A punto de finalizar el siglo XX, una plataforma de ciudadanos aragoneses obtuvo un gran impacto mediático gracias a la campaña "¡Teruel Existe!" con la que reclamaban mejores servicios asistenciales y de comunicación para la mencionada provincia. Un lema que a lo largo de los siguientes años estuvo muy presente en los medios de comunicación y que logró colocar en el mapa a este pequeño, pero importantísimo, territorio al sur de la Comunidad de Aragón.
Pero los integrantes de la asociación no fueron los primeros en conseguir el reconocimiento de Teruel. Un siglo antes las hermanas Blanca y Clotilde -pertenecientes a la aristocrática familia Catalán de Ocón, que poseía gran parte de las tierras de aquella región tras haberles sido concedido el Señorío por el rey Carlos I en 1519- colocaron el nombre del Valle de Valdecabriel (municipio de Albarracín) y de toda la provincia en numerosos e importantes tratados científicos sobre botánica y entomología de finales del siglo XIX y principios del XX.
Ambas, nacidas respectivamente en 1860 y 1863, recibieron una exquisita y muy cuidada educación por parte de maestros particulares, aunque durante un periodo también acudieron como internas a la escuela. A pesar de no cursar estudios universitarios, las hermanas Catalán de Ocón estuvieron a la altura de otras muchas científicas, gracias a que sus aportaciones se convirtieron en trascendentales.
Tanto Blanca, con las plantas, como Clotilde, con los insectos, iniciaron su amor hacia la naturaleza a raíz de las largas estancias que desde pequeñas realizaron en la finca que poseían en la Sierra de Albarracín. Allí recibieron toda clase de enseñanzas sobre aquello que les rodeaba por parte del canónigo albarracinense Bernardo Zapater y Marconell, quien, además de amigo y confesor familiar, era uno de los mayores eruditos en botánica de nuestro país en aquellos momentos.
Zapater fue socio fundador, en 1871, de la Real Sociedad Española de Historia Natural y posteriormente presidió la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales. Gracias a los contactos que estableció con especialistas de otros lugares del planeta, posibilitó que las muchachas se cartearan con éstos, lo cual motivó que con los años aparecieran citadas en algunos importantes escritos de la época.
Fue tan destacada las aportaciones que realizaron que incluso el célebre botánico sajón Heinrich Moritz Willkomm (a menudo citado como Mauricio) llegó a rebautizar la planta conocida como Saxifraga Glanulata con el nombre de Saxifraga Blanca. Un privilegio que convirtió a la mayor de las hermanas Catalán de Ocón no solo en la española pionera en ejercer la botánica sino además en la primera que cuyo nombre aparece en una nomenclatura binominal.
Blanca recolectó un gran número de plantas y flores del paisaje de Valdecabriel las cuales compartió tanto con el canónigo Zapater como con el botánico Willkomm. Con los años lograría publicar en la revista Miscelánea Turolense un catálogo en el que se recogían hasta 83 especies, citando sus nombres científicos y dando la descripción de los mismos.
Por su parte Clotilde se convirtió en una gran apasionada a la entomología, sintiendo verdadera pasión sobre todo hacia las mariposas. Al igual que su hermana consiguió publicar sus textos en la mencionada revista bajo el epígrafe de Fauna entomológica turolense y en ella dio a conocer su extensa colección de lepidópteros.
Bernardo Zapater se convirtió en el gran valedor del trabajo de ambas, aunque una importante parte del mismo apareció bajo el nombre del canónigo y son solo ocasionales las citas en las que aparecían nombradas tanto Blanca como Clotilde (comúnmente sus iniciales).
Otro campo en el coincidieron las hermanas fue el de la poesía. Ambas tienen tras de sí una prolífica obra, aunque fue la menor de las dos quien más éxitos cosechó en esta disciplina, siendo mucho más conocida por dicha faceta que por la relacionada con la ciencia y los insectos.
Gracias a Blanca y Clotilde Catalán de Ocón hoy en día conocemos gran parte de la flora y fauna de la provincia de Teruel y, más concretamente, de la Sierra de Albarracín. Su valioso trabajo colocó esta provincia no solo en los mapas sino en los libros de ciencias naturales, algo que, sin embargo, no pasó con el nombre de ellas el cual ha sido frecuentemente obviado a lo largo del último siglo.