A finales de septiembre del año pasado, se celebró en Madrid la reunión anual del Proyecto Cerebro Humano o HBP, la gran apuesta científica de la Comisión Europea para comprender los misterios del cerebro, lanzada en 2013 y financiada con más de 1.200 millones de euros. La inauguración corrió a cargo de la reina Sofía. En la reunión, el neurocientífico suizo Henry Markram, la cabeza visible del proyecto, dio la charla principal. Sin embargo, en la letra pequeña del programa figuraba que él ya no era el coordinador del proyecto. Algo había empezado a cambiar.
Markram, de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, parecía el hombre perfecto para conducir este transatlántico, que agrupaba en total a 112 centros de investigación de todo el mundo. Además de su ambición, construir una simulación perfecta del cerebro humano en un superordenador en el plazo de diez años, el científico tenía detrás una historia personal: el autismo de su hijo Kai le impulsó a adentrarse en el estudio de los misterios del cerebro. Todos estos factores constituían un envoltorio envidiable para el conjunto. Sin embargo, el carácter de Markram pronto comenzó a granjearle enemistades dentro y fuera del proyecto. Quienes le apoyaban creían que el suizo daba la impresión de ser arrogante. Quienes no lo hacían, calificaban su gestión al frente del proyecto de autocrática, una forma elegante de decir dictatorial.
Javier de Felipe, investigador en el Instituto Cajal del CSIC y uno de los directores científicos del HBP quita hierro a la situación. "Sencillamente, hemos pasado a una segunda fase tras el inicio del proyecto", dice a EL ESPAÑOL, "antes el coordinador era Henry y ahora ha habido un cambio de gobernanza, pero él sigue siendo uno de los directores".
Cuando la Comisión Europea y el gobierno estadounidense anunciaron sendos proyectos para estudiar el cerebro a una profundidad nunca antes vista, la pugna entre el Proyecto Cerebro Humano y la iniciativa BRAIN de Obama se calificó entonces como la carrera espacial del siglo XXI. Europa parecía tener ventaja además, ya que la ambición del proyecto estadounidense, con sus 100 millones de dólares iniciales -que luego se ampliaron- palidecía ante los más de 1.200 millones que Bruselas prometió para construir una simulación informática del cerebro humano, desde las neuronas a los hemisferios. Las implicaciones para la computación, la inteligencia artificial o la medicina eran extraordinarias.
Tormenta nada más salir del puerto
Sin embargo, pocos meses después, se produjo la primera sacudida de un terremoto con varias réplicas. Stanislas Dehaene, director del grupo de neurociencia cognitiva y uno de los jefes del proyecto, abandonaba el barco. Tras su salida, 816 científicos escribieron una carta de protesta a la Comisión Europea donde reclamaban más transparencia y, en definitiva, cambios en la gobernanza del proyecto.
En cuanto a la prensa especializada, que meses antes había alabado unánime la iniciativa y a su impulsor, siguió ese típico movimiento pendular y pronto comenzó a cebarse con Markram y con el HBP: "¿Dónde está el cerebro en el Proyecto Cerebro Humano?", escribían en Nature. "Porqué el Proyecto Cerebro Humano salió mal y cómo arreglarlo", decían en Scientific American, dando ya por muertos los ambiciosos objetivos originales de Markram.
A De Felipe no le sorprenden este tipo de cosas, aunque se lamenta de que "sólo salgamos en las noticias cuando uno de los miembros sale del proyecto". El neurocientífico insiste en que "el proyecto va muy bien, es frecuente que cueste coordinar este tipo de iniciativas, especialmente cuando es un grupo de gente tan grande, donde hay muchos tipos de ego y muchos puntos de vista, no somos uniformes en el pensamiento", apunta.
El caso es que la carta surtió efecto. En julio de 2015, Robert Madelin, de la Comisión Europea, respondió: "Estoy bastante seguro de que en los próximos meses veremos un enfoque satisfactorio incluso en las cuestiones planteadas por los críticos acerca de los planes actuales para el proyecto". Estos cambios fueron llegando paulatinamente, pero lo primero era sustituir a Markram.
Los críticos, dos años después
¿Han sido efectivos estos cambios para contentar a los críticos? Contactados por EL ESPAÑOL dos años más tarde, algunos de los científicos españoles que suscribieron la carta reconocen que en este tiempo se han mantenido distantes del proyecto. Es el doble filo de los manifiestos multitudinarios.
"Mi rechazo venía más por fallos en el sistema científico mismo", aclara a este periódico Daniela Martínez de la Mora, de la Universidad Pompeu Fabra. "Desde mi perspectiva, no se pueden invertir millones de euros de impuestos en un proyecto científico cuando el sistema científico mismo bajo el que ese y cualquier otro proyecto operan requiere una seria reforma".
El neurocientífico José María Delgado, de la Universidad Pablo de Olavide y también firmante de la carta, recuerda que "desde su lanzamiento, el Proyecto Cerebro Humano careció de una adecuada definición de sus objetivos y de su ámbito de aplicación", a lo que hay que añadir que "adoleció de convocatorias públicas con la debida difusión e información". Esta es una de las cosas que cambió tras la carta de protesta, recuerda Delgado. "Se realizaron algunas convocatorias abiertas al público, pero dotadas de cantidades ínfimas, muy alejadas de los fondos que, se decía, se destinaban a un proyecto anunciado con tanto bombo y tanto platillo".
Para el investigador del Instituto Cajal, que oficia de director científico al mismo nivel que Markram, es necesario relativizar de nuevo las críticas al proyecto. "Muchos de los que firmaron la carta de protesta luego han conseguido proyectos a través de convocatorias abiertas, se los han dado y se han acabaron las críticas", añade De Felipe, "cuando estás fuera te parece todo muy malo, pero cuando estás dentro te parece maravilloso".
En lo que sí coinciden críticos y defensores del HBP es en el dinero. En principio, la Comisión Europea aportaría 500 millones y los estados miembros otros 500 millones. "Lo que nos ha dado Europa por ahora no es tanto dinero, son un poco más de 50 millones de euros al año para 112 instituciones y laboratorios", dice De Felipe.
Resultados científicos
Esta semana, desde los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses, impulsores del proyecto BRAIN, se anunciaba el hallazgo de un nuevo mapa del cerebro que revelaba 97 nuevas regiones, hasta ahora desconocidas. ¿Pero qué ocurre con Europa, dónde están los resultados?
"No conozco ningún descubrimiento espectacular salido de este macroproyecto, si se compara sobre todo con otros tantos realizados con muchos menos medios", dice Delgado. Otro de los zarpazos llegó esta semana, con la publicación de un artículo del periodista Leonid Schneider que señalaba, entre otras cosas, que uno de los estudios que Markram envió a Nature fue rechazado por los revisores de la revista.
De Felipe defiende el trabajo que están haciendo en el proyecto. "Llevamos más de 200 artículos, lo cual es una productividad científica muy elevada, teniendo en cuenta de que muchos de los proyectos son de superordenadores, que se publican mucho menos", apunta, y en cuanto a lo de Nature, el neurocientífico señala que han publicado otro importante trabajo en Cell, "una revista con más impacto aún".
"Ahora mismo la neurociencia es muy difícil de coordinar porque muchos datos que se generan sobre el cerebro son muy difíciles de utilizar en otros laboratorios, hay muchos fondos para estudiar el cerebro pero luego el acceso y el aprovechamiento de esos datos es sumamente difícil", explica este científico, "y una de las cosas que estamos haciendo en el HBP es darle sentido a eso, pero claro, cuando lo explicas a científicos que no están dentro del proyecto creen que no va a valer para nada, y eso es lo que estamos diciendo, que estamos organizando esa parte para luego poder avanzar más rápido", dice De Felipe.
El proyecto, ahora
Esas seis plataformas colaborativas para que los científicos pudieran desarrollar métodos o algoritmos juntos fueron presentadas en primavera y fueron vendidas como el primer gran hito científico del proyecto. Ocurrió el 30 de abril, un día antes de que Philippe Gillet asumiera la coordinación del proyecto en detrimento de Markram. Gillet, quien será a partir de ahora el encargado de hablar con Europa, pertenece también, como Markram, a la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, por lo que algunas voces críticas apuntan a que los cambios reales en el proyecto serán limitados.
"Un proyecto de esa envergadura necesita una clara definición de objetivos y recursos, así como con un plantel independiente de evaluadores", dice Delgado. "Hay que establecer claros límites entre la política científica, los científicos metidos a políticos y los investigadores de a pie".
Ahora, un nuevo frente de tinieblas se abre tras el Brexit. "No sabemos qué va a pasar con los ingleses y qué condiciones tendrán, si tendrán que hacer un convenio especial", apunta Javier de Felipe. "Las condiciones no serán tan buenas como ahora, y es una pena porque ninguno de los científicos con los que hablé quería salir de Europa, es ridículo".
Cierto es que, en los casi tres años de vida de un proyecto tan complejo, todos se han equivocado en algún momento. Los impulsores erraron al pensar que podrían imitar en un ordenador un órgano que aún no comprendemos del todo en vivo, y menos en diez años. Los críticos erraron al pensar que, tras la estocada de la Comisión Europea al plan inicial de Markram, el proyecto estaba visto para sentencia.
Lo que no sospechábamos es que el Proyecto Cerebro Humano acabaría teniendo más pliegues que el cerebro mismo.