Su abuelo materno patentó un nuevo tipo de barco de vapor y su padre era ingeniero, así que podemos pensar que creció en el ambiente adecuado para convertirse en inventora. Sin embargo, nació en 1839 –el 8 de marzo, cuando ahora celebramos el Día Internacional de la Mujer- y estaba destinada a ser una dama de la alta sociedad, con poco margen para desarrollar ese tipo de actividades dada la época y su condición femenina.
Josephine Garis creció en la pequeña localidad de Valparaíso, en Indiana (Estados Unidos), y a los 19 años contrajo matrimonio en la vecina Illinois con William Cochran, comerciante textil y político. En teoría llevaba una vida acomodada, pero su marido murió con 45 años y no le dejó más que deudas y un apellido que ella modificó después de quedarse viuda, añadiendo una e al final: a partir de entonces sería Josephine Cochrane, quizá para escapar de acreedores.
Probablemente, su maltrecha situación económica agudizó su ingenio, aunque hay quien dice que la idea de una máquina para lavar las vajillas le rondaba la cabeza desde mucho antes, cuando era una perfecta anfitriona que organizaba magníficas veladas para sus amigos burgueses. Aunque la limpieza era cosa del servicio, al parecer contaba con una extraordinaria colección de porcelana china del siglo XVII y sufría cada vez que el personal le rompía alguna pieza.
El caso es que se puso a diseñar su lavavajillas en un establo situado detrás de su casa con la ayuda de un amigo mecánico llamado George Butters. En realidad, hubo intentos anteriores. El más conocido y quizá el primero hay que atribuírselo a Joel Houghton, que diseñó en 1850 un lavaplatos con forma de cilindro que funcionaba haciendo girar una manivela mientras se echaba agua desde fuera. En la década de 1860, Gilbert Richards y Levi A. Alexander registraron otros modelos un poco más sofisticados, pero que seguían dejando mucho que desear y tenían una nula salida comercial.
La idea de Cochrane era mucho más sofisticada. Construyó una rueda con compartimentos para colocar la vajilla que iban dentro de una caldera de cobre. El sistema de limpieza consistía en la salida de agua caliente a presión con jabón mientras un motor hacía girar la rueda. En teoría, la máquina podía lavar en dos minutos hasta 200 platos que después eran secados con un chorro de aire caliente.
En 1886 obtuvo una patente y en 1893 triunfó en la Exposición Universal de Chicago, ya que este invento ganó el primer premio como "mejor construcción mecánica, duradera y adaptada al ritmo de trabajo". Los restaurantes y hoteles de Illinois comenzaron a hacer pedidos, así que la inventora pasó a empresaria y montó la compañía Garis-Cochran, que con el tiempo daría paso a la conocida Whirlpool.
Aquellos primeros lavavajillas tenían un gran tamaño y empleaban muchísima agua caliente, así que triunfaron en los grandes establecimientos pero tardaron en adaptarse a los hogares. A comienzos del siglo XX se convirtieron en eléctricos pero hasta la década de 1950 no comenzaron a popularizarse entre los más pudientes y en la de 1970, entre la clase media de Estados Unidos y Europa.