El despiadado Adolf Hitler estuvo rodeado de una camarilla de extraños personajes que influyeron en él y, por tanto, en el curso de la historia. Uno de los menos conocidos fue la persona que vigiló su salud durante la II Guerra Mundial y los años inmediatamente anteriores: Theodor Morell.
En el documental Hitler, el yonqui se especula con que las dolencias del Führer y la cantidad de medicamentos que tomaba pudieron impedirle gestionar el final de la guerra con cordura, aunque algunos historiadores no están de acuerdo y consideran que este tipo de enfoque le descargaría de responsabilidades.
El diario privado del médico y su propio historial, que cayó en manos aliadas al finalizar la II Guerra Mundial, revelan que el líder alemán tomó más de 70 medicamentos durante el conflicto bélico.
En los años 30, Theodor Morell tenía una clínica a la que acudía la élite berlinesa. La llegada al poder del Partido Nazi, al que se afilia oportunistamente, le abre las puertas de las altas esferas, y estas, a su vez, le presentan al Führer.
Por aquel entonces, Hitler tenía problemas de estómago y de flatulencias. Los métodos de Morell no eran nada ortodoxos, así que le recomendó tratarse con vitaminas y Mutaflor, un producto probiótico compuesto por bacterias intestinales.
Un charlatán pegado a Hitler
El líder alemán se recuperó, y aquel éxito hizo que el extravagante galeno se introdujera en su círculo más cercano y acabase por convertirse en su médico personal. Aunque parte de la cúpula nazi no le considera más que un charlatán, pasa a tener mucho poder, pegado siempre a Hitler.
Las notas de Morell se han convertido en un documento muy valioso para los historiadores que relacionan el devenir de la guerra y el estado físico y mental de Hitler, muchas veces nervioso y deprimido. Los remedios del médico combinan excéntricas innovaciones con anticuados procedimientos, como la sangría con sanguijuelas.
Para solucionar la creciente ansiedad de su distinguido paciente, comienza a suministrarle barbitúricos que hoy en día sólo utilizarían los veterinarios. Estos sedantes son tan potentes que, para compensar, le inyecta glucosa por las mañanas, iniciando una loca espiral de estimulantes y depresores que iban a marcar su ritmo diario.
Aunque muchos de los fármacos los ingiere en forma de píldoras, Morell le pone muchísimas inyecciones, ya que el mismo Hitler considera que debían ser mucho más efectivas.
El entorno del Führer ve a Morell como a un extraño que no se interesa por la política, un tipo cada vez más gordo y que descuida sus hábitos de higiene hasta el punto de que la propia Eva Braun, compañera de Hitler, se queja de su olor corporal.
Negocios nazis
Parece ser que el único interés del médico son los negocios. De hecho, aprovecha su cercanía al poder para hacerse con empresas de países ocupados y comercializar productos médicos en Alemania con el apoyo de la administración nazi, como polvos para despiojar a los soldados y vitaminas para la población general por las restricciones de la guerra.
La situación de su paciente empeora tanto como la suerte de Alemania en el conflicto. En el diario de Morell abundan los comentarios detallados de cómo Hitler era sensible a todo lo que sucedía: "El Führer no durmió anoche debido a la ansiedad", escribió el 6 de julio de 1943, relacionando ese insomnio con una operación de contraataque emprendida en el frente oriental.
En cambio, la medicación y su descontrol horario hicieron que el Día D, 6 de junio de 1944, no se enterase del desembarco de Normandía hasta unas cuantas horas más tarde de que se produjera. Cuando le despertaron para informarle eran las 10 de la mañana y miles de soldados aliados ya pisaban territorio francés.
Extracto de semen de toro
Para entonces el deterioro de Hitler se había acelerado y, como respuesta, el arsenal de medicamentos que le suministraba Morell había aumentado hasta el disparate. Norman Ohler, autor del libro El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich destaca el Eukodal, un opiáceo muy parecido a la heroína.
También tomaba Pervitin, aunque esto no sorprende, ya que se trata de una metanfetamina que los nazis suministraban a los soldados para disparar su euforia y que incluso se había hecho popular entre la población, puesto que se vendía sin receta. La cocaína no faltaba, en forma de gotas para los ojos. Y al cóctel hay que sumar incluso un extracto de semen de toro antes de sus encuentros con Braun.
Cuando Hitler sufre un atentado el 20 de julio de 1944, sale aparentemente ileso, pero el médico recoge en su diario diversas secuelas: quemaduras en las manos, sangre en los tímpanos y diversos dolores, entre otras.
El misterio de la penicilina
Aquí surge el mayor misterio relacionado con el extravagante Morell, ya que supuestamente trató al Führer con penicilina tópica. Pero en aquel momento este fármaco tan sólo estaba en fase de experimentación entre las tropas de Estados Unidos, así que nadie sabe cómo pudo conseguirla si es que realmente la usó.
El peor momento del médico le llegó poco antes del fin del Tercer Reich. En la cúpula nazi le habían surgido muchos enemigos y, cuando descubrieron que le había suministrado a Hitler estricnina, le acusaron de querer envenenarle. Aunque se usa como pesticida, Morell alegó que este producto era parte de un compuesto que había preparado contra las flatulencias y el Führer le apoyó sin reservas.
No obstante, ante el cariz que estaba tomando la guerra, el propio Morell decidió salvar su pellejo y quiso marcharse, pero su ilustre paciente se lo impidió. El líder de Alemania se había convertido en un ser absolutamente dependiente de sus remedios para sus problemas de estómago, intestino, corazón, ansiedad, depresión, insomnio…
Y al final, el párkinson
A la lista de problemas hay que añadir el párkinson, tal y como revelan las últimas imágenes de Hitler con vida, en las que su mano izquierda tiembla ostensiblemente a pesar de que hace esfuerzos por ocultarlo. Sin duda, los primeros síntomas tuvieron que aparecer años antes y se ocultaron.
En los últimos días, algunos historiadores hablan directamente de delirio. El hombre que había provocado el mayor conflicto bélico de la historia está al borde del desastre, con los rusos a las puertas de Berlín, pero sigue hablando de victoria; posiblemente, porque está completamente drogado y es incapaz de ver la realidad.
Al final, Morell huye del búnker, tal y como quería y con el permiso de Hitler. El 22 de abril de 1945 consigue subirse a uno de los últimos aviones que salen de la capital alemana antes de su caída. Aunque es capturado por los estadounidenses, le dejan en libertad y acaba muriendo tres años después.
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