El 19 de abril de 1995 amaneció despejado en Oklahoma City. Timothy McVeigh, un veterano de Irak encolerizado por la operación del FBI que se saldó con la 'matanza de Waco', aparcó una furgoneta cargada con 2.300 kilos de explosivo casero frente al edificio federal Alfred P. Murrah. Pasados dos minutos de las nueve, detonó. Mató a 168 personas, 19 de ellas niños que estaban en la guardería de un edificio. La fotografía de un bombero con un cuerpecito ensangrentado en brazos partió el corazón al mundo. Fue el peor atentado de la historia de EEUU. Hasta el 11 de septiembre de 2001.
Erigido en los años 70, el Alfred P. Murrah era un edificio de hormigón con un amplio atrio de entrada compuesto por cuatro pilares que sostenían un travesaño horizontal, sobre el que descansaba otro juego de columnas. La bomba de McVeigh, ejecutado en 2011, derribó tres de los pilares inferiores: "Se produjo un efecto dominó", explicaba entonces el arquitecto Robert A. Wright en The New York Times. Como ejemplo de construcción reforzada contra el terrorismo, citaba el caso de un edificio que dos años antes había recibido el impacto de una bomba de similar potencia sin derrumbarse. La amarga ironía histórica es que ese edificio era el World Trade Center.
Ese "efecto dominó" tiene un nombre técnico: colapso progresivo, explica José Miguel Adam Martínez, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Valencia (UPV), en donde enseña en el Instituto de Ciencia y Tecnología del Hormigón. Ese fenómeno se ilustra también en los dos atentados contra el World Trade Center. En 1993, los poderosos cimientos destinados a sostener un centenar de pisos resistieron a la bomba colocada en el parking; pero en 2001, el incendio en los pisos superiores provocado por el impacto de los aviones transformó las columnas "en chicle", en palabras de Adam, arrastrando con su derrumbe al resto de plantas.
El diseño de ciudades más seguras contra el terrorismo pasa por que una explotación agrícola en los alrededores de Valencia sufra el mismo siniestro destino. Adam es uno de los receptores de una de las becas Leonardo que concede la Fundación BBVA a 50 investigadores en ámbitos de la ciencia y la cultura. Los pisos que han visto pasar pollos, vacas y cerdos se vendrán abajo para desentrañar las claves que permitan diseñar edificios que resistan al colapso progresivo.
"La resiliencia es la clave" - explica Adam. Una palabra que la ingeniería adopta de la psicología. "El edificio debe poder resistir y adaptarse al cambio". También aplica al lenguaje orgánico: del mismo modo que un cuerpo vivo reparte el peso al perder un apoyo para no caer, el reto consiste en diseñar "caminos alternativos" para la carga de modo que un fallo local, la pérdida de una columna, no entrañe consigo un efecto en cadena.
"No se trata de reforzar las columnas o de introducir elementos arquitectónicos adicionales, sino de trabajar con los materiales existentes" - detalla el ingeniero valenciano. En un escenario de terrorismo internacional, los objetivos que más le preocupan son las grandes estructuras públicas de libre acceso: hospitales, centros comerciales, estaciones... Los terroristas se han encarnizado históricamente con los estadios, un tipo de construcción que tiende a dejar pilares al descubierto. "Y quien quiera tirar la columna, la va a tirar".
La providencia se puso en el camino del especialista en fallos de estructura cuando dio con la explotación agrícola. La demolición estaba prevista, y su dueño ha accedido a donarla para la ciencia. En los próximos meses se procederá la planificación de la catástrofe simulada recubriendo de sensores la estructura. En el interior, piscinas de plástico llenas de agua ejercerán el efecto de cargas muertas y sobrecargas de uso, representando el peso de personas, muebles y tabiques.
Las columnas en las que se insertarán las cargas de demolición son las de las esquinas de cada extremo del edificio. Han sido elegidas por ser las "más vulnerables" a una agresión externa, explica Adam. Él estará en una caseta de obra junto a su equipo en el momento en el que la granja se venga abajo, registrando la telemetría de datos que describa el comportamiento del edificio al caer.
A partir de esos datos comenzará la segunda fase: la simulación informática de distintas situaciones cambiando el escenario, el tipo de edificio y las cargas. "En lugar de demoler treinta edificios, demolemos uno en la vida real y los 29 restantes, por ordenador". Al término de los 18 meses de proyecto Adam espera poder haber descrito en al menos dos publicaciones recomendaciones para una construcción más segura.
La protección contra el terrorismo no es el único ámbito que se beneficia de estas medidas. Las amenazas ambientales, como los cloruros que corroen las construcciones costeras, tienen a la larga el mismo efecto pernicioso que un atentado. Pero es la idea de un terrorista al volante de un camión la que preocupa con más urgencia al ingeniero valenciano, que estos días trabaja en Woking, Reino Unido. "Y aquí - recuerda - esa amenaza la tienen muy presente".
Los ganadores de las becas Leonardo de la Fundación BBVA en la categoría Tecnologías de la Información y la Comunicación, otras Ingenierías y Arquitectura junto a José Miguel Adam Martínez han sido Félix Gómez Mármol, Miguel Ángel Moreno Hidalgo, María Arrate Muñoz Barrutia, Elena Pérez López, Oriol Pons Valladares y Juan Daniel Prades García.