Fallece a los 99 años el bioquímico y divulgador Santiago Grisolía, Premio Príncipe de Asturias
El científico, que fue alumno de Severo Ochoa, era presidente ejecutivo de los Premios Rey Jaime I y presidente del Consell Valencià de Cultura.
4 agosto, 2022 10:17El médico y bioquímico valenciano Santiago Grisolía, uno de los precursores de la divulgación científica moderna en España, logró elevar a la ciencia y la tecnología a niveles internacionales, y desde sus puestos de responsabilidad supo moverse como "pez en el agua" en círculos políticos, sociales y culturales.
Grisolía, que ha fallecido este jueves a los 99 años, ha mostrado a lo largo de su vida un enorme entusiasmo por la ciencia, pero sin despegarse ni un milímetro de la realidad y de la actualidad, sobre la que ha dado opiniones en ocasiones controvertidas.
En mayo de 2014 el entonces rey Juan Carlos I le concedió el título de Marqués de Grisolía por su "prolongada y encomiable labor investigadora y docente", su "contribución al conocimiento científico" y en reconocimiento del "real aprecio" del monarca.
El deterioro en la salud de Grisolía le llevó el 7 de junio de 2016, cuando se hizo público el fallo de los Premios Rey Jaime I, a ceder el testigo de su lectura por primera vez en la historia de estos galardones; doce días después era ingresado en el Hospital Clínico de Valencia, al encontrarse indispuesto.
Tras este episodio hospitalario, Grisolía siguió acudiendo a diversos actos públicos, aunque su participación en los mismos fue cada vez más limitada. En septiembre de 2017 falleció a los 99 años de edad su esposa, la también investigadora Frances Thompson, con la que tenía dos hijos, lo que supuso un duro golpe para el científico valenciano.
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Santiago Grisolía se licenció en Medicina por la Universitat de València en 1944 y la oportunidad le llegó con una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores para estudiar en los Estados Unidos.
Aunque la beca era para un periodo de un año en el Departamento de Bioquímica y Farmacología de la Universidad de Nueva York, donde fue el primer alumno español de postdoctorado que tuvo el científico Severo Ochoa, esta "estancia temporal" se prolongaría durante más de tres décadas.
Siempre hizo gala de haber sido discípulo del Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1959, Severo Ochoa, con el que mantuvo una gran amistad, y de hecho era depositario de su testamento personal y científico, y custodiaba tanto su archivo científico como su biblioteca privada.
Tras una larga estancia en Wisconsin, donde trabajó como profesor y presidente del Departamento de Bioquímica Molecular de la Universidad de Kansas y director del Laboratorio de ese centro, regresó a España en 1977 para hacerse cargo del Instituto de Investigaciones Citológicas de Valencia. Su trabajo se centró en materias como la enzimología del metabolismo del nitrógeno, el metabolismo de fosfogliceratos, el recambio y degradación de proteínas y el control de la síntesis de la tubulina en el cerebro.
En 1988 fue designado presidente del Comité de Coordinación Científica de la Unesco para el Proyecto Genoma Humano, un puesto desde el que contribuyó especialmente a la divulgación científica del genoma humano y a que Valencia se convirtiera en uno de los centros neurálgicos donde debatir el descubrimiento del mapa genético, considerado uno de los más importantes avances de la Humanidad.
Su experiencia investigadora y su preocupación por situar la ciencia y tecnología española a niveles internacionales le llevó en las últimas décadas a promover congresos internacionales y escribir libros, como Vivir para la ciencia, donde criticaba la falta de apoyo institucional y político al desarrollo de la investigación en España.
Siempre opinó que los científicos tienen la "obligación" de comprometerse y responder a temas relacionados tanto con su actividad como a otras cuestiones de actualidad. Grisolía, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1990, se ha movido siempre como "pez en el agua" en los círculos políticos, sociales o culturales.
En 1995 fue nombrado asesor del president de la Generalitat Valenciana para Ciencia y Tecnología, un año después presidente del Consell Valencià de Cultura -cargo que todavía ostentaba- y en 1998, del Comité Científico Asesor del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe de Valencia y del Consejo Asesor del Museo de Ciencias de Cuenca.
Como presidente ejecutivo de los Premios Rey Jaime I, puestos en marcha por la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados y la Generalitat Valenciana y que en 2020 cumplen su trigésimo segundo aniversario, logró traer a Valencia año tras año a decenas de premios Nobel y afianzar uno de los galardones con mayor dotación económica de todo el país.
El pasado 16 de octubre, durante una rueda de prensa a través de videollamada del Premio Nobel de Medicina 2011 Jules Hoffman, previa a la deliberación de los premios, Santiago Grisolía asistió en silla de ruedas, pero cerca de un mes después, el 24 de noviembre, concedió una entrevista a la Agencia EFE a la que acudió con buen aspecto y caminando con la ayuda de un bastón.
Durante la entrega de los galardones de la 32 edición, marcada por la pandemia del coronavirus, el president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, destacó el "impuso entusiasta" de Santiago Grisolía, del que dijo era una "persona eternamente joven" y una "una luz permanente que irradia ciencia desde Valencia hacia el mundo".
Desde el Consell Valencià de Cultura -órgano consultivo de la Generalitat Valenciana en materia de Cultura- apoyó la declaración de la fiesta de toros como Bien de Interés Cultural (BIC), sugirió que los "bous al carrer" llevaran luces en lugar de fuego en los cuernos, y pidió que los incendios "intencionados" fueran considerados un crimen contra la Humanidad.
También insistió en numerosas ocasiones en que los ministerios de Educación y de Sanidad deberían "desaparecer", preguntándose cuál era su razón de ser si las transferencias a las comunidades autónomas estaban ya hechas. Otra de sus facetas fue la literaria: en 2009 publicó la novela El enigma de los grecos, donde entremezclaba historias ficticias y autobiográficas de la mano de Peter Smith, un joven voluntario de las Brigadas Internacionales que se veía envuelto en una aventura relacionada con uno de los secretos mejor guardados de los templarios.