El método científico nos ha permitido saber en qué momento, con mayor probabilidad, nuestra pareja nos será infiel. También, en orden de importancia, por qué motivo. Incluso nos ofrece la solución: una comunicación franca y sin prejuicios, porque los "cuernos" no rompen siempre la relación, al contrario. Un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology va un paso más allá: ¿Y si pudiésemos detectar a un cónyuge infiel años antes incluso de que se le pase por la cabeza tener una aventura?
La idea de un Minority Report prematrimonial puede sonar inquietante, pero las conclusiones del equipo de psicología de la Florida State University que encabeza el profesor Jim McNulty, se inclinan por describir dos respuestas psicológicas innatas que determinan si el individuo será proclive a la monogamia o no. El resultado proviene de la observación de 233 parejas de recién casados en EEUU durante los tres años y medio siguientes a la boda. Cada participante fue documentando los aspectos íntimos de su relación, tales como su satisfacción con el matrimonio o sus escarceos extraconyugales.
Junto a los investigadores Andrea Meltzer, Anastasia Makhanova y Jon Maner, McNulty centró el estudio en dos mecanismos: el Desacoplamiento o Desconexión Atencional, y la Devaluación Evaluativa de los intereses románticos potenciales. El primer término equivale al esfuerzo que nos cuesta dejar de prestar atención a alguien que nos resulta atractivo para volver a centrarnos en nuestra pareja. El segundo, a la medida en que restamos méritos al atractivo de otra persona o se los atribuimos en exceso debido a la presencia de filtros emocionales de por medio.
Para evaluar estas medidas por persona, los sujetos fueron expuestos a una serie de fotografías: hombres y mujeres de gran atractivo contrapuestos a otros más normalitos. En la respuesta al test de Desconexión Atencional, quienes lo lograban con más rapidez demostraron con el tiempo tener una menor probabilidad de cometer infidelidades, y sus matrimonios demostraron ser más duraderos. Quienes tardaban más en dejar de fijarse en el estímulo atractivo fueron infieles en mayor medida.
Pero la diferencia a la hora de apartar la vista, descubrieron los investigadores, tenía importantes consecuencias pese a diferencias infinitesimales. Unos pocos cientos de milisegundos más de velocidad para desacoplarse bastaban para reducir la posibilidad de infidelidad un 50%. En el test de Devaluación Evaluativa, los investigadores descubrieron que las personas que finalmente engañarían a sus parejas sobredimensionaban el de los "cebos" en las imágenes. Para los fieles, sin embargo, sucedía lo contrario: eran los guapos y guapas ajenos quienes perdían valor a su ojos en comparación con su marido o mujer.
"La gente no tiene por qué saber lo que está haciendo, o por qué lo hace" - indica McNulty. "Estos procesos son espontáneos en gran medida y ocurren sin esfuerzo, y pueden haber sido conformados por la biología y/o las experiencias en la edad temprana". Las conclusiones del estudio pueden tener una aplicación terapéutica, concluye, para las parejas que quieren mantenerse unidas pero en las que uno de los dos no es capaz de sentirse satisfecho con la monogamia mientras que al otro no le atrae lo más mínimo la idea de una "relación abierta".
¿Y todo esto, para qué sirve?
Habría poco que agradecerle a McNulty y su equipo si la estabilidad de un matrimonio dependiera de un test informatizado sobre los movimientos oculares que recuerda al de Blade Runner. El estudio a los largo de los años ha arrojado más resultados, entre ellos los de definir una tanda de señales "predictoras" que pueden considerarse dentro de un ámbito de riesgo "cierto" del fracaso de la relación por el adulterio.
La mala noticia es que los resultados tienden a dar la razón a los cínicos frente a los románticos. El mito del príncipe conquistador redimido por un amor para siempre es eso, un mito: si un varón tiene un historial de haber mantenido numerosas relaciones esporádicas antes de casarse, tiene más probabilidades de ser infiel. Para ellas, sin embargo, esto no resulta determinante. Una mujer que hubiese tenido pocas parejas antes de casarse podría ser más proclive a una aventura que otra con más experiencia.
Para realizar el test de Devaluación Evaluativa, todos los participantes recibieron una "puntuación" de atractivo: debían evaluarse a sí mismos, al igual que a los demás. La conclusión fue que las mujeres que se consideraban a sí mismas menos atractivas eran más proclives a la infidelidad, mientras que los hombres lo eran indistintamente de si se consideraban a sí mismos atractivos o no. Los varones infieles tendían a considerar a sus mujeres como "menos atractivas" que ellos mismos; las mujeres, no.
Otras conclusiones recogen que la infidelidad ocurre con mayor frecuencia en parejas jóvenes, y que se da - valga el perogrullo - cuando la satisfacción con el matrimonio es baja. Pero hay un cliché que este estudio hace saltar por los aires: a mayor satisfacción en las relaciones sexuales dentro del matrimonio, mayores posibilidades de infidelidad. Los investigadores atribuyen este sorprendente dato a que se trata de personas con una "impresión positiva del sexo en general" y que lo buscarán "independientemente de cómo se sientan con respecto a su relación de pareja".