Enemas, peluches y peces que muerden el culo: lo que nadie cuenta de la vida de astronauta
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Hay que estar hecho de un pasta especial para ser astronauta. Pero también para sentarse ante el ordenador y retar a los usuarios de las redes sociales a que te pregunten todo lo que se les pase por la cabeza, por íntima o absurda que parezca la cuestión.
El británico Tim Peake, que realizó su misión en la Estación Espacial Internacional (EEI) entre diciembre de 2015 y junio de 2016, se ha atrevido con las dos cosas. El resultado es un manual encantador para amantes de la ciencia y futuros aventureros cósmicos, Por qué el espacio huele a barbacoa y otras preguntas que solo un astronauta puede responder (Planeta).
Este libro es fruto de la iniciativa Ask an astronaut de la Agencia Espacial Europea (ESA por sus siglas en inglés), un proyecto de divulgación para inspirar vocaciones a los potenciales candidatos a astronauta que están ahí fuera. ¿Tengo que ser científico o ingeniero?- preguntaban los internautas a Peake. En principio sí, contesta, pero las letras también cuentan: si no eres capaz de aprender ruso, no viajas al espacio.
¿Tengo que estar en forma? Depende: los canadienses se ejercitan levantando peso bajo el agua, pero los europeos se centran más en la resistencia mental. ¿Y si llevo gafas? No pasa nada, pero las operaciones de la vista con láser pueden suponer un problema. ¿Cuál es la edad límite? Peake tenía 43 años cuando desembarcó en la EEI, cuenta, pero John Glenn tenía 77 al embarcar junto a Pedro Duque en el Discovery.
¿Qué otra cualidad hay que tener para destacar el exigente proceso de selección? La de saber comunicar, explica Peake, con enormes dosis de candor y cercanía, acompañadas profusamente de diagramas e imágenes para ilustrar las partes técnicas.
"Ser tripulante de la EEI es un poco como ser aprendiz de todo y, esperemos, ¡maestro de algo!". Así que, al hacer frente a la inagotable curiosidad de los niños por las funciones fisiológicas de los astronautas, responde con una profusión de detalles solo coartados por la elegancia británica.
Así que, si tiene que contar que para aguantar las 10 horas de espera en el interior de la cápsula Soyuz antes del despegue desde el cosmódromo de Baikonur (Kazajistán) los astronautas vacían los intestinos con un enema "al estilo ruso o al americano", a su elección, lo cuenta sin tapujos. "Juro que no recuerdo la diferencia entre ambos (...) lo único que puedo decir es que el estilo ruso surtió su efecto".
También aclara que no llevan pañales de adulto: en la NASA se les llama "prendas de máxima absorbción" [MAG en inglés]. Sin ellos, la EEI se enfrentaría a crisis sanitarias como la de la evacuación del cosmonauta ruso que contrajo una grave infección de orina por insistir en hacerse el duro y aguantarse.
Las mil supersticiones del cosmos
Baikonur es el único punto del que despegan las Soyuz con rumbo a la EEI, siempre con comandante ruso. Y, pese a las mejoras tecnológicas -hasta no hace tanto, el ordenador de a bordo pesaba 70 kilos y tenía un procesador de 200 kHz- el lanzamiento es una situación de alto riesgo. Lo comprobaron Alexéi Ovchinin y Nick Hague el pasado 11 de octubre cuando se produjeron problemas de motor: afortunadamente, los procedimientos de emergencia para el regreso a tierra funcionaron.
Por tanto, lo que sorprende a los occidentales al llegar al cosmódromo es que este lugar construido por y para la investigación científica está regido por una lista casi inabarcable de supersticiones. Una de ellas, como comprobó el inquilino más longevo de la EEI, el estadounidense Scott Kelly, consiste en detener el autobús que se dirige a la plataforma de lanzamiento, abrir bien que mal la bragueta del traje espacial Sokol y orinar en la misma rueda en la que lo hizo Yuri Gagarin en 1961 justo antes de convertirse en el primer hombre que viajó al espacio.
Otro de los ritos es el copioso desayuno al estilo ruso para aguantar la larga jornada en ayuno hasta alcanzar la estación -de ahí también el enema para aliviar las presiones internas- en los que se mantiene unos minutos de silencio, la bendición de un sacerdote ortodoxo, o el cortarse el pelo dos días antes de partir.
Y el cosmonauta al mando designa en cada ocasión una mascota de viaje: frecuentemente, un peluche que se cuelga del tablero de mandos y que debe flotar una vez el cohete abandone la atmósfera, como alegre señal de haber dejado atrás con éxito la gravedad.
La lucha contra los mordiscos de peces
¿Qué hay de la parte previa, el entrenamiento? Estamos acostumbrados a los escenarios de astronautas sometidos a la endiablada presión de una centrifugadora y practicando con traje completo en el fondo de una piscina, pero hay otras misiones científicas diseñadas para entrenarse en la vida en espacios confinados y presiones intensas.
La de la ESA es espeológica y tiene lugar en las cavernas de Córcega, y la de la NASA (NEEMO), en un laboratorio submarino frente a las costas de Florida, el Aquarius. Uno de sus últimos inquilinos fue el actual ministro de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España.
Lo que se encontraría Duque es lo mismo que sufrió Peake: las sempiternas dificultades escatológicas. "Como muchos 'acuanautas' potenciales que se embarcan en una misión NEEMO, yo esperaba que nuestro hábitat submarino contara con un inodoro de algún tipo, como puede ser una letrina química, por ejemplo. Y en efecto, así es, pero solo podíamos utilizar ese lavabo al final de nuestra misión, durante las 18 horas de decompresión"- escribe.
Optaron por usar una escotilla, "si bien la educación obligaba a comprobar de antemano que no hubiera nadie a punto de aflorar a la superficie tras realizar una inmersión". Para misiones más "contundentes" -en sus propias palabras- usaban un módulo submarino exterior que llamaban 'El Gazebo'.
"Por desgracia, los residuos humanos eran haute cuisine para todo tipo de peces que vivían en los alrededores del Aquarius (...) Los peces ballesta eran los peores. Tienen unas mandíbulas y una dentadura diseñadas para triturar conchas y son célebres por su mal humor. Los acuanautas solíamos regresar del Gazebo con un dedo o con una nalga ensangrentados". Trataron de espantarlos con un generador de burbujas que terminó provocando un pavloviano efecto llamada en los peces.
El libro está cuajado de detalles de este tipo: lo curioso -la EEI tiene un mini-cine, y un "cachondo" ha incluido la película Alien- y lo dramático -el italiano Luca Parmitano estuvo a punto de morir ahogado por una filtración de agua en su casco y se salvó regresando a ciegas a la estación. Lo informativo -como los menús del día a bordo, que incluyen solomillo- y lo onírico: los astronautas, al parecer, sueñan con volver a la Tierra pero conservando la capacidad de flotar.
"He disfrutado respondiendo", asegura Peake, consciente y feliz de colocar una piedra más en el camino del descubrimiento. "A fin de cuentas, la primera persona que caminará sobre Marte podría estar leyendo este libro".
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