Si la humanidad sigue en pie tras el acercamiento del asteroide 2006 QV89 este 9 de septiembre (y todo apunta a que así será: hay únicamente una oportunidad sobre 11.428 de que impacte efectivamente sobre la Tierra), tendremos motivos para mirar al cielo con preocupación dentro de otros tres años. En la mañana del 6 de mayo de 2022 es cuando 2009 FJ1, el sexto cuerpo celeste en la lista de riesgo de los cazadores de asteroides de la Agencia Espacial Europea (ESA), tiene las mayores posibilidades de chocar contra nuestro planeta.
Se trata de subir un peldaño en el índice de peligrosidad, ya que 2006 QV89 -los asteroides reciben su nombre en base a un código numérico junto al año en el que fueron descubiertos- es el séptimo en la lista. 2009 FJ1 es más pequeño, con 16 metros de diámetro frente a 40, pero se desplaza a mayor velocidad, a 95.000 kilómetros por hora (km/h). Eso lo sitúa en un rango superior en la escala de Palermo, informa La Vanguardia, ya que el visitante de septiembre "solo" viaja por el espacio a 44.000 km/h.
2009 FJ1, además, duplica el riesgo de impacto: tiene una posibilidad sobre 4.464, lo cual, dentro de lo remoto, empieza a ser considerable. Está muy lejos del primero de la lista, 2010RF12, con una posibilidad entre 16 de estrellarse en la noche del 5 de noviembre de 2095. Los astrónomos, sin embargo, previenen contra el pánico: la roca es modesta, de 9 metros de diámetro, y una proyección a un tiempo más largo está plagada de incertidumbre.
Pero lo cierto es que hay 'monstruos' ahí fuera: el más famoso es 99942 Apophis, que con sus 375 metros de diámetro y su fecha de impacto estimada para el 12 de abril de 2068, aparece en numerosa obras de ficción y teorías de la conspiración como destructor de la humanidad. Hay que subrayar, sin embargo, que la posibilidad de impacto es a esta fecha de una entre 531.914. Aún más improbable es la colisión del segundo en la lista de riesgo, 1979XB, un coloso espacial de 900 metros de diámetro que habrá que tener vigilado en 2113.
El control y vigilancia de los cuerpos celestes, con todo, es una de las principales preocupaciones de las agencias astronómicas estatales y privadas. La mayor catástrofe provocada por un meteorito en la edad moderna es el evento Tunguska de 1908, que ha vuelto a colación con la alerta del asteroide de septiembre. La información es difusa porque ocurrió en una zona deshabitada y remota de Siberia, pero se calcula que quedaron arrasados 2.000 kilómetros cuadrados y 80 millones de árboles.
Una extinción catastrófica como el impacto de Yucatán que acabó con los dinosaurios requeriría una roca de cerca de un kilómetro de diámetro. Pero en cualquier caso, importa donde caiga: un asteroide de menor tamaño puede causar graves destrozos en zonas habitadas, pero los casos de este tipo son escasísimos en la historia, y sus protagonistas no solo salieron con vida, sino con una valiosa roca espacial entre manos como le sucedió a un japonés en octubre.
Lo cierto es que, si un objeto espacial -sea meteoro o satélite- atraviesa la atmósfera terrestre sin quemarse, hay un 70% de posibilidades que caiga en el mar. Las posibilidades de que afecte a una zona habitada son pocas: como explicaba Noelia Sánchez Ortiz, directora del programa Deimos Sky Survey (DeSS) de Elecnor Deimos hace un año con la caída de la estación espacial china Tiangong-1: "¡Es más probable que te toque la lotería!".