cero. Después, el frío continúa hasta mayo, cuando por fin el clima da una 'tregua' y los termómetros suben hasta unos soportables 30 grados bajo cero. Así, durante el verano, los casi 500 habitantes de Oimiakon pueden legar a disfrutar en los meses de julio y agosto de hasta 30 grados durante el día
Un estilo de vida peculiar
En idioma yakuto, la palabra Oimiakon significa "agua líquida o agua que no se congela”. Esto resulta paradójico en una ciudad en la que se congela hasta la saliva, pero en realidad hace referencia a unos manantiales termales ubicadas en la zona. Como si de un oasis en mitad del desierto se tratara, la vida de sus habitantes gira en torno a estas fuentes, que les aportan la poca agua líquida que utilizan durante el invierno.
Aunque una central térmica alimentada por carbón abastece a todos los hogares, el calor que aporta no es suficiente para sellar la entrada completa del frío, que revienta las tuberías por las bajas temperaturas y que hace imposible la tarea de ir al baño de una forma normal. Por eso, los habitantes de este remoto lugar disponen de casetas en el exterior de las viviendas con un agujero labrado en la nieve.
Algo similar ocurre con su dieta, que se basa sobre todo en carne de reno o pescado, normalmente cruda y congelada. El frío hace muy complicado que crezcan microorganismos en sus alimentos, por lo que pueden comerlos sin miedo; aunque también dificulta los cultivos, por lo que no es un buen sitio para vivir para alguien vegetariano.
Turismo extremo
A pesar de que no parece un buen lugar para pasar unas vacaciones, esta ciudad se ha convertido en el destino de muchos exploradores aventureros, como Amos Chapple, un fotoperiodista neozelandés que recientemente ha contado a varios periódicos sus vivencias en Oimiakon. Uno de los hechos que más atrajeron su curiosidad fue la poca vida de sus calles. Le fue prácticamente imposible hablar con los habitantes de la ciudad, ya que todos corren de un sitio cálido a otro, sin detenerse a charlar en el camino.
Además, las personas que se dedican a oficios que requieren pasar tiempo a la intemperie organizan turnos de no más de 20 minutos, tras los cuáles son relevados por un compañero. Ni siquiera los niños acuden al colegio durante los meses más fríos.
La gastronomía también llamó la atención de Chapple. Según relató el fotoperiodista, las personas allí no se resignan tristes a comer pescado y carne cruda, sino que se sienten muy orgullosos de platos como la stroganina, preparada a base de lonchas congeladas de pescado crudo. Además de esta especialidad también tienen su propia versión de la morcilla, consistente en cubitos de sangre de caballo congelada.
También es muy importante el papel de las autoridades locales en la ciudad, ya que durante las heladas toman precauciones como restringir el tráfico para evitar accidentes. Mientras tanto, los vehículos descansan aparcados en garajes calefactados, sin los que sería imposible que pudiesen arrancar bajo el frío.
No parece un lugar agradable para vivir, pero estas personas, que viven más cerca del Círculo Polar Ártico que de cualquier otra región poblada, han sabido cómo adaptarse a las circunstancias, e incluso adaptarse a ellas.