Los seres humanos tenemos mucho que aprender de otras especies.
Sin duda los animales saben aprovechar los recursos y el medio que les rodea mil veces mejor que nosotros, que muchas veces tenemos la solución a nuestros problemas delante y ni siquiera sabemos aprovecharla.
Un gran ejemplo es el de la ecolocalización, que permite a animales como el delfín o el murciélago moverse en ambientes con poca luz, pudiendo incluso localizar objetos o presas concretas en la más absoluta oscuridad. Se trata de una técnica consistente en la emisión de sonidos, cuyo eco aporta información sobre el medio circundante; ya que, por ejemplo, el sonido tardará más o menos en rebotar según la distancia a la que se encuentre el objeto más cercano.
Con el entrenamiento adecuado se ha logrado reproducir esta técnica en humanos ciegos, pero hasta ahora se consideraba prácticamente imposible en personas videntes, ya que la percepción del medio que nos rodea procede en una proporción muy alta del sentido de la vista.
Sin embargo, gracias a un estudio realizado recientemente por científicos de la Universidad Ludwig Maximilian, de Munich, y publicado en el Journal of Neuroscience, los videntes también pueden conseguirlo, aunque su cerebro lo procese de un modo diferente.
En busca del eco
Para comprobar la capacidad humana de utilizar la ecolocalización, este equipo de científicos, dirigido por Virginia Flanagin, llevó a cabo un experimento en el que intervinieron doce voluntarios, once de ellos videntes y sólo uno ciego.
Todos ellos fueron entrenados en una cámara acolchada que impedía que se generara ningún tipo de eco, de modo que los investigadores podían reproducirles una serie de sonidos concretos y repetirlos a modo de ecos artificiales, explicándoles en cada momento con qué tamaño de habitación se correspondía.
Una vez terminado el periodo de entrenamiento, se les introdujo en una máquina de resonancia magnética conectada a su vez a una reproducción virtual de una iglesia cercana. De ese modo, si producían cualquier tipo de sonido, recibirían el eco a través de unos auriculares, como si realmente se encontraran en el interior del edificio.
La ecolocalización podía ser activa, si ellos mismos generaban el sonido a través de un chasquido de su lengua, o pasiva, si se aprovechaban del eco de un ruido externo, en este caso producido por la propia máquina.
Gracias a las clases previas que habían recibido, todos ellos acertaron con bastante precisión el tamaño de la habitación, aunque los resultados eran mucho mejores cuando eran ellos los que producían el sonido con sus lenguas.
Pero lo más curioso no fue eso, sino que las áreas del cerebro que procesaron la información fueron muy diferentes entre los individuos videntes y el ciego. En el caso de los primeros, fue la corteza motora, encargada de procesar el movimiento, la que se activó durante el procesamiento del eco, mientras que en el ciego se activó la corteza visual; que, lógicamente, normalmente se encuentra inactiva en personas de su condición.
A pesar de emplear un tamaño muestral pequeño, que haría necesario repetirlo con más voluntarios, en un principio este estudio demuestra que dependiendo de las condiciones el cerebro actúa de un modo u otro, pero que con entrenamiento adecuado todos podemos convertirnos en murciélagos humanos.
Daniel Kish, el murciélago humano
Y si hay un claro ejemplo de personas capaces de convertirse en delfines o murciélagos, se trata de Daniel Kish, un estadounidense que quedó ciego siendo un bebé y a día de hoy se ha convertido en un verdadero modelo a seguir para ciegos de todo el mundo, por ser un gran caso de superación que día a día lleva una vida muy activa, marcada por el deporte, las caminatas por el campo e incluso el ciclismo de montaña.
Para poder moverse en este tipo de escenarios ha desarrollado a la perfección la ecolocalización pasiva a través de una serie de chasquidos, que le permiten localizar obstáculos que le rodean.
Él sí que es un verdadero hombre murciélago. ¡Supera eso, Bruce Wayne!