Las gigantes antenas que se divisan desde la carretera que lleva de Colmenar del Arroyo a Fresnedillas de la Oliva, en los límites de la Comunidad de Madrid, se intuyen parte de alguna remota cadena de comunicación de gran envergadura. Uno no pensaría, sin embargo, que pertenecen al Cuerpo Nacional de Inteligencia, pero mucho menos que en su día sirvieron para hablar con los primeros astronautas que llegaron a la Luna en el Apolo 11 y con los de las siguientes misiones de la NASA.
La construcción de la estación de Fresnedillas tuvo su origen en 1961, en plena carrera espacial, tras un discurso de Kennedy: "Tenemos que hacer algo que deje en el olvido lo que han hecho los rusos", declaró. La Unión Soviética había lanzado el Sputnik 1 (el primer satélite artificial), habían mandado a Laika al espacio (pero murió en el intento) y habían conseguido que el astronauta Yuri Gagarin fuera el primer ser humano en viajar al espacio. Norteamérica tenía que contratacar.
El Congreso y el Senado secundaron al entonces presidente con un cheque de unos 40 mil millones de dólares. El objetivo: llevar al hombre a la Luna y traerlo sano y salvo antes de que acabara la década de los sesenta.
La NASA debía construir una red de seguimiento y comunicación, con estaciones alrededor del mundo que permitieran mantener el contacto constante con las misiones que viajaban a nuestro satélite.
Junto a la de Fresnedillas se construyeron otras dos estaciones, una en California y otra cerca de Canberra (Australia), de manera que los 360 grados de la esfera terrestre quedaban divididos en tres husos y se posibilitaba la conexión constante con las naves a pesar de las rotaciones de la Tierra y de la Luna.
Se buscan ingenieros que hablen inglés
Los americanos quisieron contratar a profesionales españoles para la estación de Madrid. José Manuel Grandela, quien enseña a EL ESPAÑOL el Museo Lunar dedicado a la aportación de esta estación a las proezas de la NASA -ubicado en la entrada de Fresnedillas-, tuvo el privilegio de participar en ese "trabajo de ciencia-ficción", como él lo califica.
La mujer de Grandela, que por entonces trabajaba como marino, fue quien le enseñó el anuncio que los estadounidenses pusieron en los periódicos. Se requerían dos características que pocos españoles tenían: conocimiento de ingeniería (informática, cibernética, electrónica) y un inglés americano fluido.
Gracias a sus viajes transatlánticos, Grandela contaba con el idioma y, como ingeniero de telecomunicaciones, poseía también la formación necesaria. Se presentó a las pruebas y las superó junto a otros seis españoles, que convivieron durante años de trabajo con los profesionales americanos que se trasladaron a Madrid.
Grandela recorre la exposición con una mezcla de orgullo y nostalgia, y las anécdotas que va relatando se amontonan a medida que los objetos y carteles le van haciendo recordar. Resulta incomprensible que todas estas historias, la cara oculta de la conquista de la Luna, estén reducidas a tres pequeñas salas en una carretera secundaria, y no se les haya reservado un lugar más destacado, tanto en Madrid como en la historia de España.
La estación de Fresnedillas se terminó de construir en 1964, a unos siete kilómetros del Museo Lunar, y se incorporó a las labores del programa Apolo estadounidense, que se planificó para extenderse hasta Apolo 20, pero que concluyó en Apolo 17 debido a que ya habían conseguido su objetivo: pasear por la Luna y volver.
Las misiones que nos acercaron a la Luna
En mayo del 69 la misión de Apollo 10 llegó a acercarse a 16 kilómetros de la Luna. Los astronautas (Thomas Stafford, John W. Young y Eugene A. Cernan), después de semejante viaje, naturalmente querían descender a la superficie lunar. "Ya que estamos aquí, bajamos", dijeron. Pero la NASA ya lo tenía previsto, relata Grandela y les comunicaron que habían puesto menos combustible del necesario: "si bajáis no volvéis". "Para que veáis si hilaban fino", bromea Grandela.
El combustible, que ocupa la mayor parte de la nave y se coloca debajo del módulo lunar (donde viajan los astronautas), tiene una energía similar a 34 bombas de Hiroshima. Aunque sí que pudieron terminar de descender, en Apolo 11 también andaron justos de comburente: desde aquí se les avisó de que sólo tenían 30 segundos para alunizar, después de estar varios minutos buscando un lugar para descender sin reconocer la superficie lunar que habían estudiado.
El culpable de este imprevisto fue el hierro. La NASA desconocía que en el interior del satélite había magma, compuesto principalmente por hierro, el cual genera unos campos magnéticos que afectaron a los sensores de la nave y la mandaron a 6 kilómetros de distancia de la zona en la que estaba planeado que descendiera, por lo que la tripulación no encontró lo que esperaba ver.
Cuando "estación Madrid" avisó de que disponían de medio minuto, Armstrong quitó el piloto automático y buscó un sitio adecuado (sin piedras, en el que la nave quedara colocada verticalmente) para alunizar. Lo hizo en 12 segundos.
Sin embargo, Armstrong, Aldrin y Collins aún tuvieron que esperar un poco más. Desde la Tierra se les indicó que debían descansar: "Vosotros ahora dormid ocho horas", recuerda Grandela, a lo que contestaron algo así como: "Estamos ahora como para dormir". Lógicamente, después de tres días de viaje querían salir nada más llegar. Aunque más que una orden, fue una recomendación: "Las palabras hacia la tripulación eran siempre dulces, nunca llegaban a regañar, porque se comprende la tensión por la que pasan durante las misiones. Les sugirieron que debían descansar".
En el histórico momento "un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad", Fresnedillas no fue uno de los puntos de conexión. Unas horas después, cuando Armstrong y Aldrin salieron a la superficie, la Luna estaba en la otra parte de la Tierra y no tenían comunicación.
El éxito parcial de Apolo 13
En un lugar así también tenía que haber días de desasosiego, tensión y angustia: el ambiente en Fresnedillas fue muy diferente durante la misión de Apolo 13. Debido a una fuga de combustible, los astronautas tuvieron que apagar el sistema de navegación y los ordenadores: sólo iban oyendo a los trabajadores que estaban en tierra. La nave no podía simplemente dar la vuelta y regresar, pero tampoco podían bajar a la Luna sin encender ningún motor.
Tenían que seguir el tirón a la Luna, darle la vuelta y volver hacia la Tierra. Al no poder encender nada, en el módulo lunar estuvieron a dos grados durante un día y medio. Para volver a la Tierra tuvieron que encender un motor que afortunadamente no ardió, y al entrar en la atmósfera, debido al calor que produce la fricción con la atmósfera la humedad concentrada se condensó y llovió dentro de la nave. Cuando amenizaron y salieron al océano ya estaban empapados.
"Yo, como otros compañeros, estuve cuatro días sin ir a casa", relata Grandela a este medio. "Cuando dijeron que estaban vivos, la emoción fue tal que muchos [yo me incluyo], lloramos de la alegría".
En el museo también hay réplicas de los enormes ordenadores y máquinas con las que trabajaban. Uno de los sistemas de control y seguimiento de las misiones consistía en dos pantallas con el electrocardiograma y el electroencefalograma de los tres tripulantes.
Grandela recuerda que durante la misión de Apolo 15, en 1971, observaron que al astronauta John Young le había subido el ritmo cardíaco. La razón estaba en que durante unos minutos perdió la comunicación con la Tierra, hasta que desde Fresnedillas consiguieron volver a conectar y el astronauta exclamó "¡Beautiful Madrid!".
Para los astronautas, tan solos como están en el universo, escuchar las voces humanas supone un poderoso nexo de unión con la Tierra, "como si pudieran aparecer en España con un saltito", relata Grandela.
En la sala hay una pieza que recuerda a un asiento de coche para niños, que inevitablemente despierta la curiosidad. Se trata de uno de los asientos que se colocaban en la cápsula, en el que los astronautas se tumbaban durante el despegue.
Éstos estaban hechos a medida de cada individuo: los astronautas se introducían en una especie de bañera de plástico que hacía las veces de molde, a partir de ahí fabricaban el asiento personificado y conseguían que la fuerza que ejerce la atmósfera durante el despegue (unas cuatro veces mayor que la que ejerce sobre la superficie terrestre) se amortigüe y se reparta milímetro a milímetro por todo el cuerpo. De lo contrario, pesaría directamente sobre la columna vertebral y la persona moriría en el instante.
"El hombre llegó a la Luna gracias a Los Bravos"
Al final de entrevistar a Grandela, me siento obligada a preguntarle qué hacían cuando finalizaban una misión y tres personas habían vuelto sanas del espacio, cómo se celebra haber conseguido que tres hombres lleguen a la Luna. "Con una Splash Down Party", me contesta. "Después de que Houston nos diera las gracias y nos dijera 'Madrid, estáis liberados', después de gritos, abrazos y algún que otro puro, nos íbamos al restaurante Los Bravos, en Valdemorillo, en el que uno de los norteamericanos iba cortando las corbatas para clavarlas en la calle y memorizar lo que habíamos hecho".
Actualmente en el restaurante existe una placa conmemorativa que dice "El hombre llegó a la Luna gracias a Los Bravos". Grandela lamenta que un día, estando en dicho restaurante, preguntó a los presentes si sabían qué quería decir la frase. "Me dijeron que la habían visto toda la vida, pero que ni se habían preguntado ni sabían lo que significaba", lamenta.
Innegablemente, tanto el museo como la historia de la estación de Fresnedillas no han sido motivo de gran interés. Ni la NASA, ni Estados Unidos, ni el Gobierno español, ni la Comunidad de Madrid han ayudado a levantar este museo único. "El gobierno autonómico nos incluyó en la lista de museos de la Comunidad hace pocos años, eso es todo lo que han hecho", afirma Grandela. La colección está compuesta íntegramente de las piezas que ha ido guardando Grandela a lo largo de su vida, a medias con Jordi Gasull, un coleccionista aficionado que donó sus piezas al museo.
Una de las primeras misiones en las que participó Fresnedillas fue la Apolo 8, en 1968, que se acercó al satélite el día de Navidad. El comandante Borman comulgó, y junto al resto de la tripulación, leyeron el principio del Genésis: "Al principio Dios creó el cielo y la Tierra", y mirando a la Tierra desde el espacio desearon la paz, la igualdad entre todos los seres humanos y que éstos mantuvieran vivo a su planeta.
"Obviamente lo que desearon no se ha cumplido", dice Grandela. Mirar el mundo desde fuera debe inspirar muchísimo, quizás no estaría de más reflexionar desde allí más a menudo.