Después de pasar tres años construyendo prototipos que fueron un fracaso, Juan de la Cierva Codorníu demostró que su idea funcionaba. Era el 9 de enero de 1923, hace 95 años, y se encontraba en el aeródromo de Getafe en compañía del atrevido piloto Alejandro Gómez Spencer.
Suponemos que había que ser bastante osado o tener mucha fe en el invento del murciano para ofrecerse a montar aquel extraño aparato que no tenía las alas fijas de un aeroplano ni una hélice movida por motor, como las de los helicópteros.
Aquello era otra cosa, toda una novedad aeronáutica que su promotor había bautizado como autogiro y que ese día iba a volar por primera vez o al menos a dar un salto de 183 metros, suficiente para comprobar que era viable.
Días después la prensa de la época daba cuenta de nuevas "pruebas oficiales" en el mismo escenario, pero ya con un "distinguido público" que incluía al "exministro señor La Cierva", padre del inventor, y gran número de aviadores. En esta ocasión repitió vuelo varias veces: el éxito estaba consumado.
¿Es un helicóptero, es un avión...?
Los periódicos hacían especial hincapié en distinguir el autogiro de otras aeronaves. Por su forma es fácil diferenciarlo de los aviones, que vuelan porque sus alas fijas al fuselaje atraviesan el aire a cierta velocidad. En apariencia recuerda mucho más a un helicóptero, pero en realidad técnicamente tiene poco que ver. El aparato de Juan de la Cierva tiene una hélice en el morro movida por un motor, que lo empuja hacia delante, mientras que las palas de la hélice superior, mucho más grande, se mueven debido a la velocidad del viento. En cambio, en el caso del helicóptero hay un motor que las impulsa.
La pequeña aeronave presentaba ciertas ventajas de maniobrabilidad y estabilidad y en los siguientes meses y años comenzó a expandir su fama internacional a medida que se fabricaban distintos modelos: C5, C6, C7, C8, C9… De la Cierva se convirtió en piloto, realizó exhibiciones de su propio aparato y montó en Inglaterra la Cierva Autogiro Company.
Su fama creció como la espuma y otras empresas se interesaron por explotar la patente. Algunos aseguran que a finales de la década de los 20 y principios de los 30 era el español más conocido del mundo, sobre todo en Estados Unidos, donde también comenzaron a fabricarse las nuevas aeronaves y llegó a ser recibido por el presidente Hoover y por el gran industrial del momento, Henry Ford.
Cuentan que el murciano apenas dormía y que en todo momento llevaba consigo algún cuaderno donde anotaba cálculos para mejorar el vuelo de su autogiro. Aunque se produjeron algunos accidentes, el modelo C30 llegó a ser casi perfecto. Cada vez era más habitual ver este aparato en los cielos de Europa y América, mientras que los japoneses le dieron un uso militar.
Muerte en un vuelo regular
Llegó 1936 y De la Cierva se puso al lado del bando sublevado hasta tal punto que su intervención fue decisiva para que Franco se pudiera trasladar en el avión Dragon Rapide de Canarias al norte de África para iniciar el golpe militar y con él, la Guerra Civil. El inventor se llevó a su familia a Inglaterra y desde allí movió sus contactos internacionales, pero no iba a vivir mucho para ver el resultado. El 9 de diciembre de 1936 murió en el vuelo regular Londres-Amsterdam, que se estrelló nada más despegar.
El creador del autogiro había fallecido a los 41 años. Su invento no murió con él pero no tendría mucho más recorrido. Los aliados utilizaron algunos aparatos para misiones de enlace y reconocimiento en la II Guerra Mundial pero poco más tarde dejó de tener salida comercial y quedaron relegados a exhibiciones deportivas y poco más.
El principal motivo fue el perfeccionamiento del helicóptero, cuyos diseñadores aprendieron mucho, precisamente, de los rotores creados por el ingeniero español. El autogiro dejó de ser tan práctico como parecía pero aún hoy se siguen desarrollando nuevos modelos.