En 1949 la joven alemana Christa Schroeder publicó un libro que no necesita preámbulos: Hitler era mi jefe: las memorias de la secretaria de Adolf Hitler. Entre muchos otros detalles, revelaba la obsesión personal del führer por la limpieza: era capaz de ducharse nueve veces al día si había estado en contacto con multitudes en reuniones o mítines.
Fast forward a enero de 2017, en el que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, desacredita la historia según la cual los servicios secretos rusos disponen de una grabación en la que prostitutas orinan sobre él: "¡Si soy básicamente un germófobo!". The Washington Post investigó entonces y destapó que al Comandante en Jefe le repele tanto el contacto físico con extraños que ha llegado a calificar el apretón de manos como un acto de "barbarie".
Hitler llegó al poder hablando de la "pureza" de la "raza", de "desinfectar" la "enfermedad" y "pestilencia" judía y de alcanzar la "higiene y salubridad" mediante la eugenesia. Trump, comparando la inmigración latina a "una tremenda enfermedad infecciosa que supura por la frontera". Al permitir que sus obsesiones por la higiene permeen su retórica, ambos líderes populistas y de pulsión autoritaria han explotado una tendencia subconsciente que explica su éxito entre determinado electorado, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Estocolmo, Suecia.
Salvo parafilias específicas, no se espera de nadie que disfrute con el vahído a humanidad que se produce cuando se abren las puertas de un vagón de metro atestado en una tarde calurosa. Pero nuestra capacidad para tolerar el olor - incluso cuando es hedor - corporal ajeno tiene una directa relación con nuestra ideología. Cuanto mayor sea nuestra repulsión hacia la presencia física del otro, más predispuestos estaremos a votar por el candidato que promete "mano dura" para "limpiar nuestras calles".
"La retórica basada en la repulsión física se ha vinculado a la deshumanización de determinados grupos" - advierte a EL ESPAÑOL Jonas Olofsson, que investiga la relación entre psicología y olfato. "Puede darse que quienes resisten mejor la sensación de asco no se den cuenta de lo fuertes que pueden llegar a ser estos sentimientos para algunas personas, y subestimar lo poderosa que puede llegar a ser esta retórica".
El asco ya había sido descrito por Charles Darwin como un mecanismo evolutivo de defensa: un mal olor puede prevenirnos contra una intoxicación o un envenenamiento, y por eso fruncimos la nariz para limitar la exposición sensorial. Así, durante siglos, se consideró que el contagio de enfermedades se producía precisamente por la respiraciones de malos olores, de ahí la polisemia de la palabra "peste". Asquearnos ante el olor de otro ser humano, por tanto, nos lleva a asimilarlo a un patógeno.
"Descubrimos una fuerte conexión entre la propensión del individuo a sentir repulsión por los olores y su deseo de tener un líder dictatorial que reprima los movimientos radicales de protest"a - explica el investigador sueco. "Se aseguraría de mantener a cada grupo 'en su lugar'. Este tipo de sociedad limita los contactos entre grupos y, teóricamente, reduce las posibilidades de contagio".
A los participantes se les ofreció una escala para valorar el nivel de disgusto que les producía el olor corporal propio y ajeno, y se les preguntó por sus opiniones políticas. Tras una primera encuesta en India y EEUU, decidieron centrar su estudio en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016. El siguiente paso tiene a las italianas en la diana, con la colaboración del equipo de Marco Tullio Liuzza de la Universidad Magna Graecia de Catanzaro, Italia.
"Lo que observamos es que la gente más sensible al olor corporal tenía mayor disposición a votar por Donald Trump. Y nos pareció interesante, porque Trump habla a menudo de cuánto le disgusta la gente diferente de él. Cree que las mujeres son repugnantes y que los inmigrantes contagian enfermedades, y lo menciona a menudo en sus discursos. Eso encaja con nuestra hipótesis de que sus seguidores se asquerían con la misma facilidad".
Sus resultados, no obstante, no llegan a estimar si esta reacción sirve de base a la xenofobia, ya que es "generalizable" más allá de las diferencias étnicas y culturales. Con todo, eso indicaría precisamente para Olofsson que no estamos determinados por nuestro fino olfato: a medida que nos mezclamos, comunicativa y sensorialmente, aumentamos nuestro umbral de tolerancia. "Si el contacto se crea entre grupos, los autoritarios pueden cambiar. No es algo grabado en piedra".