Ese oro líquido que causaba fascinación en el Antiguo Egipcio, un líquido viscoso producido por abejas que en la actualidad no mantiene el misticismo, pero se usa como edulcorante sustituto saludable del azúcar refinado. Se le adjudican todo tipo de propiedades nutricionales sin mucha evidencia científica. Se utiliza principalmente para consumo humano, aunque también puede utilizarse para cosméticos.
La hay de diferentes tipos, más de 300 de tilo, floral, acacia, castaño, lavanda, girasol, romero, colza, dependiendo de su origen botánico, algo que influye más en su color y sabor que en sus propiedades nutricionales. Se puede dividir en dos categorías, cruda y procesada, siendo esta última la que habitualmente se encuentra en los supermercados. La diferencia entre ambos tipos es el proceso de calentado, que elimina posibles patógenos, y el embotellado. Aunque al aumentar la temperatura, también se pueden destruir enzimas y antioxidantes beneficiosos.
En su viaje de las flores a la botella, la miel va cambiando de forma. Las abejas melíferas recolectan el néctar, descomponiéndola con las enzimas de su saliva. El azúcar pasa a ser glucosa y fructosa y ya en el panal, se va evaporando el contenido de agua hasta adquirir su característica viscosidad.
Las condiciones ambientales, el tipo de procesamiento o incluso la estación, pueden influir, aunque en muy poca medida, en la composición de la miel. En general, la miel está compuesta de carbohidratos (76,4 gramos de casa 100 gramos) como azúcares simples (glucosa y fructosa), agua (con un máximo del 20%), proteínas (0,4 gramos de cada 100), vitaminas, minerales, oligoelementos, enzimas y polifenoles como los flavonoides del polen.
Azúcar puro
El pequeño porcentaje de agua que tiene este alimento junto a la gran cantidad de azúcares que lo componen (80%), le aportan la capacidad de aguantar el paso del tiempo prácticamente intacta, sin necesidad de ningún procesado. "Si encontraras miel de hace cientos de años, guardada en una vasija, podrías meter el dedo y comer sin temor a enfermedad o a una indigestión", afirma Borja Sacristán, historiador especializado en culturas antiguas.
Los azúcares son higroscópicos, contienen poca agua y además son capaces de absorber la humedad ambiental, por lo que no es un ambiente proclive a la proliferación de bacterias o microorganismos. Sin embargo, la cantidad de azúcares que contiene hace que muchos nutricionistas coinciden en afirmar que no es un alimento del que abusar todos los días.
Una cucharada de miel equivale a 6 terrones de azúcar, el máximo diario de consumo recomendado por la OMS. "Aunque no parezca el mismo tipo de azúcar que el que encontramos en el sobre del café del mediodía, es decir, el refinado, lo cierto es que es el mismo compuesto, pero de forma natural", explica Concepción Martínez, nutricionista deportiva.
Aunque existen estudios que evidencian propiedades antiinflamatorias de la miel, gracias a las sustancias antioxidantes que contiene, recurrir a la miel a diario como edulcorante puede no ser lo más sano. A pesar de las vitaminas del grupo B y C, el potasio, calcio, magnesio y fósforo que pueda contener, ya que estos nutrientes se encuentran en pequeñas cantidades en proporción.
También tiene un valor calórico menor que el del azúcar refinado, pero no tan diferente, ya que mientras la miel tiene 320 kcal por cada 100 gramos, el azúcar alcanza las 400 kcal. Otro de los problemas de la miel de supermercado es que en ocasiones se le añaden aditivos como colorantes, aromas o incluso conservantes (cuando por las propiedades del propio producto, no harían falta). Por eso, expertos como Martínez señalan que es preferible consumir miel cruda antes que procesada.
No recomendable para diabéticos
La miel es el alimento más dulce después de los dátiles, encima su índice glucémico es superior al del azúcar, por lo que solo sería adecuada para una persona con diabetes cuando se produzca hipoglucemia, momento en el que se necesita un aporte de azúcares de fácil absorción para aumentar la glucosa en sangre.
No es aconsejable para bebés
El calentado de la miel, tanto en el caso de la cruda como en el de la procesada, no es suficiente como para eliminar las esporas de Clostridium botulinum, que puede causar una infección grave, botulismo, en los menores.
Esto ocurre cuando las esporas germinan, produciendo toxina botulínica, un proceso que puede ocurrir en el intestino del niño, pudiendo acabar con insuficiencia respiratoria, visión borrosa y dificultad para tragar. "Siempre y cuando no se abuse de la miel, disfrutar de su sabor en momentos especiales, por ejemplo, como parte de los ingredientes de la repostería, no tiene un impacto negativo para la salud", sentencia Martínez.