Ganada la guerra, la obsesión de Francisco Franco pasó a ser la de la garantizar la independencia económica de su régimen. Movido por una grandilocuente visión de España como "Unidad de Destino en lo Universal", confiaba en que la misma divina providencia que lo había conducido a la victoria le proporcionaría los recursos para reorganizar la economía en forma de autarquía. Los españoles producirían todo cuanto necesitasen y el Estado, a modo de cuartel, dispondría el reparto.
Se presentaba sin embargo un problema mayúsculo para su designios: el país era completamente dependiente del exterior en materia de energía. Los escasos aliados internacionales del franquismo, inmersos en su propio esfuerzo de guerra, no podían permitirse prestar ni una gota de gasolina. Pero Franco tenía un plan. El mismo diciembre de 1939, el Consejo de Ministros ordenaba comenzar "urgentemente" las obras para erigir la Fábrica de Carburante Nacional expropiando 200 hectáreas entre Coslada y Barajas, y ponerla a las órdenes del "inventor" don Alberto Edler von Filek.
¿Quién era Filek como para merecer las prebendas más apremiantes del dictador? Su currículum era intachable para los nuevos aires de la posguerra. Había pasado la Guerra Civil en las cárceles de la República y se había librado de ser "paseado" -es decir, ejecutado sumariamente- por su condición de extranjero el tiempo suficiente como para que Melchor Rodríguez, el "ángel rojo", detuviera la barbarie. Había coincidido con el 'Cuñadísimo' Ramón Serrano Suñer, hombre fuerte del régimen. Y aunque había nacido como súbdito austrohúngaro, el anschluss hitleriano le había convertido técnicamente en ciudadano del III Reich, un marchamo de prestigio en una España todavía filofascista.
Además, había logrado introducirse en el círculo familiar más cercano a Franco pregonando las bondades de su hallazgo: la filekina, un combustible sintético a base de agua, unos cuantos ingredientes vegetales, otros pocos químicos y una mezcla secreta capaz de hacer funcionar los motores. Felipe Polo, otro 'cuñadísimo' y secretario personal del generalísimo, afirmaba conducir por los alrededores del Palacio de Viñuelas propulsado únicamente por el "líquido austríaco". Un año después y ya instalado en El Pardo, el propio dictador seguía defendiendo el proyecto de Filek frente a los escépticos: "Yo me fío de mi chófer, que me dice que hemos recorrido 90 kilómetros usando únicamente mi gasolina".
La misma fuentes de la época, sin embargo, refieren que el mismo chófer podría haber sido en realidad un cómplice en el engaño. Porque Albert Eduard Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, como se hacía llamar cuando quería pavonearse de sus orígenes aristocráticos -aunque fue hijo bastardo- era un estafador. Lo había sido toda su vida. Antes de llegar a España en plena proclamación de la Segunda República había dejado un reguero de atracos, robos, timos y novias plantadas en el altar que abarcaban de la Italia en la que se compadreaba con matones fascistas al París de la Belle Époque.
Precisamente en la capital francesa adquirió ciertos conocimientos técnicos que sustentarían sus embustes en Madrid. Antes que Franco, el gobierno republicano se obsesionaba por encontrar el modo de producir energía en suelo nacional, y Filek aprovechó la coyuntura para hacerse asiduo del Registro de Patentes. Junto con un socio inversor, presentaba su fórmula a base de "agua" mezclada mediante su técnica con un alcohol a base de caldos de "vinos endebles", zumos de "remolacha", "patata" o "naranja" y pizcas de "naftalina" y "acetona". Pero nunca completaba los trámites. Así podía regresar pasado un tiempo, una vez captado un nuevo e incauto capitalista, a presentar de nuevo su fórmula como original.
Para cuando estalló la Guerra Civil, Filek ya tenía mala fama en Madrid, a lo que se sumaba una denuncia por desplumar a sus caseros. Entre medias había intentado colocar sus inventos al Ejército cortejando al círculo reaccionario del general Joaquín Fanjul, caído en desgracia tras la sublevación del Cuartel de la Montaña. Y ese fue el motivo por el que acabó en la cárcel en cuanto se presentó en el Ministerio de la Guerra para ofrecer su fórmula al bando republicano. Sus antecedentes y su nacionalidad convencieron de inmediato a las paranoicas autoridades de que estaban ante un espía.
No recuperaría la libertad hasta la caída de Madrid, porque él mismo agravaba las suspicacias asegurando ser sobrino de Egon von Waldstätten, jefe de espionaje del Imperio Austrohúngaro durante la Gran Guerra, y afirmando que la Sociedad de Naciones, precursora de la ONU, conocía su caso. Rehabilitado por la dictadura, no todos se tragaron el bulo de su "gasolina sintética" con tanta facilidad como los Franco. El primero en denunciarlo públicamente fue el poderoso Demetrio Carceller, fundador tanto de CAMPSA como de CEPSA. El pícaro reaccionó de una manera muy contemporánea: atribuyendo los ataques a una conspiración de intereses empresariales y petrolíferos.
Al sentir que le acorralaban, multiplicó sus apariciones en la prensa del régimen, asegurando que el agua del río Jarama junto al que se erigiría su fábrica tenía propiedades especiales y posando en su "laboratorio" en la afueras de la capital. Pero el Ministerio de Industria y Comercio había perdido la paciencia y envió a un comité de expertos a comprobar la fabricación y funcionamiento de la 'filekina'. Como el inventor fue incapaz de demostrar nada, se le concedió una segunda oportunidad en el Laboratorio de Química Industrial en la calle Ríos Rosas. Ahí terminó definitivamente el engaño: la fórmula de Filek "carecía de fundamentos científicos" y podía ser considerada cualquier cosa menos "combustible".
Nunca hubo juicio, porque hubiera ridiculizado al régimen. Pero Alberto von Filek ingresó poco después en la cárcel en Barcelona como "preso gubernativo", es decir, alguien encerrado por orden de Franco y punto. Conoció breves épocas de libertad antes de terminar en un destino peor, el terrible campo de concentración para presos republicanos y brigadistas extranjeros de Nanclares de Oca. Pero también ahí logró sobrevivir hasta que las presiones internacionales le permitieron abandonar el país extraditado junto a los cautivos alemanes en 1946 hacia Hamburgo. En esa ciudad moriría seis años después.
Hay un detalle de la última época de su vida en el que Ignacio Martínez de Pisón, autor de Filek (Seix Barral), se detiene: tras el fiasco de su invento, el estafador rondó la embajada alemana consiguiendo dinero de una familia francesa a las que hizo creer que podía ayudar a liberar a su hijo enviado a un campo de concentración por el nazismo. Cuando comenzó a investigarlo, confiesa el escritor, la idea del timo a Franco con la filekina le habían pintado al personaje bajo una luz "no desfavorable". Pero la "bajeza" y "depravación" de este último crimen disipan cualquier atisbo de duda: "Para Filek no hay redención posible".