Un equipo internacional de investigadores ha analizado el ADN de cerca de 300 individuos de la Península Ibérica con resultados que abarcan 12.000 años de antigüedad y que se publican en las revistas Current Biology y Science. El primer estudio se centra en los cazadores-recolectores y granjeros primitivos que habitaron Iberia entre 13.000 y 6.000 años atrás. El segundo abarca todos los periodos históricos de los últimos 8.000 años hasta la Reconquista y la expulsión de los moriscos.
La Península Ibérica ha sido considerada históricamente como un caso particular dentro de las poblaciones europeas, debido a su situación y su clima únicos en el extremo occidental del continente. Durante la última Edad de Hielo, Iberia se mantuvo relativamente cálida, permitiendo que sobreviviese la fauna y flora obligada a retroceder del norte- y, como ahora sabemos, también los seres humanos.
Asimismo, en los últimos 8.000 años, la localización geográfica de la Península Ibérica, sus fronteras montañosas naturales, la proximidad costera al Mar Mediterráneo y la cercanía al Norte de África la han situado como un caso único con respecto al resto de Europa en lo que se refiere a interacciones de población. "Seguramente sea la región más estudiada por la paleogenética, y eso que no es la mejor, por clima y terreno, para conservar los restos arqueológicos", considera Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva y participante en el estudio.
Las principales conclusiones de esta macro investigación serían que Iberia lleva siendo un cruce de poblaciones desde mucho antes de lo pensado (el cuerpo de un norteafricano enterrado hace 4.400-4.000 años fue hallado en un yacimiento de Madrid); que los pueblos llegados del Este de Europa en la Edad de Bronce remplazaron, en circunstancias no exentas de polémica, el linaje masculino previo en su totalidad; y que después de este evento la población vasca quedó aislada, un hecho que se comprueba también en la pervivencia del euskera.
Los últimos europeos se refugiaron en Iberia del frío
En el artículo publicado en Current Biology por investigadores del Max Planck Institute for the Science of Human History, se abordó el análisis de once cazadores-recolectores y habitantes del Neolítico ibérico. Los restos más recientes proceden del yacimiento de Balma de Guilanyà (Lleida) y tienen 12.000 años de antigüedad.
Las evidencias científicas previas indican que Europa Central y Occidental fue repoblada tras la remisión de la Edad del Hielo por comunidades nómadas cuya ancestralidad se remonta al hombre de Villabruna, Italia, de hace 14.000 años. La Península Itálica, como la Ibérica, es considerada un refugio en la que los seres humanos prosperaron para poder reemplazar con el cambio de clima a la conocida como cultura Magdaleniense, predominante entre 19.000 y 15.000 años atrás.
El dato más interesante es que ambos linajes estaban presentes en Iberia hace hasta 19.000 años. Esto sugiere que los parientes de los magdalenienses, que florecieron en lo que hoy es Francia, Alemania y parte de Centroeuropa, ya estaban presentes en la Península cuando llegaron los de Villabona, resultando en una conexión temprana entre ambos territorios seguros para el hombre y en una ancestralida genética compartida que perduró en las sucesivas comunidades de habitantes de la Península.
"Podemos confirmar la supervivencia de un linaje paleolítico adicional en Iberia que se remonta a la última Edad de Hielo", confirma Wolfgang Haak, investigador principal de este trabajo. "Esto confirma el papel de la Península Ibérica como refugio durante el Último Máximo Glacial no solo para la fauna y la flora, sino también para las poblaciones humanas".
"Los cazadores-recolectores de la Península muestran una mezcla de dos linajes genéticos ancestrales: uno que se remonta al Último Máximo Glacial y que se maximizaba antaño entre los individuos de la cultura Magdaleniense, y otro que lo reemplazó en el Holoceno temprano en toda Europa Occidental y Central excepto en Iberia", explica a su vez la primera autora, Vanessa Villalba-Mouco.
Nuestros padres, los Yamnaya
El trabajo publicado en Science abarca periodos posteriores en base a una gran cantidad de muestreos sobre cientos de individuos. Liderado por investigadores de la Harvard Medical School y el Broad Institute, se basó en análisis de 271 habitantes de la Península Ibérica de los periodos Mesolítico, Neolítico, Edad de Cobre, Edad de Bronce, Edad de Hierro, la Antigüedad y la Edad Media. La abundancia de restos permitió a los científicos realizar inferencias más precisas entre una época y otra de lo que había sido posible hasta ahora.
Los investigadores hallaron que durante la transición hacia un modo de vida sedentario y agrícola, los cazadores-recolectores de Iberia contribuyeron sutilmente a la conformación genética de los nuevos granjeros recién llegados del Este. "Podemos ver que tuvo que haber mescolanza a nivel local ya que los campesinos de la Península Ibérica también llevan esta ancestría dual única heredada de los cazadores-recolectores propia de la región", explica Villalba-Mouco.
Entre el 2.500 y el 2.000 A.C., los investigadores comprobaron que el 40% de la ancestría genética ibérica se vio reemplazada, y la práctica totalidad de los cromosomas Y, por un acervo genético procedente de la Estepa Pontica, entre Rusia y Ucrania: la cuna de la conocida como cultura Yamnaya. Era mucho más sofisticada que la de los cazadores-recolectores íbericos, explica Lalueza-Fox. "Eran nómadas, habían domesticado el caballo que usaban para tirar carros. Tenían una jeraquía patriarcal fuerte, como prueban los túmulos que construyeron y que requerían una gran organización de personas".
Los yamnaya no llegaron "cabalgando" de golpe a la Península, matiza el paleogenetista: se establecieron en Centroeuropa y emprendieron una "colonización" de nuestro territorio que se prolongó durante 400 años. Hoy, el 20% de nuestro genoma corresponde a esta ancestría "esteparia": los pueblos del Este nos trajeron, además de su cultura, la mutación genética que facilita la digestión de la leche para los humanos y dotó de un alimento adicional la ganadería.
Lalueza-Fox reconoce que desde el punto de la arqueología, hay controversia sobre cómo los yamnaya se convirtieron en el linaje masculino dominante. El genetista lo imagina como la llegada de los europeos a América, en donde el 90% de la población comparte hoy el cromosoma Y llegado del viejo continente. Pero especula con que la asimilación no fue necesariamente violenta: el contexto que encontraron los hombres del Este era de "crisis", explica. "Hemos encontrado restos de yersinia pestis, la peste bubónica, y hay indicios de que se producía un cambio climático".
Hay incluso una evidencia de un enlace entre una mujer ibérica y un varón yamnaya: sus cuerpos fueron enterrados juntos en lo que hoy es Castillejo de Bonete, Ciudad Real. Los isótopos han demostrado incluso que la esposa tuvo una dieta marina, por lo que procedía del litoral. ¿Cómo llegó hasta el interior? ¿Un enlace entre comunidades, un trofeo después de una incursión de saqueo? Laluza-Fox se permite dar alas a la imaginación: "Podría haber sido una historia de amor...".
Los vascos, Hombres del Hierro
La ancestralidad esteparia también se da en la misma medida en el País Vasco, lo que sorprendió en un primer momento a los investigadores: los yamnaya eran indoeuropeos y no esperaban encontrarlos igual de presentes en uno de los reductos preindoeuropeos de Europa. El idioma íbero tampoco era indoeuropeo, al contrario que el celtíbero, y no sobrevivió a la mezcla con los pueblos del Este. Pero el euskera sí: es con las posteriores llegadas de poblaciones en época grecorromana cuando los vascos se aislaron.
Así, los análisis sugieren que los vascos de hoy en día se parecen a la población típica de la Edad de Hierro en la Península Ibérica, incluyendo la inyección de "ancestría esteparia", pero sin la influencia de las posteriores contribuciones genéticas que afectaron al resto del territorio. Un estudio genético sobre movimientos poblacionales medievales publicado el año pasado sugería, sin embargo, que este aislamiento nunca fue tan estanco como sostiene el mito.
Además, los investigadores abarcaron hasta la época de la colonización griega y romana en Iberia. Convertida en provincia de Roma, la ancestría de la Península se vio modificada por un influjo genético procedente del Norte de África y del Mediterráneo Oriental. Los asentamientos grecorromanos, observaron, tendían a ser multiétnicos, con habitantes que compartían tanto el linaje ancestral peninsular como otros que procedían de otros rincones del Imperio. Estas interacciones, subrayan, han tenido efectos perdurables en lo demográfico y lo cultural.
El último gran cambio en la genética de los moradores de la Península ocurre al final de la Edad Media. Hasta la reconquista, el 50% del ADN analizado en los individuos encontrados en Granada, Valencia y Castellón es de origen norteafricano. Pero, tras la expulsión de los moriscos, esta ancestralidad se vio erradicada hasta constituir un residual 5% en los españoles de hoy en día.