La ONU ha declarado 2019 Año Internacional de la Tabla Periódica de Elementos Químicos, ya saben, ese póster con cuadraditos de colores llenos de letras que adornaba las paredes del colegio y del instituto.
Es tan importante y tan útil porque permite ordenar los elementos que conocemos por su número atómico (que se corresponde al número de protones que tiene cada uno de ellos), su configuración de electrones y sus propiedades químicas. De esta forma, incluso predice la existencia de otros elementos y sus características. Es más, a lo largo de la Historia se han ido añadiendo. Por ejemplo, en 2016 se incorporaron cuatro: nihonio, moscovio, tennessina y oganesón.
De hecho, poco tiene que ver la tabla periódica actual con la primera de todas, publicada por el científico ruso Dmitri Ivánovich Mendeléyev en su libro Principios de la química en 1869, hace ahora 150 años, un número tan redondo que bien merece la celebración.
En contraste con su obsesión con ordenar la materia, la vida personal de este hombre fue bastante revuelta. Era el menor de 17 hermanos, nació en Siberia en 1834 y se trasladó a San Petersburgo, donde se formó –desde pequeño se sentía muy atraído por las ciencias- y acabó siendo profesor de universidad. En 1862 se casó con Feozva Nikítichna Leschiova, con quien tuvo tres hijos (uno falleció), pero en menos de una década ya estaban separados.
En 1876 comenzó a cortejar a la joven Anna Ivanova Popova, un amor que llegó a la obsesión, según sus biógrafos, hasta tal punto que llegó a amenazar con suicidarse si no se casaban. Sin embargo, había un pequeño problema: Mendeléyev no conseguía que su primera esposa le concediera el divorcio. Estaba tan desesperado que cayó en depresión.
La culpa, del cura
Cuando finalmente parecía tenerlo en su mano, el químico se casó con Anna, pero técnicamente era bígamo por un doble motivo. Por una parte, el matrimonio tuvo lugar un mes antes de que el divorcio fuera oficial. Por otra, la iglesia ortodoxa rusa exigía que pasaran siete años antes de que un divorciado pudiera volver a casarse. Así que fue acusado formalmente de bigamia, pero salió indemne porque al final la culpa y la pena correspondiente cayeron sobre el sacerdote que había oficiado el enlace.
Por aquellas fechas, Mendeléyev ya era una eminencia internacional. Había publicado la tabla periódica y defendía su validez con vehemencia, pero la Academia de Ciencias de Rusia rechazó su ingreso. El escándalo de su vida personal pesaba demasiado en la sociedad zarista que lo miraba con recelos por otros motivos también.
Demasiado liberal
El siberiano tenía fama de liberal en una Rusia bastante convulsa. En 1890 abandonó la cátedra de Química de la Universidad de San Petersburgo tras ocuparla durante 23 años. Estaba a favor de la introducción de reformas en el sistema educativo y trató de interceder en un conflicto a favor de los estudiantes. Mendeléyev le entregó una carta al ministro de Instrucción Pública que iba dirigida directamente al zar Alejandro III. Al serle devuelta, dimitió.
No obstante, su prestigio internacional seguía intacto y parecía cantado que en 1906 se convertiría en el ganador del Premio Nobel de Química, principalmente, por la tabla periódica. De hecho, el Comité del Nobel de Química así se lo recomendó a la Academia Sueca de Ciencias, pero, contra todo pronóstico, finalmente fue galardonado el francés Henri Moissan ese año.
Maniobras para evitar el Nobel
¿Qué había pasado? El culpable fue Svante August Arrhenius, ganador del Nobel en 1903, que conspiró cuanto pudo para evitar el reconocimiento a Mendeléyev. Donde las dan, las toman: Arrhenius se había llevado el premio por su teoría de la disociación electrolítica hacía solo tres años y, en aquella ocasión, el ruso no se había cortado un pelo en criticarla públicamente de forma muy dura.
Quizá esta decepción sólo fue un episodio más de unos últimos años difíciles, en los que estuvo enfermo y se quedó casi ciego. Falleció en San Petersburgo en 1907 a los 72 años.
No obstante, el mejor homenaje que el mundo de la ciencia podía hacerle lo encontramos en la propia tabla periódica de los elementos: allí está el mendelevio, cuyo símbolo es Md y su número atómico es 101.