¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. Mirarse a los ojos es un clásico entre los enamorados desde mucho antes de Bécquer, y a nadie sorprenderá que un estudio certificara que las parejas más amorosas dedicaran más tiempo a mirarse a los ojos, incluso sin nada que decirse. Pero aquel estudio se hizo en 1976; ahora, en 2016, una nueva investigación ha sido incapaz de encontrar una asociación entre la duración del contacto visual y la calidad de una relación. ¿Será que hoy los ojos se han sustituido por la pantalla del móvil?
Aunque hoy las relaciones estén en gran parte mediatizadas por los dispositivos que a veces se interponen entre los ojos de una persona y los de otra, el contacto visual sigue teniendo mucha más importancia de la que sospechamos. Al fin y al cabo, los humanos no hemos evolucionado observando pantallas, pero sí mirándonos a los ojos. Casi desde que nacemos tendemos a mirar a los ojos que nos miran, y esta sensibilidad temprana expresada en juegos como el cucutrás es para los psicólogos "el principal fundamento del desarrollo de las habilidades sociales", tanto en los humanos como en otros primates.
El contacto visual continúa siendo una parte esencial de la comunicación no verbal, que relacionamos con la amabilidad y el interés. Sabemos lo frustrante que puede ser la mirada huidiza del médico que nos atiende, y por ello son muchos los estudios que recomiendan a los facultativos estar pendientes de este detalle. Incluso cuando pagamos un café, un camarero que nos mira a los ojos puede producirnos una mejor impresión. Con muchos de los desconocidos con los que nos cruzamos cada día llegamos a establecer un brevísimo contacto visual, casi sin que sepamos el motivo. Puede deberse a que encontramos atractiva a la otra persona, o a que algo de su aspecto nos llama la atención, o a nada en particular; simplemente al hecho de coincidir en el ascensor o junto a las puertas del vagón de metro.
Pero cuando se trata del contacto visual casual entre desconocidos, una mirada que se prolonga más de lo normal puede resultar aún más incómoda, sobre todo porque no sabemos qué está pasando por la mente de la otra persona. ¿Le gustamos? ¿Le desagradamos? ¿Le recordamos a alguien? ¿Tenemos una mancha de mayonesa en la barbilla? Pero ¿cuánto tiempo es lo normal? Y aún más, ¿hay un criterio universal o varía según las personas o las culturas?
Lenguaje universal
Estas preguntas no han escapado a los psicólogos, y gracias a ellos tenemos algunas respuestas. Para el estudio más reciente sobre la cuestión, publicado este mes en la revista Royal Society Open Science, investigadores del University College London (Reino Unido) reclutaron a 498 visitantes del Museo de Ciencias de Londres, de 56 nacionalidades distintas y de todas las edades, desde niños de 11 años a ancianos de 79. A todos ellos los sentaron frente a una pantalla y les enseñaron vídeos en los que un actor o actriz les miraba a los ojos durante diferentes intervalos.
Con la observación precisa de las reacciones de los participantes y sus respuestas a una encuesta, los investigadores han podido determinar cuál es el intervalo del cruce de miradas que a la mayoría le resulta cómodo y justo: en promedio, 3,3 segundos. Como normal general, no menos de dos segundos ni más de cinco. Y nunca menos de un segundo ni más de nueve. Curiosamente no aparecen diferencias claras asociadas a los distintos parámetros demográficos, como la edad, el género o la nacionalidad, excepto en un caso: los hombres de mayor edad prefieren contactos visuales más prolongados cuando se trata de una mujer. Lo cual tampoco es sorprendente.
Según explica a EL ESPAÑOL el autor principal del estudio, el psicólogo experimental Nicola Binetti, el experimento trataba de replicar una situación casual de contacto visual entre desconocidos, "como ocurriría por ejemplo en un autobús". De hecho, a los voluntarios se les pedía que imaginaran una situación así. Binetti reconoce que el trabajo tiene una limitación, y es que el uso de videoclips no es lo mismo que una interacción real. "Fue un compromiso experimental escogido para poder controlar rigurosamente la duración de la mirada de los actores, lo que nos permitía estimar con precisión las preferencias", señala. En todo caso, el psicólogo subraya que sus resultados están en consonancia con otros estudios previos en condiciones experimentales más naturales, pero con muestras más pequeñas.
La pupila nos delata
Además del contacto visual, Binetti y sus colaboradores estudiaron la dilatación de la pupila de los voluntarios. Durante décadas, los investigadores han analizado esta reacción como señal de la llamada activación fisiológica y psicológica (arousal); nuestras pupilas no sólo responden a la intensidad de la luz, sino también a lo que nos pasa por dentro, a nuestras emociones y sentimientos. La visión de una persona que nos resulta atractiva puede dilatarnos la pupila, pero también la contemplación de un cadáver. De hecho, destacan los investigadores, las emociones negativas disparan una reacción pupilar más potente que las positivas.
En su estudio, Binetti y sus colaboradores no han encontrado relación entre el grado de atractivo de los actores y actrices, según las opiniones de los propios voluntarios, y la respuesta pupilar. "No parece probable que la respuesta de activación que hemos capturado refleje si a los participantes les gusta o les disgusta el actor", apunta el psicólogo, añadiendo que el resultado negativo podría deberse a la limitación de usar vídeos.
Sin embargo, sí han comprobado que una mayor dilatación de la pupila se corresponde con una preferencia por contactos visuales más largos, lo que parece descartar que la activación en este caso refleje una emoción negativa. "Lo único que podemos decir es que la respuesta de la pupila predice la disposición de un participante a implicarse en una interacción de la mirada, con independencia de su personalidad o de su gusto o disgusto por el actor", agrega Binetti.
Por supuesto, debajo de todo esto hay una compleja respuesta neural que los investigadores están estudiando. El contacto visual dispara la actividad en un conjunto de regiones cerebrales que colectivamente se conoce como el "cerebro social" y que es responsable de nuestra interacción y comunicación. De él depende que a la pregunta de esa pupila clavada en la nuestra podamos responder: "poesía... eres tú". Aunque lo azul no sea la pupila, sino el iris.