La miel, ese oro líquido que acompañaba a los faraones al otro lado tras el juicio de Osiris. Un néctar viscoso que ha causado fascinación a la humanidad desde los albores de su existencia. El más antiguo de los vestigios de su recolección se halló en Turquía, en un yacimiento neolítico en Anatolia que data de hace 9.000 años. En Valencia, en las cuevas de Araña, hay unas pinturas rupestres de hace 8.000 años, en las que se representa a una persona subiendo a recolectar miel de un panal ayudada de unas lianas.
No es de extrañar la pasión que este producto de las abejas provoca en el ser humano. Siendo el alimento más dulce después de los dátiles, es normal que se haya recurrido a él desde que caminamos a dos patas. La miel no sólo se ha ingerido, se ha utilizado para ungir a los muertos, como fue el caso de Alejandro Magno, para baños con distintos matices ritualisticos e incluso se ha usado para tratar dolencias y hasta heridas.
Un vestigio con una antigüedad de 2.000 años antes de Cristo, encontrado en el Valle del Éufrates, da buena fe de ello. En una tablilla de arcilla se puede leer una descripción para elaborar un ungüento a base de miel y aceites con el que tratar distintos cortes y laceraciones en la piel. También en el Antiguo Testamento hay multitud de referencias, desde la dieta a base de miel de Juan Bautista hasta la propia descripción de Israel como la tierra que mana leche y miel.
Otra de las particularidades de la miel es que es capaz de sobrevivir al paso del tiempo, sin necesidad de ningún procesamiento (más allá del que le proporcionan las propias abejas para crearla). "Si encontraras miel de hace cientos de años, guardada en una vasija, podrías meter el dedo y comer sin temor a enfermedad o a una indigestión", afirma Borja Sacristán, historiador especializado en culturas antiguas.
Azúcar puro
El secreto escondido detrás de esta propiedad cuasimilagrosa es la propia composición del alimento. La clave está en que es en un más del 80% azúcar y los azúcares son higroscópicos, es decir, que contienen muy poca agua y son capaces de absorber la humedad ambiental. Apenas existen bacterias o microorganismos que sean capaces de proliferar en un ambiente de estas características.
Sin embargo, precisamente esta propiedad es la que convierte a la miel en una mala aliada para una dieta saludable. Una sola cucharada de miel equivale a 6 terrones de azúcar, el máximo diario de consumo de azúcar recomendado por la OMS. Aunque no parezca el mismo tipo de azúcar que el que encontramos en el sobre del café del mediodía, lo cierto es que es el mismo compuesto, pero de forma natural.
Nutrientes en poca cantidad
"Al ser un producto natural, hay una falsa creencia de pensar que es saludable, pero los nutrientes que puede aportar el azúcar son ínfimos como para que compense la sobreingesta de azúcar", explica Nuria Sánchez, dietista nutricionista especializada en nutrición deportiva.
En concreto, alrededor del 0,5% y el 1% del contenido nutricional de la miel está compuesto por sustancias como el zinc, el hierro, la vitamina B o la vitamina C. La cantidad es tan pequeña que no podría indicarse en el envase que la miel es rica en, ya que el requisito sería que el porcentaje del nutriente en concreto alcanzara como mínimo el 15% de cada 100 gramos..
No cura catarros ni enfermedades
En ocasiones, Internet hace las veces de cajón de sastre de creencias carentes de cualquier fundamento científico, mitos y leyendas urbanas. Basta con hacer unas simples búsquedas para descubrir que a la miel y a otros tantos alimentos, se les atribuyen propiedades tan increíbles que ni la piedra filosofal.
Parece ser que un vaso de leche con miel es capaz de curar catarros, afonías, tos y hasta gripes. Un elixir mágico al alcance de cualquiera. Sin embargo, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) dejó claro que no hay ninguna evidencia al respecto. Un hecho confirmado también en una revisión de distintos estudios que confirman la falta de pruebas sólidas que vinculen la ingesta de miel con la curación o mejora de estas dolencias.