El 24 de agosto de 2001, un diminuto y oscuro punto del cielo se iluminó durante cinco milésimas de segundo con una potencia de 500 millones de soles. Nadie pudo observarlo porque no se trataba de luz visible, sino de ondas de radio. Pero por pura casualidad, el radiotelescopio Parkes de Australia retrató aquella colosal explosión, o lo que fuera.
Los datos permanecieron enterrados en el archivo durante seis años, hasta que un equipo de astrofísicos los rescató para describir un nuevo fenómeno cósmico: radiodestellos rápidos, o FRB por sus siglas en inglés. Desde entonces se ha detectado casi una veintena. Su causa aún es motivo de discusión. Ahora, un nuevo estudio presta apoyo a esa hipótesis de la que suele hablarse en voz baja: alienígenas.
Lo que se sabe de los FRB es que proceden de lugares remotos del universo fuera de nuestra galaxia, a miles de millones de años luz de distancia. La repetición de uno de estos pulsos permitió el pasado enero a un equipo de investigadores clavar la chincheta en el mapa celeste en un rincón del cosmos situado a más de 3.000 millones de años luz.
El origen de los FRB desconcierta a los científicos, dado que su potencia, su patrón de emisión y la forma en que algunos se repiten no parecen casar fácilmente con un único fenómeno natural conocido. De modo que Abraham Loeb y Manasvi Lingam, del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian, decidieron poner a prueba la posibilidad de que se tratara de un prodigio artificial, una manifestación de tecnología alienígena.
Veleros solares
Pero tecnología ¿con qué propósito? Los investigadores involucrados en proyectos de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) apuntan radiotelescopios al cielo con la esperanza de detectar una señal lanzada por alguna civilización, bien un saludo cósmico o el bip-bip de una radiobaliza. Sin embargo, "¿por qué iba a querer una civilización divulgar su presencia?", escriben Loeb y Lingam en su estudio, que se publicará próximamente en la revista Astrophysical Journal Letters. Aunque los dos científicos no descartan esta posibilidad, creen que el inmenso gasto de energía necesario para una señal del calibre de un FRB podría responder a un fin más práctico: propulsar una nave espacial.
"Proponemos una fuente que emite las ondas de radio como método para lanzar un velero solar", resume Loeb a EL ESPAÑOL. "Del mismo modo que un velero es empujado por el viento, un velero solar es empujado por la luz y puede llegar a alcanzar la velocidad de la luz". Los FRB, razona Loeb, representarían la parte de la luz del foco que no incide en la vela, sino que escapa por sus lados, como el círculo de luz en la pared alrededor de un objeto iluminado por una linterna. Esta luz barrería la Tierra por casualidad sólo durante un instante mientras las galaxias recorren nuestro cielo, pero en ciertos casos podríamos detectar un pulso que se repite, como así ha ocurrido.
La tecnología de la vela solar o fotónica, que los terrícolas estamos comenzando a desarrollar, promete ambiciosas aplicaciones en los viajes espaciales. En lugar de aprovechar la luz del Sol o de la estrella más cercana, el viento puede crearse artificialmente, empujando la vela con un potente pulso de luz (visible o no) emitido por un aparato. El proyecto Breakthrough Starshot, presentado el año pasado por el magnate Yuri Milner y el físico Stephen Hawking, propone emplear este método para enviar un millar de pequeñas sondas al sistema estelar más próximo, Alfa Centauri, empujándolas desde la Tierra con disparos láser.
La vela solar ofrece ventajas incontestables. La nave no necesita llevar combustible, y el empujón puede catapultarla a velocidades casi inimaginables. Los promotores del Breakthrough Starshot confían en conseguir una marca de unos 60.000 kilómetros por segundo, la quinta parte de la velocidad de la luz. Sin embargo, hay un inconveniente: con nuestra tecnología actual, podemos aspirar a emplear una vela de varios metros cuadrados para impulsar una sonda no mayor que un sello de correos. Y para tamaños mayores, la superficie de la vela crecería hasta proporciones inmanejables.
Pero sólo se trata de un problema de ingeniería, arguyen Loeb y Lingam; no hay que quebrantar ninguna ley física. Si los usuarios extragalácticos de esta tecnología fueran capaces de fabricar un emisor de radio capaz de cruzar un buen trecho del universo, según la hipótesis de partida, ¿por qué no asumir también que pueden construir inmensos veleros espaciales?
Arcas interestelares
Con todo esto, los investigadores ponen los números a trabajar, y sus resultados son sorprendentes. Tanto si parten de criterios de ingeniería –qué tamaño debería tener un emisor de esa potencia alimentado por energía solar– o si lo hacen desde un enfoque energético –cómo debería ser un emisor refrigerado por agua para no fundirse en el intento–, llegan a cifras similares. "Descubrimos que el emisor requerido debe ocupar el tamaño de un planeta comparable al diámetro de la Tierra", expone Loeb; en concreto, la colosal radio tendría un diámetro del doble que nuestro planeta. "Curiosamente, la potencia necesaria es similar a la cantidad total de luz solar que cae en la superficie de la Tierra", añade el astrónomo.
Los investigadores han calculado que estos inmensos focos podrían impulsar naves de un millón de toneladas, unas 20 veces más pesadas que nuestros mayores barcos de crucero, equipadas con una vela que pesaría otro tanto; en resumen, tal como la denominan Loeb y Lingam, un "arca interestelar o nave mundial". "Esto es lo suficientemente grande para transportar pasajeros vivos a través de distancias interestelares o incluso intergalácticas", apunta Lingam.
Por último, los dos científicos no han resistido la tentación de calcular cuántos de estos propulsores gigantes de radio podrían existir en una galaxia cualquiera, a partir de la cifra estimada por otros autores de los FRB que podrían producirse sin que los detectemos. "Llegamos a la conclusión de que hay menos de 10.000 civilizaciones productoras de FRB en una galaxia similar a la nuestra", escriben.
Naturalmente, Loeb y Lingam aclaran que su trabajo es puramente especulativo. Pero "merece la pena lanzar ideas y dejar que sean los datos los que decidan", apuesta Loeb. Por el momento, concluyen los investigadores, su hipótesis es coherente con lo que hoy sabemos de los FRB, y como mínimo su estudio servirá "al importante propósito de facilitar a los astrónomos que lo refuten con nuevos datos".
Mientras tanto, tal vez sería posible poner a prueba la idea de si el más misterioso de los fenómenos cósmicos actuales podría convertirse en nuestra primera prueba de que hay alguien más ahí fuera: según los cálculos de Loeb y Lingam, en nuestra propia Vía Láctea debería producirse un FRB cada 300 años, aproximadamente. Y si en algún momento llegáramos a observarlo, tal vez ese destello podría descubrirnos la presencia de algún vecino estelar de cuya existencia aún no hemos tenido noticia.