Siempre nos habían contado que el porno era un instrumento vejatorio para la imagen de las mujeres, que las degradaba a la categoría de objetos. Al menos hasta que en agosto de 2015 un estudio de la Universidad de Ontario Occidental (Canadá) publicado en la revista The Journal of Sex Research llegó a una conclusión sorprendente: "Los usuarios de pornografía sostienen actitudes más igualitarias [de género] hacia las mujeres en puestos de poder, hacia las mujeres trabajadoras y el aborto, que los no usuarios".
El porno ya no es lo que era, si es que alguna vez lo fue. Desde que los sex shops pasaron de ser tugurios oscuros con ventanas opacas en los callejones de los barrios rojos a ocupar locales con amplios escaparates y decoración zen en los centros comerciales, las páginas web de pornografía siguieron un camino similar. Hoy son empresas normales de servicios, con departamentos de comunicación que difunden sus propios estudios estadísticos. Y éstos nos revelan que el panorama del porno ya no es el del cine Carretas que cantaba Sabina: según datos de 2015 de Pornhub.com, casi uno de cada cuatro usuarios de esta web de pornografía (24%) es una mujer. Y lo que ellas buscan con preferencia pasmará a muchos hombres: sobre todo sexo gay, tanto femenino como masculino.
Quizá más novedoso para algunos sea que los practicantes del sexo tenido por muchos como el más violento, el de cuero, látigos y cadenas, son en realidad muy diferentes al retrato estereotipado de la moralina hollywoodiense. Si uno se atiene a películas como Asesinato en 8 mm, Instinto básico o Nueve semanas y media, el BDSM (siglas en inglés de Bondage, Discipline/Dominance, Submission/Sadism, Masochism) "parecería a primera vista una práctica abusiva propia de sádicos sin corazón y víctimas con baja autoestima", resume a EL ESPAÑOL Sandra LaMorgese PhD, dominatrix, escritora, formadora y comunicadora, autora del recién publicado libro de memorias Switch: Time for a Change (Edge Play Publishing. aún no publicado en español), en el que cuenta cómo el BDSM cambió su vida. "Pero las apariencias suelen engañar, y con el BDSM esta confusión es especialmente profunda", insinúa LaMorgese.
Un ejemplo es el estudio publicado el pasado abril en la revista The Journal of Sex Research, donde se descubre que los practicantes del BDSM, acostumbrados a una cultura basada en normas de consentimiento mutuo, son más intolerantes que el resto de la población hacia la violación y la culpabilización de las víctimas de agresiones sexuales, así como hacia el llamado "sexismo benevolente" que niega la autonomía de las mujeres. Los investigadores destacan que "los resultados contradicen un estereotipo común del BDSM" que erróneamente representa esta actividad como "una salida aceptable para la agresión sexual contra las mujeres".
Salir de la mazmorra
En los últimos años, el BDSM ha sido objeto de una transición que lo ha sacado de las mazmorras de la depravación moral para situarlo como una opción más dentro del amplio menú de diversiones, que no perversiones, sexuales. Sin duda ha contribuido a ello el fenómeno literario y cinematográfico de 50 sombras de Grey, del que se dice que llevó el sadomasoquismo a muchos hogares donde hasta entonces el único látigo era el de las películas de Indiana Jones. Pero sobre todo, y dado que ni los psiquiatras ni los jueces se guían por las películas o los libros de moda, lo que ha llevado el BDSM al territorio de la normalidad sexual ha sido el cese de su definición como patología mental.
Hasta 1987, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, considerado en todo el mundo como la biblia de la psiquiatría, incluía las prácticas habituales del BDSM dentro de las "desviaciones sexuales". Sólo 14 años antes, en 1973, la homosexualidad había abandonado la lista de las enfermedades. En 1987 se introdujeron las parafilias como trastornos mentales, pero en 1994 se acotó este diagnóstico exclusivamente a los casos en que existía "sufrimiento o disfunción clínicamente significativos".
Por fin la quinta edición del DSM, publicada en 2013, distingue entre parafilia y trastorno parafílico. "La parafilia es una condición necesaria pero no suficiente para tener un trastorno parafílico, y una parafilia por sí misma no necesariamente justifica o requiere intervención clínica", dice el DSM-5. El diagnóstico de trastorno parafílico se reserva así para los casos en que existan "consecuencias negativas para el individuo o para otros", como ocurre con la pedofilia o el exhibicionismo, que "para su satisfacción conllevan acciones que, por su nocividad o daño potencial para otros, se clasifican como delitos".
Sin embargo, este cambio no llegó por sí solo. En la absolución psiquiátrica de las parafilias consensuadas entre adultos desempeñó un papel clave la tenaz campaña emprendida de 2008 a 2013 por la Coalición Nacional para la Libertad Sexual (NCSF), fundada en EEUU en 1997. "La gente venía a la NCSF en busca de ayuda porque estaban sufriendo discriminación por los profesionales de la salud mental debido a la errónea creencia de que, por ser kinky [término referido a los practicantes del BDSM], eran enfermos mentales", explica a EL ESPAÑOL la fundadora y portavoz de la NCSF, Susan Wright. Simplemente por practicar sado, vestirse de mujer (los hombres) o confesarse fetichistas de pies, muchas personas "estaban perdiendo la custodia de sus hijos y sus empleos", señala Wright. Una encuesta de la NCSF determinó que el 37% de los kinky eran víctimas de acoso o violencia.
"El cambio en el DSM-5 ha tenido un impacto drástico en los niveles de discriminación hacia la gente kinky", dice Wright. Los datos son contundentes: en 2009, 132 personas perdieron la custodia de sus hijos por este motivo; en 2015, sólo 19. "La misma semana en que se publicaron los cambios, sometimos los nuevos criterios en un caso de custodia, y el juez reprendió al trabajador social por no estar al tanto de la ciencia actual", cuenta Wright. La portavoz añade que el número de personas que acuden a la NCSF en busca de ayuda se ha reducido a la tercera parte desde antes del DSM-5.
El nuevo yoga
Una buena muestra de cómo viven su sexualidad las personas kinky se refleja en el último estudio sobre la materia, publicado este mes en The Journal of Sexual Medicine. Un equipo de investigadores de EEUU ha entrevistado a 935 practicantes de BDSM, llegando a la conclusión de que en la inmensa mayoría de ellos esta actividad cumple los criterios del ocio recreativo: en torno al 90% de los encuestados liga su actividad con un sentimiento de libertad personal, sentido de la aventura, relajación, reducción del estrés y autoexploración. Para el 96% el BDSM es fuente de emociones positivas, y más del 98% disfruta de una experiencia placentera.
Todo esto quizá resulte chocante para una actividad que suele incluir azotes y latigazos como parte de sus prácticas. Pero es que estudios como éste dejan en evidencia que no se trata de violencia: "La participación en BDSM no está motivada por tendencias violentas, aunque a menudo se retrate así en los medios", expone a EL ESPAÑOL el director del estudio, el sociólogo D. J. Williams, de la Universidad Estatal de Idaho y el Centro para la Sexualidad Positiva de Los Ángeles. "El BDSM puede aportar importantes beneficios psicológicos que son consistentes con la participación en actividades de ocio". "No hay nada inherentemente patológico en ello", subraya Williams.
"De hecho, la práctica del BDSM implica confianza, compasión, amor, aceptación y rendición del control por el bien de la propia salud emocional", apunta LaMorgese. La autora sugiere que las botas altas de tacón de aguja y el cuero, instrumentos que ella emplea a menudo, son sólo la superficie: "Lo que una dominatrix facilita es un intercambio de poder y energía sexual; lo importante es cómo hago que mi cliente se sienta". Y este sentimiento, añade, es el de un espacio físico, mental y emocional alejado de la realidad cotidiana. A la creación de este subespacio contribuye también el escenario, ya sea el cuarto de juegos o la mazmorra. Mézclese todo ello, y el resultado es... ¡bum! "Es como una realidad alterada, similar a lo que consigues a través de la meditación", describe la Dominatrix.
Más allá de la experiencia subjetiva, la descripción de LaMorgese viene también avalada por ciencia. Estudios llevados a cabo por un grupo de la Universidad del Norte de Illinois especializado en la ciencia del BDSM muestran que, de acuerdo a los tests cognitivos y los cuestionarios, estas prácticas provocan estados alterados de consciencia que varían con el rol: la parte dominante (generalmente top, en el argot BDSM) experimenta lo que en psicología se conoce como un estado de flujo, caracterizado por una intensa atención, mientras que la sumisa (en general, bottom) entra en lo que se denomina hipofrontalidad transitoria, equiparada a la clásica euforia del corredor y habitualmente asociada a la meditación.
Aunque estos últimos muestran un aumento del cortisol, la principal hormona del estrés, curiosamente se describen como menos estresados, algo que los investigadores asocian con un descenso del riego sanguíneo en la parte ejecutiva del cerebro, la corteza prefrontal. Por todo ello, algunos practicantes del BDSM llegan a definirlo como el nuevo yoga. "La mayoría de mis clientes dicen que, cuando termina una sesión, sienten una sensación de euforia o un éxtasis cálido", dice LaMorgese. "Psicológicamente, esta actividad puede ser muy curativa; muchos de los sumisos han vivido con deseos sexuales que sentían como vergonzosos, y la práctica del BDSM les permite explorar sus fantasías sin miedo a la vergüenza o a ser juzgados". Para la Dominatrix, este afortunado encuentro entre ciencia y sado continuará descubriendo beneficios que "sólo mejorarán la actitud científica hacia el BDSM".
Eliminar el estigma
Sin embargo y a pesar de la ciencia, del DSM-5, de las 50 sombras o incluso de los vídeos de Madonna, a la sociedad aún le queda camino por recorrer: "El BDSM está saliendo a la luz, pero el estigma todavía permanece intacto", advierte a EL ESPAÑOL la terapeuta y comunicadora de la salud Tanya Bezreh, directora de un estudio publicado en la revista American Journal of Sexuality Education sobre la estigmatización de quienes deciden hacer público su interés en el BDSM. El estudio de Bezreh reveló que la mayoría de los encuestados comenzaron a sentir su inclinación kinky hacia los 15 años, sufriendo a menudo una fase de ansiedad y vergüenza. Aunque en la edad adulta la divulgación de su opción sexual es imprescindible para iniciar una relación, la decisión sobre hablar abiertamente de ello en otros contextos varía, ya que continúan temiendo el rechazo social.
Una parte del camino hacia la eliminación de este rechazo pasa por los profesionales. Según Williams, muchos médicos aún tienen que actualizarse: "Se requiere más formación entre los clínicos sobre BDSM y prácticas relacionadas, porque todavía persisten ideas antiguas que son contrarias a lo que dice la investigación". Bezreh añade la necesidad de una mejor educación sexual: "Hay que enseñar a la gente sobre la variación y la diferencia; el mapa sexual de cada uno es diferente". Otro factor es la cultura popular, aunque para Bezreh debería abordarse el lado humano de las personas kinky, algo que aún falta: "En general sólo se retratan las partes sexy; necesitamos más historias con personajes que practiquen BDSM y donde se vea todo lo que va asociado a ello, como el miedo a que su jefe lo descubra, por ejemplo".
Por último, está la salida del armario. Sólo en eventos específicos donde se reivindica la visibilidad sexual, como en los festivales del orgullo LGTB, lo kinky se exhibe más abiertamente. Pero Bezreh comprende que los practicantes del BDSM no se atrevan a confesarlo sin tapujos; "todavía hay un riesgo real de estigma". El pasado febrero, el aclamado compositor austríaco George Friedrich Haas hacía pública en el diario The New York Times la relación BDSM que mantiene con su nueva esposa, la escritora y educadora sexual Mollena Williams, y que según el propio Haas ha duplicado su productividad musical.
Para Bezreh, salidas del armario como ésta son un ejemplo "gratificante e inspirador". "La psicología y la psiquiatría nos han enseñado siempre que ignorar nuestros sentimientos y reprimir nuestros deseos sólo conduce al dolor", reflexiona LaMorgese. "La cultura y la comunidad BDSM celebran la autoexploración, la libertad de expresión y la aceptación".
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