Les llamaron novatores. Era un término despectivo para burlarse de sus ganas de innovar en la España decadente de finales del siglo XVII y principios del XVIII. Quisieron subirse al carro de la Revolución científica europea y adelantarse a la Ilustración, pero sus méritos no fueron reconocidos hasta mucho más tarde.
Una de las figuras más destacadas de este movimiento fue la de Diego Mateo Zapata, a quien Goya dedicó una acuarela en la que aparece atado con cadenas en una cárcel del Tribunal de la Inquisición de Cuenca. El pintor deja clara su admiración con la frase "Zapata, tu gloria será eterna".
Este médico y filósofo había nacido en Murcia en 1664 y desde pequeño supo lo que era el Santo Oficio, ya que pertenecía a una familia de judíos conversos de origen portugués y sus padres fueron procesados. Aún así, consiguió estudiar en la Universidad de Valencia y después especializarse en medicina en la de Alcalá.
Al principio sus ideas eran bastante clásicas. Defendía la medicina galénica, que llevaba vigente casi 15 siglos, desde los tiempos del griego Galeno de Pérgamo, y que explicaba, entre otras cosas, que la salud dependía de los cuatro humores o líquidos del cuerpo (sangre, bilis, linfa y pituita) y que el hígado era un órgano preponderante desde el que partían las venas hacia todo el cuerpo.
Sin embargo, la llegada de Zapata a Madrid en 1687 y su participación en tertulias eruditas impulsadas por personajes ilustres como Nicolás Antonio y el marqués de Mondéjar, Gaspar Ibáñez de Segovia, modificaron su pensamiento, que se abrió a las ideas científicas modernas.
Un polemista bien situado en la corte
Pronto cogió buena fama en la corte y trató con éxito a hombres poderosos, tanto que pudo acceder al rey Carlos II y conseguir la creación de la Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias de Sevilla. Hoy en día se llama Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla y se considera la más antigua de Europa.
En sus primeros años, esta institución se convirtió en la punta de lanza de las ideas modernas en España y el propio Zapata protagonizó uno de sus episodios más polémicos al defender el uso de remedios químicos, en contra de los galénicos, además de empezar a cuestionarse toda la filosofía de Aristóteles. La controversia no era sólo intelectual: sus enemigos más conservadores no perdían oportunidad para desacreditarlo por su ascendencia judía.
En el terreno de la práctica médica publicó Disertación médico-teológica que, a pesar de su título tan rimbombante, se centra en nuevas prácticas de obstetricia, sobre todo para recopilar las ideas más avanzadas de Europa en cuestión de partos y embarazos. Por ejemplo, defiende la cesárea de forma apasionada.
Torturado por el Santo Oficio
La obra apareció en 1733, pero pudo no haber visto la luz nunca, ya que unos años antes el murciano dio con sus huesos en la prisión de Cuenca. Tanta idea moderna no podía ser del gusto de los inquisidores, que tenían la excusa perfecta para buscarle las vueltas si acudían a sus orígenes, así que le acusaron de judaizante, le sometieron a tortura y le requisaron sus bienes, entre ellos, 600 volúmenes de su biblioteca. En un auto de fe, tuvo que salir en procesión con el sambenito y recibir 200 azotes. Lo típico.
No obstante, se ve que ni siquiera el Santo Oficio encontró motivos de peso para castigarle mucho más –o quizá es que tenía amigos influyentes–, así que tan solo le desterraron de su ciudad natal, de Madrid y de Cuenca durante una década. Zapata aún daría mucha guerra hasta morir en 1745 a la edad de 81 años y conservó un gran prestigio como médico del duque de Medinaceli.
Para algunos, su principal obra fue Ocaso de las formas aristotélicas, aunque quedó incompleta y fue publicada de forma póstuma. Traducida a varios idiomas y –cómo no– prohibida por la Inquisición, en realidad es una amalgama de diversas doctrinas en la que, por encima de todo, defiende una medicina racional.