Por razones evidentes, los mayores interesados a nivel mundial en comprobar cómo afecta el jet lag a los deportistas profesionales son los australianos. Llegar a cualquier Mundial o Juegos Olímpicos, sean donde sean, les supone viajar entre 10.000 y 15.000 kilómetros.
Por ello, en 2014, un equipo de investigadores llegó a acompañar a la selección de fútbol australiana hasta Brasil para comprobar si el largo viaje afectaba a su rendimiento. Lo cierto es que quedaron últimos de grupo e incluso fueron vapuleados 3-0 por la selección española más insulsa de los últimos años.
Según el médico del Hospital Aspetar de Qatar Peter Fowler, quien recogió cada noche datos sobre los jugadores, "la interrupción del sueño durante y después de un viaje aéreo transmeridiano en dirección este, unido a unos síntomas de jet lag exacerbados, puede resultar en una reducción del bienestar para los jugadores". "Consecuentemente, puede dificultar la preparación del jugador para los siguientes entrenamientos o partidos, aunque se requieren datos de rendimiento físico", escribía en Journal of Science and Medicine in Sports.
¿Por qué incidía Fowler en que el viaje hubiera sido en dirección este? Precisamente, porque la teoría clásica sobre el jet lag dice que los viajes en esa dirección son los verdaderamente perjudiciales para los deportistas. Como dice Ravi Allada, neurobiólogo en la Northwestern University y co-autor de un nuevo trabajo sobre el tema, publicado esta semana en PNAS, "generalmente, suele pensarse que es más fácil adaptarse a un viaje en sentido oeste, que retrasa el amanecer o el atardecer, que a uno en sentido este". Sin embargo, este nuevo estudio revela que "los viajes en sentido oeste pueden ser más dañinos" para algunos deportistas. En concreto, aquellos que juegan el partido a una hora más lejana de su momento óptimo del día que el equipo local.
Trabajo de campo en ligas de EEUU
En competiciones como un Mundial, el efecto del jet lag puede anularse simplemente viajando varios días o semanas antes, dado que los investigadores han cifrado en seis días el límite máximo de sus efectos sobre el ritmo circadiano de los deportistas. El problema es qué ocurre en una competición como la NBA estadounidense, donde los baloncestistas viajan a menudo de costa a costa atravesando más de dos zonas horarias y sin apenas tiempo para adaptarse.
Esto además se agrava, dado que según otro estudio de la universidad alemana de Saarland, el día siguiente a la llegada es cuando los deportistas sienten los peores efectos del jet lag. A esto se une que las noches de partido, los atletas suelen dormir menos horas que cuando no lo tienen.
Quizá por ello, sea difícil de comprender que la final del año pasado en la NBA tuviera lugar entre el equipo que más kilómetros viajó, los Golden State Warriors de Steve Kerr, y el que menos, los Cleveland Cavaliers de Tyronn Lue.
Allada y sus compañeros, Alex Song y Thomas Severini, se fijaron en datos de 46.000 partidos de la liga de béisbol (MLB) en los últimos 20 años para ver cómo había afectado el jet lag al rendimiento de los equipos. Además de comprobar que los viajes en sentido oeste también podían ser traicioneros, uno de los principales hallazgos está en que los efectos dependen del contexto de los partidos. Por ejemplo, un equipo con jet lag puede notar sus efectos solamente en la efectividad al batear o en la facilidad para conceder un home run (cuando tras un golpe de bate la bola sale del campo) al equipo rival.
Los resultados del estudio sugieren que los equipos deberían hacer cambios en sus rutinas de viaje, pero que éstos no deberían ser radicales sino adaptarse a aquellas partes más afectadas por el largo viaje. "Por ejemplo, un lanzador (pitcher) titular que vaya a jugar un partido donde su equipo sufra de jet lag podría viajar al sitio días antes que el resto del equipo para adaptarse a la zona horaria", dicen.
Un pitcher titular que vaya a jugar un partido donde su equipo sufra de jet lag podría viajar al sitio días antes que el resto del equipo para adaptarse a la zona horaria
Otra de las curiosidades de este trabajo es que el jet lag tiene más potencial de afectar a un equipo que, tras viajar, juega como local. "Podemos especular sobre por qué detectamos un efecto más robusto del jet lag en equipos de casa que visitantes", explica Allada. Su hipótesis es que los equipos que juegan fuera de casa "tienen un horario más estructurado que los equipos caseros tras un largo viaje".
Curiosamente, en las última final de la NBA, los Warriors -vigentes campeones y principales favoritos- perdieron ante los Cavaliers en casa el último partido clave, tras un viaje largo y en una final con viajes cada dos o tres días. El equipo de Ohio, el que menos kilómetros había viajado en toda la liga, se impuso en el último partido 89-93.
Por supuesto, Lebron James tuvo mucho que ver en el resultado con sus 27 puntos, 11 asistencias y un tapón escalofriante a André Iguodala a 1:50 del final, pero no desdeñen del todo el factor jet lag.