Para ver reír a las ratas no es necesario volver a ver Ratatouille. Basta con cosquillearlas en la tripa. Aunque no sonrían de acuerdo a nuestros estándares humanos ni escuchemos sus carcajadas, sus saltos de júbilo y su aproximación a la mano que las acaricia son los signos visibles de su diversión. El resto nos pasa inadvertido porque no podemos escucharlo: se ríen en ultrasonidos, en una frecuencia inaudible para nosotros.
Como los humanos, otros animales ríen en respuesta a las cosquillas, por lo que este viejo juego es la manera más sencilla de estudiar la risa en el laboratorio. Pero las cosquillas son en sí mismas un enigma: sabemos que no podemos hacérnoslas a nosotros mismos, que su efecto en parte depende de lo inesperado, y que no siempre resultan agradables. Y sin embargo, los científicos aún tratan de comprender por qué nos hacen reír y cómo intervienen en nuestro cerebro para conseguirlo. Ahora, dos investigadores de la Universidad Humboldt de Berlín (Alemania) creen tener algunas respuestas.
Los neurocientíficos Shimpei Ishiyama y Michael Brecht han empleado la ya conocida capacidad de las ratas de reír en respuesta a las cosquillas para tratar de localizar qué parte del cerebro es responsable de esta reacción, algo que podría aplicarse a los humanos. Los investigadores cosquilleaban a las ratas al tiempo que analizaban sus respuestas neuronales. "Había estudios previos de imagen que mostraban patrones de activación cerebral inducidos por las cosquillas", cuenta Brecht a EL ESPAÑOL. Sin embargo, hasta ahora no se habían localizado las neuronas responsables. "Nuestro estudio es el primero que demuestra una correlación celular directa del cosquilleo con la corteza somatosensorial", añade el científico.
La corteza somatosensorial es una parte del cerebro implicada en sensaciones de nuestra piel como el tacto, la quemazón o el dolor, por lo que no es sorprendente que también sea esta región la que controla la respuesta a las cosquillas. Pero en su estudio, publicado en la revista Science, los investigadores también han demostrado que basta estimular estas neuronas para que las ratas se rían con sus características carcajadas ultrasónicas, sin necesidad de cosquillas. "Parece realmente que la corteza somatosensorial es el punto de las cosquillas en el cerebro", dice Brecht.
Diversión o tortura
En una fase posterior, los investigadores repitieron sus experimentos colocando a las ratas en una plataforma elevada con iluminación intensa, una situación que provoca una cierta ansiedad a los roedores. Con esta prueba querían comprobar hasta qué punto el estado de ánimo influye en la respuesta de las ratas a las cosquillas, y cómo se relaciona esto con la activación de la región cerebral que habían identificado.
Sabemos que, en el caso de los humanos, la respuesta depende mucho de nuestro ánimo: incluso para la escasa tercera parte de los adultos que dice disfrutar con las cosquillas, éstas sólo producen el efecto deseado si estamos de buen humor. Si por el contrario no nos apetecen, las cosquillas pueden convertirse en una molestia desagradable. De hecho, existen referencias históricas a su uso como forma de tortura en las antiguas Roma y China, pero también en los campos de concentración nazis, según relató Heinz Heger en su libro Los hombres del triángulo rosa sobre las experiencias sufridas por los prisioneros homosexuales. Y este doble filo de las cosquillas, que todos conocemos por la experiencia, Charles Darwin lo dejó escrito en sus estudios sobre la expresión de las emociones, cuando propuso que las cosquillas requieren una "condición placentera".
Ishiyama y Brecht demuestran que también en esto las ratas se parecen a nosotros. Cuando se encontraban en estado de ansiedad, los animales no respondían a las cosquillas: ni se reían, ni se les activaba la corteza somatosensorial. "Está claro que tanto en los humanos como en otros animales las cosquillas pueden ser una experiencia emocional intensamente positiva, pero sólo si las condiciones son las adecuadas", resume Brecht. Y de paso, los dos científicos han dado la razón al padre de la evolución: "Darwin ya vio que las cosquillas dependen del estado de ánimo, y nuestros resultados confirman sus ideas".
Mucho por saber
Sin embargo, hay un aspecto de los resultados que ha desconcertado a los autores. Aunque la relación entre el estado de ánimo y las cosquillas nos resulte muy familiar, una cosa es que no nos riamos si no estamos de humor; pero si se supone que la corteza somatosensorial es una parte del cerebro que sólo responde a estímulos puramente mecánicos, ¿cómo es posible que pueda controlarse su actividad simplemente a través de un estímulo no mecánico como es un estado mental?
"Éste fue un resultado sorprendente para nosotros", confiesa Brecht. "Las células de esta región cerebral se activan por las cosquillas, pero también se activan o no dependiendo del estado de ánimo, y éste es un fenómeno nuevo; todavía no conocemos el mecanismo que lo produce", concluye. Cada nueva respuesta científica sobre las cosquillas parece suscitar nuevas preguntas. Los dos autores confían en que sus nuevos resultados ayuden a entender mejor lo que en su estudio definen como una "misteriosa sensación", un fenómeno cotidiano que aún oculta a la ciencia muchos de sus secretos.
En resumen, el trabajo de Ishiyama y Brecht es una prueba más de que Aristóteles se equivocaba cuando en su teoría de la comedia escribió que "ningún animal excepto el hombre ríe". Claro que el filósofo griego no podía escuchar la risa de las ratas, ni probablemente pudo tener demasiado contacto con otros primates distintos de los humanos. Pero hoy los científicos han reconocido que muchos animales ríen y reaccionan a las cosquillas tanto como nosotros, aunque no necesariamente del mismo modo que nosotros. Reír no nos hace humanos, sino animales. En palabras del neurocientífico Jaak Panksepp, "aunque algunos todavía ven la risa como un rasgo únicamente humano, pulido en el Pleistoceno, ellos son los que dan risa".