En 1978 se rodaba una película concebida para abarrotar las salas de cine, con un reparto de lujo y una historia basada en un best seller con tono de thriller que mezclaba dos argumentos irresistibles: el fantasma del resurgimiento nazi y los peligros de la ciencia en malas manos. Finalmente Los niños del Brasil no fue uno de los taquillazos del año ni ganó ninguno de los tres premios Óscar a los que estuvo nominada. Pero incluso décadas antes de la era de los bulos de internet, logró sembrar la idea de que realmente existió un complot nazi para clonar a Adolf Hitler bajo la dirección científica del infame médico de Auschwitz Josef Mengele.
Basada en el libro del estadounidense Ira Levin publicado dos años antes, la película contaba cómo a oídos del anciano cazador de nazis Ezra Lieberman (Laurence Olivier) llegaba la información de que Mengele (Gregory Peck), escondido en Suramérica tras la guerra, había ordenado el asesinato de 94 hombres en varios países del mundo. La investigación emprendida por Lieberman le llevaba a descubrir un proyecto liderado por Mengele que había producido 94 niños con los genes de Hitler, entregados en adopción a otras tantas familias. Para recrear las mismas condiciones en las que se crió el dictador, el padre de cada niño debía morir a los 65 años, lo que motivaba los asesinatos ordenados por Mengele.
Uno de los ganchos de la película era el retrato del médico nazi, conocido como el Ángel de la Muerte y que por entonces aún vivía refugiado en algún lugar de Suramérica, lo que confería mayor plausibilidad a la historia. Tras la caída del Tercer Reich, Mengele había logrado pasar inadvertido en Alemania ocultándose bajo un nombre falso, antes de huir en 1949 a Argentina y Paraguay para acabar recalando en Brasil hasta su muerte en 1979.
Otro aspecto que prestaba verosimilitud a la película era la especialización de Mengele en genética. En 1935, durante su etapa anterior a Auschwitz, obtuvo un doctorado en antropología con un estudio que comparaba la forma de la mandíbula inferior en diferentes grupos étnicos. En 1938, el año en que ingresó en las SS, se doctoró en medicina con una tesis en la que estudiaba la transmisión familiar del labio leporino y el paladar hendido. Durante esta época trabajó bajo la supervisión del genetista Otmar Freiherr von Verschuer, que investigaba parejas de gemelos en busca de los factores de la herencia. Tanto Mengele como von Verschuer se adherían a la ideología de la "higiene racial" promovida por el nazismo.
"Quieto, mi niño, no te va a pasar nada"
En 1943 Mengele solicitó el ingreso en el servicio de los campos de concentración, siendo destinado a Auschwitz-Birkenau a las órdenes del jefe médico, Eduard Wirths. La experimentación humana en los campos es uno de los capítulos más atroces en la historia del Holocausto; una revisión exhaustiva publicada en 2016 sumaba más de 15.000 víctimas documentadas, aunque el número real podría ser mucho mayor.
Continuando la línea de sus trabajos anteriores, Mengele experimentó principalmente con niños y jóvenes gemelos, a los que sometía a toda clase de brutales torturas. La revisión mencionada recoge 618 casos documentados, y son numerosos los testimonios históricos de los crímenes cometidos por el Ángel de la Muerte, que silbaba arias de ópera mientras decidía entre la vida y la muerte de los recién llegados al campo, y que inyectaba sustancias tóxicas a los niños mientras les susurraba con voz dulce: "quieto, mi niño, no te va a pasar nada".
Un testimonio reciente es el de Ephraim Reichenberg, publicado en 2011 en la revista Psychiatric Services. En 1944 Reichenberg y su hermano fueron seleccionados para un experimento de Mengele, quien les aplicó una inyección en las cuerdas vocales. Su hermano murió. Ephraim sobrevivió, pero con graves secuelas, incluyendo la pérdida total de la voz y dificultades para tragar y respirar. Años después desarrolló un cáncer de laringe que le hizo pasar más de 20 veces por el quirófano.
Clonación, entre la ciencia y el rumor
Con todo esto, parece plausible que Mengele habría tratado de producir clones de Hitler si hubiera estado en su mano. Pero ¿lo estaba? En tiempos del nazismo la investigación genética era rudimentaria; aún ni siquiera se sabía que el ADN era la molécula de la herencia. Experimentos como los realizados por los hermanos Lutz y Heinz Heck para tratar de resucitar el extinto uro, el antepasado salvaje del ganado vacuno, consistían simplemente en seleccionar ejemplares adecuados para cruzarlos.
Sin embargo, en realidad la clonación no requiere técnicas moleculares ni manejo de ADN, sino que se basa en algo más sencillo, extraer el núcleo de una célula de un individuo y trasplantarlo a un óvulo vacío de otro. Después de un primer intento en salamandras con una variante más simple del método, conseguido en 1928 por el alemán Hans Spemann, en 1952 se consiguió la clonación de ranas. En 1975 el investigador de la Universidad de Oxford Derek Bromhall clonó embriones de conejo, sin llegar a producir animales vivos. Fue este logro el que indujo a Franklin J. Schaffner, director de Los niños del Brasil, a contar con la asesoría científica de Bromhall. El mismo año del estreno, el periodista David Rorvik publicaba el libro In his Image: The Cloning of a Man, en el que describía la historia, que el autor aseguraba verídica, de la clonación de un millonario.
Así pues, mucho antes de la oveja Dolly en 1996, la clonación ya era una realidad científica. No obstante, ni entonces ni hoy existen pruebas de que se haya efectuado con éxito en humanos. Y en cualquier caso, para ello no bastaría el ADN de un pelo, sino que se necesitan células vivas; no consta que se conservaran tejidos de Hitler, aunque no faltan los rumores: incluso en 2012 y a propósito de un proyecto ruso para abrir un conducto hasta un lago subglacial antártico, la agencia RIA Novosti (hoy Sputnik) reavivaba una vieja leyenda sobre una supuesta base nazi en el continente helado, añadiendo: "se rumorea también que el submarino U-977 llevó los restos de Adolf Hitler y Eva Braun a la Antártida para propósitos de clonación de su ADN".
Los gemelos de Brasil
Pero los rumores sobre los proyectos perversos de Mengele han ido más allá de la clonación y han perdurado casi hasta la actualidad. En 2009 el periodista argentino Jorge Camarasa publicaba el libro Mengele: el Ángel de la Muerte en Sudamérica, en el cual aseguraba que el médico nazi experimentó con la población de la localidad brasileña de Cândido Godói, de origen alemán, disparando los nacimientos de gemelos. La teoría de Camarasa fue divulgada por medios internacionales que llegaban a otorgarle cierta credibilidad.
La hipótesis fue pronto rebatida por el también periodista Gerald Posner, coautor de la biografía Mengele: The Complete Story, según la cual hay pruebas de que en la época de los presuntos experimentos en Cândido Godói el médico nazi "estaba a cientos de millas de distancia, escondido en una granja aislada y sin moverse de allí", decía Posner.
La puntilla para la conjetura del argentino llegó en 2011, cuando un grupo de genetistas de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Brasil) analizó los datos de los gemelos de Cândido Godói. "Contrariamente a la hipótesis del experimento nazi, no hay un aumento de gemelos entre los años 1964-1968, cuando se dice que Mengele estaba allí", escribían los investigadores en su estudio, publicado en la revista PLoS ONE. Los autores concluían que se trata de un caso de "efecto fundador": los colonizadores originales ya tenían una tasa de gemelos anormalmente alta, un rasgo genético que transmitieron a sus descendientes.
Mengele murió en 1979, ahogado tras sufrir un ictus mientras nadaba en la costa brasileña. El estudio forense en 1985 y pruebas de ADN en 1992 confirmaron su identidad. Su familia en Alemania se ha negado repetidamente a pedir la repatriación de sus restos, que hoy han encontrado un mejor destino: desde 2016, sus huesos se utilizan para enseñar análisis forense a los estudiantes de medicina de la Universidad de São Paulo. Puede que, después de todo, Josef Mengele acabe aportando algo a la medicina.