El partido Albania-España de octubre de 2016 no merecería pasar a la historia si no fuera por el fenómeno de pensamiento conspirativo al que dio lugar. Las redes sociales recogieron que Gérard Piqué se había recortado las mangas de la camiseta para eliminar el ribete de la bandera de España. La aclaración llegó casi de inmediato: al central azulgrana le habían modificado una prenda de manga larga que nunca tuvo la rojigüalda bordada. Un año después, sin embargo, hasta un 59% de los españoles seguía convencido de que Piqué se había cortado la bandera de la camiseta como gesto deliberado hacia el independentismo catalán.
Este dato corresponde a la encuesta centrada en teorías de la conspiración realizada en el marco del proyecto sobre Teorías de la conspiración y desinformación que dirige Estrella Gualda, investigadora del Grupo de Estudios Sociales e Intervención Social (ESEIS) de la Universidad de Huelva con la colaboración de expertos de las Universidades de Granada y Vigo. Su trabajo ha contribuido a esclarecer cuál es el panorama del pensamiento conspirativo en 26 países, en una amplia revisión que publica Nature Human Behaviour.
El ejemplo de la camiseta de Piqué puede parecer trivial en comparación con teorías de la conspiración con un impacto mucho más severo: el negacionismo de la Covid-19, las críticas infundadas contra vacunas, los bulos xenófobos que alientan actitudes como el antisemitismo o los movimientos entre lo político y lo esotérico que han arraigado en EEUU. Todas requieren sin embargo de un mismo esquema mental en el que el sujeto cree que "un grupo de personas se está confabulando en secreto para promover algún tipo de resultado siniestro", según explica Roland Imhoff, professor de Psicología Social y Legal de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (JGU).
El equipo coordinado por Imhoff obtuvo datos de 100.000 participantes en 23 países europeos, EEUU, Brasil e Israel. Los encuestados tuvieron que responder a dos encuestas, que permitieron determinar cuál era su situación dentro del espectro ideológico, y cuál era su predisposición a creer que "fuerzas ocultas, poderosas y malévolas manejan los hilos" en varios acontecimientos, de la muerte de Lady Di a la llegada del hombre a la Luna. Esto permitió dibujar una relación cuadrática, es decir, una curva en forma de 'U': las creencias conspirativas eran altas en la extrema izquierda, descendían al pasar por el centro, y aumentaban aún más hasta llegar a la extrema derecha.
Se puede establecer, por lo tanto, una correlación estrecha entre el pensamiento conspirativo y los extremos políticos, especialmente con la ultraderecha. Esto es coherente, razonan los investigadores, ya que las ideologías radicales se caracterizan por una "demonización maniquea" de los rivales. Sin embargo, la progresión lineal -la tendencia del votante a empezar a creer en conspiraciones a medida que crece el peso de sus creencias políticas- se dio de forma anómala en Rumanía, Hungría y España: crecía antes en la izquierda que en la derecha, al contrario que en Europa Occidental y Oriental.
La conspiración de los excluidos
Otro de los datos que ofrece este trabajo plantea la influencia del concepto de privación del control político ("political control deprivation"): las teorías de la conspiración se fortalecerían en los grupos ideológicos excluidos del poder. Los investigadores citan al académico estadounidense Joseph Uscinski: "Las teorías de la conspiración son para los perdedores". Y nunca seríamos tan vulnerables como en la noche electoral al ver perder a nuestro partido, como dejó patente la teoría del 'pucherazo' alentada por afines a la izquierda después de obtener un resultado decepcionante las elecciones generales de 2016.
"No hay una evidencia tan clara de la hipótesis de los 'losers' y es variable por países", valora la profesora Gualda para EL ESPAÑOL. "Al menos con los datos de ese estudio, la mentalidad conspirativa en conexión con la ideología se explica estadísticamente mejor globalmente teniendo en cuenta una relación cuadrática, en la que se encuentra mayor probabilidad de que las personas con ideología de extrema izquierda y derecha crean en estas teorías, y sobre todo, las orientadas a la extrema derecha".
¿Podría el efecto de 'privación de control' explicar el sesgo a la izquierda de España que contradice a la tendencia lineal global? En las encuestas realizadas en noviembre de 2017 sobre teorías de la conspiración, había resultados a favor en todos los bandos, pero las más aceptadas eran precisamente aquellas más escépticas con el capitalismo y el liberalismo, así como con la clase política. Un 48% creía que la crisis económica había sido provocada "a propósito" por" las élites", en un contexto en el que la izquierda seguía en shock por la victoria clara del Partido Popular que las encuestas no habían conseguido anticipar.
Gualda aclara que es una hipótesis difícil de verificar científicamente, especialmente cuando se comparan distintos países con "partidos no equivalentes y sistemas electorales diferentes". Según explica, "España tiene elementos diferenciales respecto a otras áreas de Europa, como el elevado nivel de desempleo, los efectos de la crisis, el descrédito político y la falta de confianza en instituciones". Todo eso puede conducir a que "algunas personas tiendan a buscar otras fuentes de confianza como puedan ser algunas teorías de la conspiración".
Cambio de rumbo con la Covid-19
La segunda tanda de datos procede de un trabajo sobre la adhesión a las normas de distanciamiento social durante la desescalada en mayo de 2020 tras el estado de alarma. El estudio, publicado en Frontiers of Psychology, relacionaba la predisposición de los españoles a creer en teorías de la conspiración sobre la Covid-19, su ideología política, y el cumplimiento de las normas. En estas circunstancias, se produjo una inversión ideológica: al gobernar el PSOE y Unidas Podemos, los votantes de izquierdas eran más proclives a cumplir aunque creyesen en teorías conspirativas sobre el origen del coronavirus.
Los votantes de centroderecha, por el contrario, tuvieron una mayor tendencia a creer en una conspiración orquestada por el Gobierno para volverse autoritario. Y en la misma relación, tuvieron una mayor tendencia a saltarse el distanciamiento. Pero hay un dato que desmonta los prejuicios y demuestra la volubilidad del fenómeno: los votantes de Vox, un partido que plantea abiertamente tesis conspiracionistas en su discurso, declararon haber cumplido mejor con las normas durante la desescalada de lo que lo hicieron quienes votaron al PP o a Ciudadanos.
"En el estudio cuyo trabajo de campo se hace en el momento de primera ola de COVID-19, más reciente, hemos encontrado en España que las personas más identificadas con la derecha declaran mayor mentalidad conspirativa", confirma Gualda. Además, "entre los factores que parecen incidir en comportamientos como los relativos a la distancia social también se encuentra la creencia en teorías de la conspiración". La hipótesis de los losers, de que el pensamiento conspiracionista se pueda inclinar en relación opuesta al color de los gobernantes, es algo que se podría evaluar en los siguientes estudios.