Las tecnologías que hoy en día marcan nuestra vida suelen ser tan complejas y se han desarrollado a través de tantos conocimientos científicos que es difícil atribuirles un padre. No obstante, los orígenes de algunas de ellas son más remotos y sorprendentes de lo que la mayoría de nosotras habría podido imaginar.
Por ejemplo, el caso del GPS (que viene del inglés Global Positioning System) es bastante conocido. Se trata de un sistema basado en 24 satélites que orbitan el planeta y que fue desarrollado por Estados Unidos con fines militares a finales del siglo XX. Sin embargo, pocos saben que no habría sido posible sin el ingenio de un joven matemático francés que vivió hace 200 años.
Évariste Galois nació en octubre de 1811 a las afueras de París. Su padre, ferviente partidario de Napoleón, y su madre, que pertenecía a una familia de abogados y se encargó de su educación de niño, le permitieron una vida acomodada entre las clases privilegiadas.
Parece ser que Évariste no se había interesado mucho por las matemáticas hasta que, ya de adolescente, se inclinó por esta rama del conocimiento en el liceo Louis-le-Grand. En particular, le fascinó el álgebra, que en aquella época planteaba muchísimos problemas por resolver.
El chaval tenía un carácter bastante rebelde, pasaba del resto de las asignaturas y quiso entrar en la prestigiosa escuela de ingenieros École Polytechnique sin cumplir los requisitos. El caso es que seguía en el liceo cuando realizó sus primeras publicaciones sobre matemáticas.
Una de ellas fue alucinante: resolvió un problema sobre ecuaciones polinómicas que se le había resistido a los matemáticos durante un siglo. Pero realmente lo más importante que estaba haciendo era ir más allá del álgebra conocida, comenzando a sentar las bases de lo que luego se llamaría teoría de grupos.
De la cárcel al cólera
Mientras, su vida personal era más que agitada. Su padre se suicidó y el joven Évariste heredó su pasión por la política, alistado en las filas republicanas que en 1830 hicieron caer al rey Carlos X. La inmediata llegada al trono de Luis Felipe de Orléans le pasó factura: se sumó a una milicia republicana contraria al nuevo rey y en un banquete con sus correligionarios decidió proponer un brindis muy particular por el monarca: al mismo tiempo que levantaba la copa alzó también un puñal. Fue acusado de sedición y encarcelado en dos ocasiones. La primera, sólo por un mes. En la segunda se pasó ocho meses en prisión.
Durante aquella privación de libertad prosiguió con sus trabajos matemáticos, pero se llevó un gran disgusto: la Academia de las Ciencias de Francia le comunicó por carta que rechazaba su ingreso. Meses antes le había enviado sus últimos trabajos a otro brillante matemático, Siméon Denis Poisson, quien probablemente no comprendió los resultados y fue responsable del rechazo de los académicos.
En 1832 una epidemia de cólera sacudía París. Galois contrajo la enfermedad en la cárcel y fue trasladado a una clínica. En aquel momento no se imaginaba que, a sus 20 años, sólo le quedaba un mes de vida. Pero no lo mató la enfermedad, sino el amor.
Lo cierto es que no se conocen bien los detalles de lo que sucedió, pero es probable que, mientras trataba de reponerse, conociera a una mujer, la hija de uno de los médicos del centro sanitario, y que mantuviera una efímera relación con ella. Se conservan algunos fragmentos de cartas que así lo indican.
Cartas esperando la muerte
¿Un amor no correspondido? Alguien más estaba de por medio y los acontecimientos se precipitaron. “Muero víctima de una coqueta infame y de sus dos encandilados”, escribió la noche antes de su duelo de pistolas contra el campeón de esgrima del ejército francés, Pescheux d’Herbinville. Aunque no hay pruebas de quién fue su asesino, Alejandro Dumas se lo atribuyó posteriormente a este personaje, que también era republicano y un experimentado tirador.
Galois estaba tan convencido de que iba a perder la vida que en lugar de dormir se dedicó a escribir cartas de despedida. No se equivocaba: al amanecer del 30 de mayo de 1832 recibió un disparo en el abdomen, lo llevaron a un hospital –donde rechazó los servicios de un sacerdote– y murió al día siguiente tras sufrir grandes dolores.
La leyenda también dice que en las horas previas tuvo tiempo de reescribir sus teorías matemáticas, pero no es cierta. Lo que pasó es que aún no había publicado sus trabajos más destacados, así que en una misiva le explicó a un amigo, Auguste Chevalier, que había hecho algunos descubrimientos matemáticos y le rogaba que fueran revisados por expertos. "Confío en que después algunos hombres encuentren de provecho organizar todo este embrollo", afirmaba.
En 1843, Joseph Liouville repasó su obra y se dio cuenta de que había hecho algo revolucionario en el campo de las matemáticas: la teoría de Galois. Iba a ser la base del álgebra moderna, que ha influido en la geometría, la topología, la física, la informática y la criptografía. El GPS funciona gracias a ella.
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